Capítulo 9

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Como una máscara pesada que cae sobre sus propios pies, Kherion sintió el dolor puro recorriendo sus piernas de abajo hacia arriba, hasta chocar de lleno sobre su columna, y desde allí, hervir la sangre de su torrente, para depositarse violentamente en su cara. La cabeza le latía con ferocidad, comenzando a dolerle todos los sentidos al recibir el golpe de su propia trampa, al ser destrozado por su propia red.

Thranduil, su rey, estaba desgarrándolo con los ojos orgullosos que posaba sin medida sobre él, como si quisiese verlo muerto en ese preciso instante; jamás lo había visto tan enojado... Y todo había sido culpa suya.

Abrió la boca en pro de defenderse, de decir algo a su favor, pero, ¿qué podría decir, que pudiera cambiar la decisión tomada? Bien ya sabía que una vez que su señor se decidía por algo, permanecía así hasta el final, nunca fue de los que se retractan. No lo haría ahora.

- Padre, ¿qué sucede?- Continuó insistiendo Legolas, quien aún no lograba comprender ni siquiera un poco de lo que aconteció para que el otro estuviese tan enojado con su vasallo.

- Vete de una vez- Le ordenó Thranduil a Kherion, obviando totalmente el hecho de que su hijo estuviera exigiéndole que se le diera alguna respuesta.

Con las piernas aún temblándole, el joven muchacho dio comienzo a sus pasos rápidos y avergonzados. Se deslizó por el Gran Salón, sin darse la vuelta, pues representaba demasiado para su conciencia agobiada. Lo único que podía hacer, que no lo comprometiera más de lo que ya estaba, era mantener la cabeza en alto y no girarse a ver cómo ambos lo observaban marcharse de allí sin decir una mísera palabra, como si se tratase de un perro adoctrinado...

Las puertas se cerraron a sus espaldas con un estruendo que le hizo retorcer los huesos, pero ni así encontró las fuerzas necesarias para mirar atrás. No, continuó así hasta que llegó directo a su habitación, esquivando las miradas curiosas de sus compañeros en el camino.

Su cabeza pesada no estaba en condiciones de entablar conversación, sólo quería que lo dejasen en paz. Y eso lo dejó bien en claro al ignorarlos a todos allá afuera, encerrándose en su cuarto como una rata rastrera.

Una vez dentro, se sentó sobre su cama, en aquella pequeña habitación, y se llevó las manos sudadas a la frente. Cuánto, cuánto le latían las emociones allí dentro; casi no lo dejaban respirar. ¡Aire! Clamaba por aire mientras las lágrimas comenzaban a caer de sus párpados sin esperar a que la humillación disminuyera siquiera un poco. El calor de las gotas sobre sus mejillas y la sal que saboreaba cuando éstas llegaban a su boca eran señas fijas de que su dolor no se disiparía con facilidad. No mientras siguiera en el Bosque Negro... No mientras tuviera que seguir soportando aquellos hermosos pero fríos ojos sobre él otra vez.

Al hacerse a la idea de lo que debía hacer, el deseo de gritar aumentó la presión en su garganta, haciéndolo atragantarse con su propia saliva. No; por alguna extraña razón, no quería marcharse de allí... Ése había sido su hogar por tantos años... No quería dejarlo...

Dejarlo... La palabra repercutió en su mente atrofiada por los recuerdos de una infancia que no tuvo, que fue interrumpida para atender a su deber de nacimiento. Pero el dolor se sintió como una daga helada dentro de su pecho cuando entendió que lo que le costaba en realidad no era tener que dejar el Bosque Negro, sino lo que había en él... Lo que se encontraba en él... Lo que reinaba sobre él.

No se sentía capaz de continuar viéndolo de frente sin sentir la peor humillación posible, pero al mismo tiempo, no sentía el valor suficiente para dejarlo y marcharse por completo. ¿Qué tan cruel podían ser sus sentimientos para tenerlo en semejante encrucijada? ¿Por qué no lo dejaban irse de una buena vez? Todo sería mucho más fácil si no...

Para servirle y amarlo eternamente [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora