Capítulo diez: Ayuda.

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El niño solo se sentó en la cama y con su mano derecha quitó las lágrimas del rostro de su papá, a él no le gustaba llorar y no quería que el hombre llorara por su culpa. Cuando vio la sonrisa en el rostro de Oscar se volvió a recostar sonriendo, siendo arropado nuevamente.

— Voy a Dejar al Naiko — El rapero besó la frente de Jaime antes de salir.

Se acomodó en la cama mirando al techo, la luz del amanecer iluminaba la habitación donde se encontraba. Repasando con sus dedos los lugares que le dolían se dio cuenta que nunca entendió las razones de Enrique para golpearlo, él lo quería y estaba contento con sus dos hermanas pequeñas, a parte su mamá era feliz con él y Jaime amaba a Catalina. Tampoco entendía Por qué su papá decía que lo amaba si solo lo visitaba una vez al mes cuando estaba viviendo con su madre, él lo esperaba todos los fin de semana en el patio delantero, sentado en el pasto viendo como las hormigas caminaban. Había tantas cosas que el chico no entendía y que ahora le dolían en su pecho.

Se recostó de guata abrazando la almohada cuando la palabra orfanato retumbó en su cabeza y sin poder aguantar más se puso a llorar, no quería ir a un lugar donde lo trataran como Enrique lo trataba y tampoco que la policía se llevará a su mamá por no cuidarlo. Aunque debía aceptar que muchas veces lo había tratado mal y él deseaba desaparecer, morir o tener otra familia.

En su colegio antiguo solían llamarlo guacho por no vivir con su papá, un colegio sumamente religioso en donde el matrimonio por la iglesia era más importante que la relación de la misma pareja. Había defendido sin fundamentos que no era un guacho, creyendo muchas veces que lo era pero, siempre fue algo soportable. Hasta ese día, esa mañana cuando a la fuerza su compañero repitente lo obligó a meterse al baño con él. El chico ese dos años mayor era el típico niño problemas pero, sus padres eran los guías de catequesis así que era el protegido. Se sintió en pánico cuando arrinconado contra la pared fría del pequeño cubiculo el chico recorría su cuerpo. Cuando fueron descubiertos y el niño lo culpó, todo el mundo le creyó, quedó como un pervertido sin conocer la palabra y un desviado como su papá. Esa fue la primera vez que creyó odiar a su padre, odiar que lo hubiera abandonado y que más encima le hubiera dejado de herencia el constante acoso de los alumnos del colegio. Comenzó a creer que los golpes eran tan normales como los acosos, que meterse al baño con la gente en casa era normal y que su abuela tenía todo el derecho sobre él. Entre lágrimas se quedó dormido, pero solo logró dormir unos minutos. Asustado se levantó de la cama y recorrió el largo pasillo de esa casa antigua, vestido aún solo con el poleron del amigo de su papá comenzó a tiritar de frío, pero para él eso era tan normal como perderse la cena.

Fue Joaquín el que despertó y levantándose de la cama intrigado por los sonidos de la madera encontró al niño caminando de vuelta a la pieza.

— ¿Jaime? — el chico dió un salto acercándose a la pared — ¿Tu papá?.

— Fue a dejar a Naiko — levantó la vista cuando el hombre encendió la luz del pasillo.

— ¿Qué te pasó? — Joaquín se arrodilló frente al niño levantándole el mentón.

—  Nada, solo me porté mal — al levantarse el olor a orina le llegó al anciano.

— ¿Te portaste mal? — Frunció el ceño — Vamos a bañarnos.

El corazón del chico se presionó, una de las cosas que menos le gustaba en su vida era bañarse con su abuelo. Sin querer caminar se obligó, sabía que si no llegaba unos minutos despues el Tata José lo trataba peor, obligandolo a hacer cosas que le provocaban ganas de vomitar.

— Una ducha rápida para que entres en calor — Susurró cuando ya el baño estaba temperado — Voy a buscar tu ropa.

Salió del baño dejando al chico solo y confundido, Jaime se metió bajo el agua esperando a su abuelo.

— ¿Esas marcas Jaime quien te las hizo? — Joaquín miraba aturdido la cintura del chico.

— No sé — levantó los hombros asustado, asustado por lo que se venía.

El anciano se acercó al niño y levantándose las mangas del pijama comenzó a lavarle el pelo, ya listo le entregó el jabón.

— Lávate el cuerpo — le dijo mientras se secaba las manos.

— ¿No lo harás tú? — lo miró extrañado el niño.

— No, tu cuerpo solo lo puedes tocar tú, nadie puede tocarte ni siquiera para jabonarte hijo — El chico miró al piso, había sido tocado tantas veces antes que ahora no entendía nada — Cuando alguien te toca jaime, eso se llama abuso sexual — Necesitaba meter esa idea en la cabeza del niño, las marcas que había visto en la parte baja de su cuerpo no eran de golpes — y tú tienes que contarle a los papás.

— Yo le conté a mi mamá — se apuró en contestar el niño — yo le conté y me dijo que me estaban ayudando.

— ¿Ayudando? — Preguntó Joaquín.

— Sí, pero a mi no me gusta que me ayuden como lo hacen ellos — "ellos" retumbó en la cabeza del mayor — me gusta como me ayuda mi papá — Las lágrimas del niño se perdían con el agua — yo no quiero que me ayuden más.

En una súplica miró a su abuelo, transmitiendo toda la angustia que en sus cortos ocho años tenía, toda la presión de ocultar y callar lo que su familia le hacía por ser un desviado. Con el dolor que había sentido tantas veces cayó al piso de rodillas, sujetando el jabón entre sus pequeñas manos.

— Eso no es ayuda hijo y con nosotros eso no te volverá a pasar — Joaquín se acercó al niño reteniendo la angustia que sentía — No dejaremos que ellos vuelvan a hacerte daño pero, tú nos tienes que ayudar para que eso funcione.

No sabía el anciano que la familia de Catalina no estaba interesada en perder al chico y pelearían por volver a tener su juguete.

Confía en mí [Historia Gay Sin Incesto]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora