Capítulo 1

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Se pasea el crepúsculo del otoño entre las hojas color cobre de la estación, y entre el viento juguetón y curioso, recuerda su rostro en tal esplendor. Su voz vívida en la mente, como jamás la oyó... ¿Sabrá aquel qué tanto se lo recuerda, aquí, en el horizonte lejano de un viejo ayer?

Sumando gota tras gota, Kherion conmemora su llegada al reino del Bosque Negro, siendo apenas un niño. Nacido para servirle al futuro rey, ha llegado con sólo ese propósito.

El recuerdo se tiñe de colores sepia entre los tantos años que lleva viviendo lejos de su pueblo, por decisión propia, cabe decir. Pero tal vez, pensó, ya sea hora de rememorar, de desentrañar lo que ha sido su vida junto al más noble guerrero, junto al más bravo de los elfos... Por mucho que le duela decirlo, junto a su más grande amor secreto.

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Sí, había llegado con apenas unos pares de años cumplidos, apenas siendo un niño. Su padre le encomendó la tarea de jurarle lealtad y eterno servicio al futuro rey, al entonces príncipe del Bosque Negro. Aunque en aquel tiempo no le resultara demasiado llamativa la idea, por el honor de su padre, juraría cualquier cosa. Así que, sin ánimos de ofenderle, -pues su padre mismo había ocupado un rol idéntico, el que ahora se le daba a él dentro del reino, sirviendo fielmente al rey Oropher-, decidió tomar la tarea encomendada.

Mas por alguna razón inexplicable, su padre había abandonado, junto a su madre, el flamante Bosque Verde, procurando llegar a los límites de otros bosques y encontrar allí hospedaje necesario para criar a su hijo. Él nació entre esos bosques desconocidos, criado de manera prácticamente salvaje, pues en sus venas corría sangre pura de los silvanos, criaturas magníficas con dotes para la caza mucho más brutales y menos agraciadas que la de los grandes elfos sindar. Kherion permaneció rodeado de la más vasta vegetación, luchando el día a día, aprendiendo el arte de la arquería desde que comenzó a caminar, prácticamente, siempre sabiendo cuál era su destino.

De noche, recordaba también, su padre se desvelaba contándole, bajo el resplandor de las estrellas, historias sobre las guerras que batalló al lado de su rey, y siendo su fiel vasallo, combatió con el único propósito de asegurar el bienestar de su majestad. Tanta devoción carecía de sentido para el pequeño elfo silvano que no hacía más que escuchar sin siquiera poner algo de atención. ¿Qué tenía de bueno proteger al rey si para eso se ponía en riesgo su propia existencia? Con su mente poco desarrollada, a una edad demasiado temprana, no podía encontrar respuesta a aquello.

Y ahora, con tan sólo algunos pares de años, el deber lo obligó a dejar atrás a su madre, a su padre, en el bosque querido que lo acunó tantas noches, para servirle al príncipe sindar del Bosque Negro. Había oído hablar de él a su buen padre, diciéndole que su nombre era Thranduil, y que por el honor de toda su familia, debía serle fiel y cumplir con su demanda real hasta que su ser dejara de existir. Las palabras sonaban duras, pero nada de eso, -ni la ardua preparación a la que se sometió anteriormente, ni la palabrería de sus padres para que no desesperara-, le sirvieron para no sentirse perdido y asustado en aquel extenso salón real, una vez arribó dentro.

¿Y cómo olvidar su reacción cuando observó por primera vez al joven príncipe? Ya contaba con sus buenos años encima, y según oyó, estaba a punto de contraer matrimonio. Su elegancia y su carácter duro lo dejaron petrificado desde el momento en que tuvo el placer de posar sus ojos en él. ¿Y qué era lo que estaría pensando Thranduil cuando lo vio tropezar torpemente en su primer encuentro? Seguramente nada bueno...

Día tras día, se esforzó en aprender de él todo lo que pudiera enseñarle sobre el arte de la espada, ya que se destacaba bastante bien en la arquería. Fue creciendo plenamente en un reino donde jamás se lo echó a menos por el lugar del que procedía, y a medida que los años pasaron, sumándole algo de madurez a su juventud. Y entre tantos momentos plácidos, se mantuvo siempre al lado de su ya ahora Rey Thranduil; y estuvo a su lado presenciando la muerte de su anterior rey, y también el día en que su joven esposa abandonó el mundo de los vivos. Lo vio criar a su hijo con el mayor de los honores, y servir a su pueblo como un gobernante poco grato pero justo. De mano dura cuando debía serlo, impasible y siempre digno.

Para servirle y amarlo eternamente [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora