♡ d o c e ♡

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Al final del día, Sebastian tomó sus cosas y se fue. Sin despedirse como todas las tardes de Ciel, con un beso en los labios y un cálido abrazo.

Esto entristeció aún más al ojizarco, a quien el remordimiento lo invadía. Con desgano deambuló por los corredores de la escuela, regañándose a sí mismo por ser tan idiota.

—Y eso fue lo que pasó. —Finalizó su historia, la cual su mejor amigo escuchaba con atención, mientras caminaban por las calles cercanas a la escuela.

—Eres un idiota, Ciel —dijo con sinceridad Alois, empeorando la situación—. ¿Ponerte celoso de Sebastian, sabiendo que tiene sólo ojos para ti y después de todo lo que hizo para estar contigo? ¡Hasta peleó con su madre por permanecer a tu lado! No entiendo qué otra cosa esperas para confirmar el hecho de que su corazón es tuyo.

—Lo sé, soy un idiota —confirmó, soltando un prolongado suspiro de frustración—. Pero, ¿qué debería decir? ¿"Fui un idiota por ponerme celoso de las zorras que te persiguen, perdóname"? —preguntó en tono burlón.

—No lo sé, pero deberías pensar en algo rápido, porque Sebastian está justo ahí. —Señaló con su dedo en dirección a una heladería cercana donde, efectivamente, el azabache se encontraba—. Ve a solucionar las cosas, o de otra forma te golpearé.

—Pero... —No tuvo tiempo de terminar su oración, debido al empujón que le dió el rubio.

—¡Nos vemos mañana! —Se despidió, yéndose antes de que Ciel pudiera protestar.

Sin tener todas sus ideas acomodadas en la cabeza, sin siquiera saber cómo disculparse, atinó a acercarse a la mesa en que Sebastian estaba sentado.

—¿Puedo sentarme? —Llamó la atención de Sebastian, que estaba sumido en sus pensamientos. Este no respondió, pero Ciel lo hizo de igual forma, quedando frente suyo—. Quiero platicar contigo.

—Pero yo no —respondió bruscamente, con la intención de irse.

—Escúchame —lo detuvo, mirándolo con algo de súplica escondida entre la frialdad de sus ojos azules—. He venido a disculparme.

—Bien, te escucho —desafió Sebastian, queriendo oír lo que el menor tenía para decir.

Ciel se preparó mentalmente, antes de tirar todo su orgullo a la basura y poder hablar. Pero, era lo menos que podía hacer, luego de herir los sentimientos de la persona que más quería.

—Estuvo mal lo que dije, yo... Tú, lo nuestro, realmente significa mucho para mí —comenzó, jugando nerviosamente con sus finos dedos—. Te quiero, Sebastian. Y no me apetece compartirte con nadie... Sé que está mal ser así, pero no puedo evitarlo... —confesó, con un notable sonrojo subiendo a sus mejillas, que fue reemplazado por su ceño fruncido—. Lo siento, pero no sé de qué manera solucio...

Su tartamudeo fue silenciado por los labios del más alto sobre los suyos, quien se inclinó un poco sobre la mesa para besarlo. Ciel correspondió sin rechistar, puesto que sintió todo el tiempo en que estuvieron distanciados como la peor tortura. Nada distinto a lo que pensaba Sebastian, la misma razón por la cual no pudo evitar interrumpir sus disculpas.

—Eres tan adorable, Ciel. —Las palabras del mayor vibraron sobre su boca, entre medio del beso—. También te quiero, pero esas actitudes son horribles. ¿Lo sabes, verdad?

—Lo sé... Intentaré cambiar eso —contestó, esbozando una dulce sonrisa—. Pero ahora cállate y bésame.

Claramente, Sebastian no iría a resistirse a tal pedido. Sus bocas se fundieron una vez más, en un beso que transmitía lo mucho que se hicieron falta; en tan poco tiempo.

—¿Te gustaría tener una cita conmigo en este preciso momento, mi pequeño celoso? —indagó, acariciando el bello rostro del chico con sus dedos—. Digo, debemos aprovechar el hecho de que estamos en una heladería —se excusó.

—Uhm, no lo sé, debería pensarlo mejor —bromeó, haciendo una breve pausa—. Pide uno sabor frutilla para mí.

Dicho eso, Sebastian se levantó a pedir helados para ambos. Al volver, Ciel lo recibió con una gran sonrisa, que se esfumó en cuanto su acompañante manchó su nariz con helado.

Tras susurrar un «idiota», acercó su cono a la cara de Sebastian, ensuciando parte de los labios y nariz de este.

Luego de algunas risas, besos fríos con sabor a frutilla y chocolate, helado esparcido en sus rostros y muchas servilletas malgastadas; su cita improvisada llegó a su fin.

—Sebastian, sé que dejamos el conflicto atrás, pero... Aún tengo una duda —le hizo saber, antes de despedirse.

—Dime, mi amor.

—¿Por qué no aceptaste la invitación de ninguna chica al baile? —interrogó, mirando hacia sus pies.

—Yo tengo una pregunta para ti -dijo, alzando con suavidad la barbilla de Ciel—. ¿Por qué tendría que aceptar, si desde un inicio estoy esperando a que una sola persona me lo pregunte? Es la única con la que quiero ir, y aún no me ha invitado.

—¿Y cómo es esa persona? —Volvió a preguntar, sin poder ocultar el hecho de que su rostro estaba ruborizado.

—Es alguien gruñón, celoso y muy lindo. Tiene unos hermosos ojos azules, un cabello suave que me gusta acariciar, y unos labios rosados que me encantan besar —respondió.

Con la cara roja y ardiendo de la vergüenza, Ciel le sonrió tiernamente al mayor. Estando tan cerca, sus narices rozaban y los labios pedían a gritos que se unieran. No obstante, Sebastian quería una respuesta primero.

—Ah, y se me olvidaba —exclamó, recibiendo una mirada curiosa por parte del pequeño—. Está obsesionado por los juegos de chica.

—Me dejaste bastante claro que quieres ir conmigo, idiota —mencionó, sin perder la arrogancia que lo caracterizaba y volvía loco a Sebastian—. Bien, entonces... ¿Vendrás conmigo al baile, o no?

—Me encantaría ir contigo, Ciel.

G(IRL)AMES ✧ sebacielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora