Capítulo 16

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El portazo concluyó el momento... Por ahora. Lo había dicho todo, lo había confesado todo. Todo aquello que su corazón resguardaba con recelo, había sido expuesto con una desnudez franca que no haría más que lastimarlo al final del camino, Kherion comprendió eso.

Sin embargo, una extraña sensación de vacío, un alegre vacío, se apoderó de él mientras caminaba a la luz tenue del sol que radiaba allá afuera, lejos de la espesura del bosque que lo rodeaba. Amaba su hogar, pero a veces la soledad que sentía allí dentro le resultaba insoportable, y de vez en cuando, -aunque muy a menudo últimamente-, deseaba salir corriendo, a través de los árboles, hasta dejar el bosque bien lejos, para jamás volver.

Era un atino de nostalgia, pensó. Algo que no podía controlar; porque al fin y al cabo, era un elfo silvano, un humilde elfo del bosque que viviría y moriría por su hogar, el Bosque Negro. Pero como no había nacido allí, algunas veces le resultaba imposible reprimir el sentimiento que estrujaba su corazón cuando recordaba a su madre, a su padre, y al pequeño bosque en el que nació, el cual se encontraba bastante lejos de ese lugar en el que ahora se hallaba.

Al ir caminando, se sentía más liviano que una pluma, si es que eso era posible. Se preguntó si acaso esa liviandad provenía de haber desnudado su alma al rey Thranduil... Debía ser. Sí, de seguro era eso, pues ya no sufría aquel estado de ahogamiento que lo aquejaba días anteriores, como cuando se sentía morir en la plenitud de su conciencia por alimentar esos deseos que creía tan fuera de lugar y tan inoportunos para alguien de su humilde linaje.

La realidad era que esos deseos inapropiados no eran tal porque vinieran de él, sino por estar dirigidos a alguien como Thranduil. En él radicaba todo su problema... Tan, tan problemático... Y tan, tan confundido. Cuando logró ver a través de sus ojos de diamante hacía instantes atrás, no pudo evitar notar ese desconcierto creciente en su ser, como la de un niño perdido en medio de la nada. Thranduil se sentía perdido y confundido, así al menos lo expresó su mirada.

Kherion se sintió bien con eso, al menos no era el único confundido aquí. Pero hubiera esperado algo más por la declaración... ¿Tal vez un golpe? Uno lo suficientemente fuerte como para recordarle lo que se sentía ser tocado por un ser amado, aunque ese roce no fuera ameno y viniera con furia. Bueno, no debía sentirse tan mal al respecto... El beso debió bastarle, y sin embargo, no lo era... Era un beso robado, un sacrilegio tomado de esos labios de mármol, carnosos y apetitosos, las rejas que encerraban a la bestia que el rey poseía en su interior.

¿Cómo se sentirá ser amado por ese hombre? El joven elfo silvano realmente quería saber... Ser besado, con su consentimiento, y acariciado por él. Sentir el latido de su corazón apresurado cuando lo estreche en un dulce abrazo, y también su voz masculina, temblando de emoción en sus oídos... ¿Cómo sería todo aquello? Llegado a ese punto, tal vez nunca lo descubra.

Todos esos pensamientos corrían por su mente, mientras sus pies inconcientemente lo llevaron hacia su estrecha habitación. Al notarse allí, sintió que se le oprimía el pecho; ya no quería dormir ahí, era demasiado solitario, y las paredes estaban demasiado cerca. Cada vez que se echaba sobre la cama, presentía como si las cuatro paredes se le cayeran encima de sopetón, tragándoselo de repente... Era un sentimiento desagradable, la verdad, y ya no quería soportarlo más. Así que permaneció de pie afuera de su propio cuarto, esperando a que alguien pudiera notar su moral baja.

Los demás elfos, sirvientes, soldados, gente del pueblo, pasaban a su alrededor, pero ninguno se paró a su lado, o siquiera se dio la vuelta. Parecía ser completamente invisible para ellos. En el fondo, no podía culparlos; no tenía intenciones de pertenecer allí, de todos modos. Jamás había sido un miembro real de la comunidad, y quizás nunca llegaría el momento de serlo, mucho menos ahora que se había atrevido a poner sus precarias manos sobre el rey... Se sonrió. No sabía por qué pero cada vez que pensaba en lo que acababa de pasar no podía evitar sentirse algo tonto por haber reaccionado como lo hizo. Pero por otra parte, lo volvería a hacer, no estaba arrepentido para nada, y eso era lo peor.

Para servirle y amarlo eternamente [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora