Capítulo 54. El día de la boda (Parte 1)

81 7 1
                                    

El gran día de mi boda había llegado. Tengo los nervios de punta. No se si quiero llorar, reír o ambas.

Toda nuestros parientes estarán aquí, nuestros amigos. Si, nuestros amigos, excepto Nicolás. Todavía no ha llegado al país. No me quiero imaginar de lo que soy capaz de hacerle si no se aparece en mi boda.

Hace tres horas me escribió diciendo que su vuelo se había retrasado y que posiblemente no iba a poder llegar a tiempo. Se suponía que llegaría al país dos semanas antes de mi boda, pero decidió quedarse unos días más porque no había logrado concretar un negocio. Típico de Nicolás: todo lo deja para el último momento.

Seré paciente. Si falta en este día que es tan importante para mí lo voy a ahorcar.

Estoy comenzando a hiperventilar. Me debo tranquilizar.

—Ya es hora Hanna Beth. ¿Lista? —pregunta mi hermana Gina, quien acaba de entrar a la habitación.

—Si. Estoy lista —me alisé con las manos mi hermoso vestido blanco.

—El auto está afuera para llevarte. Mi papá dijo que te espera en la entrada de la iglesia.

—De acuerdo —dije, aún más nerviosa.

—Tranquilízate. ¿Ya sabes si Nicolás vendrá?

—No lo sé. Espero que sí llegue porque sino tomaré un vuelo a Estados Unidos solo para matarlo.

Gina suelta una risita.

—El sabe que algo así harías, por eso estoy segura de que llegará. No te preocupes.

Me subo al auto y nos ponemos en marcha.

Tengo que disfrutar mi día. ¿Qué gano con estresarme?

Después de recorrer la mitad del trayecto, el auto comienza a hacer un ruido extraño. Se detiene y empieza a esparcir humo.

Oculto mi rostro con las manos.

—Esto sólo puede pasarme a mí y especialmente el día de mi boda —me dije a mí misma.

Bajé del auto. Tomé mi celular y marqué al número de Robert.

—¿Robert? Amor. ¿Estás en la iglesia?

—Si cariño. ¿Llevas el celular contigo?

—Si... ¿Por qué?

—No... por nada. Es que creí que lo dejarías. Pero dime ¿qué pasó mi amor?

—Nos quedamos accidentados. Necesito que por favor mandes a alguien por mí.

—¿Con quién estás?

—Con el chofer.

—¿Y tu papá?

—Me está esperando en la iglesia.

—Iré por ti. ¿En donde estás?

—No vengas tú. Manda a alguien. Tienes que estar con los invitados. Estoy en el centro, frente al edificio corporativo Los Olivos.

—Está bien. Enviaré a alguien por ti. Por favor no te vayas a estresar y mucho menos vayas a llorar. Te conozco. Te amo mi vida. En un ratico nos vemos.

—Yo también te amo —dije.

De más estaba decirme que no me estresara porque ya lo estaba. Mis ojos estaban llenándose de lágrimas. Tuve que pestañear varias veces para contenerlas.

En ese momento entra una llamada a mi celular. Es Nicolás.

—¡Beth! Pude tomar un vuelo antes. Voy en taxi lo más rápido que se puede ¿Estás en la iglesia?

—No. Todavía no he llegado. Estoy accidentada.

—Una pregunta ¿Por qué llevas el celular contigo?

—¿Acaso tiene algo de malo traerlo?

—No... es que es el día de tu boda. Pensé que sería lo último que te llevarías. Como siempre lo dejas en cualquier lado.

—¿Y entonces por qué llamaste si imaginabas que no lo tenía?

—Pues no estaba de más intentarlo. En fin... ¿en donde estás?

—En el centro.

—Dame una referencia.

—Frente al edificio corporativo Los Olivos.

—Voy por ti.

—No te preocupes ya vienen por mi.

—Estoy a cinco minutos. Voy por ti.

Momento después, Nicolás se baja del taxi, se dirige a buscarme, dándome un cálido abrazo.

—¡Hey Hanna Beth! Estas cosas definitivamente solo te pasan a ti. Ven sube.

—¿Quieres que llegue a mi boda en taxi?

—¿Te vas a poner exigente?

—Pero es que mira... es un taxi.

—¿Y qué? ¿No quieres acaso llegar a tu boda?

—Si quiero llegar. Pero mi sueño de una boda espléndida no era llegar precisamente en un taxi.

—¡Oh por Dios! No te pongas con eso —mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas nuevamente —. ¡Hanna Beth no! No vayas a comenzar a llorar. Déjame ver... dame un segundo.

Nicolás toma el moño de decoración que está en el capó del auto accidentado y le pregunta al conductor del taxi si lo puede colocar allí. El taxista accede.

—¿Te parece mejor? —me pregunta.

—Mmm... un poco.

—Está espléndido pequeña. Vamos.

Amado amigo míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora