Capítulo 20

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Le sudaban las palmas de tal forma que casi se le resbala la manija de la puerta que sostenía. Cuando el portazo sonó detrás de sus espaldas, supo que se encontraba lejos del sujeto que se había llevado su corazón... Totalmente en vano, pues no estaban destinados a amarse el uno al otro, no sin herir a los demás en el proceso.

Caminó recto por el sendero que tantas veces atravesó en momentos de dudas, hasta llegar a su pequeña habitación nuevamente. Durante el largo recorrido, se encontró con caras conocidas de desconocidos que alternativamente se iban cruzando por su camino, sin siquiera importarles el motivo de su cara afligida. Nadie lo detuvo para preguntarle cómo se sentía o qué se traía consigo. El mal que le pesaba era solamente suyo, y ya no podía seguir lidiando con algo así. Se había rendido, finalmente.

Una vez en su diminuto lugar, se permitió recoger algunas de sus pocas pertenencias. No llevaría mucho consigo, pues el camino que debía recorrer le era desconocido, y no sabría cuánto aguantaría llevando demasiada carga. Lo más seguro era que intentara regresar al sitio donde se había criado, pero jamás aceptaría ver la cara de decepción de sus padres al verlo volver sin honor alguno y enamorado de alguien fuera de su alcance, y de otro hombre, como si lo primero no fuera suficientemente vergonzante.

En una pequeña bolsa cargó algo de sus ropas, nada más. Luego, pensó que sería mejor pasar por la cocina y encontrar algo de comida que pudiera llevar por si acaso, pues el camino debería ser largo. Sostuvo con manos temblorosas sus dagas y se prendió a la espalda el carcaj lleno de flechas y sostuvo su arco con una falsa seguridad en la mano derecha.

Se encaminó hacia la cocina, deseando profundamente no hallar más problemas en el recorrido, ya que todo el mundo ahora lo miraba extraño, curiosos de que estuviera llevando sus pertenencias, previendo su próxima partida. Mas ni así alguien lo detuvo para preguntar por qué se iba, cuál era el motivo que lo empujaba a dejar su hogar de un día para el otro, tan abruptamente. A nadie parecía realmente importarle, lo cual lo entristeció de manera profunda, arraigando con una innecesaria soledad a su corazón partido.

Estaba ahora en la cocina, observando qué podría tomar de aquel lugar que no ocupara demasiado lugar en su bolso. Sin duda, algo de pan y agua sería lo único que podría llevarse para que los demás no se quejaran de su accionar, así que tomó un poco de ambos y los guardó con sus cosas. Mientras estaba en eso, sintió un agarre en su manga izquierda que lo tiraba ligeramente para que se voltee. Sorprendido, se dio la vuelta, encontrándose el rostro semi-lloroso de la cocinera con la que había tenido el asunto anterior, sobre la namoreira... No supo bien por qué, pero verla tan afligida le resultó extraño y a la vez, lo confortó de alguna forma... Al menos alguien más además de sus dos buenos amigos sentiría su partida.

- Por favor, quédate...-

Le susurró, mientras una lágrima se le resbalaba de los párpados llenos de dulzura. Nunca había visto a alguien tan preocupado por el hecho de que él se fuera, ni siquiera a su madre, pero tampoco podía entender a qué se debía. O mejor dicho, no quería saberlo, porque eso sólo lo lastimaría aún más.

- Lo siento-

Respondió él, deshaciéndose del agarre y comenzando a irse de allí. No había forma alguna de que se fuera sin herir a los demás, esto debía ser sin duda una especie de maldición que se aferraba a él tan fuerte como para esparcir su mal a todos los que lo rodeaban.

De nuevo, y esta vez con mayor fuerza, las manos de la dama se le prendieron a los ropajes, con desespero. Kherion, con ese simple acto, entendió qué tan triste estaba ella y qué tanto ansiaba su estadía. Pero, ¿cómo se lo daba a entender? ¿Qué podría decirle para que comprendiera que no podía quedarse? ¿La verdad, tal vez?

Para servirle y amarlo eternamente [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora