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El problema aparece cuando conoces a alguien
que te pone el mundo boca abajo,
que te hace tener el pájaro
(y los ciento)
ni volando,
ni en mano,
sino en la cabeza.
Alguien que es capaz de derrumbar tus cimientos,
destrozar el suelo donde habías encontrado el equilibrio
y te hace volar
tan
tan
tan
alto,
que la hostia de después no la cura ni el tiempo.

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