Capítulo treinta y cuatro: Brasil.

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Abrumado Oscar salió de la casa de Catalina, no quería verla y tampoco dejar la caga más de lo que la había dejado. La mujer tomando a la pequeña niña que dormía en su habitación corrió tras el rapero.

— No me vas a dejar así Oscar, sé que irás donde el niño y quiero saber quién hizo ésto — Golpeaba el vidrio sin parar de llorar. El hombre resignado quitó el seguro.

— No quiero que hables cuando esté con él, con el Jaime ya entendí que nada le sacaremos por la buena.

Haciendo partir el auto se recordó a él mismo hace siete, quizás seis años. Con la mujer sentada en el asiento trasero acurrucando un bebé. Imaginó lo distinto que sería todo si él no hubiera decidido probar el lado homosexual, si no hubiera sido infiel o si se hubiera preocupado antes de como era la persona con la que se estaba acostando. Como sería todo si no hubiera sido tan impulsivo hace unos años.

Se detuvo fuera del colegio del niño, aún lloraba en silencio junto a la chica y dos fotos quedaban en el asiento del copiloto. Se bajó limpiándose el rostro y respiró profundo. Debía ser fuerte o por lo menos intentarlo. Caminó tranquilo hasta la inspectoria, lento y respirando con calma, deseaba con su corazón que el camino se le hiciese eterno, pero sabía que no.

Le pidió a la inspectora retirar al chico y sin hablarle lo esperó en la puerta. Cuando Jaime pareció con una sonrisa él se giró y comenzó a caminar al auto.

— Papá esperame — Sin entender que había hecho mal Jaime lo siguió a paso rápido — ¿Estás enfadado papá?.

— Sí — Respondió el rapero con el estómago revuelto y la cabeza en otro lado — Tenemos que hablar algo muy grave.

— ¿Hice algo malo? — Oscar abrió la puerta del auto donde el chico con el ceño fruncido miró a su madre — ¿Qué pasa papá?.

— Sube Jaime, en la casa hablamos — Navarro se sentó a un lado de su madre, su hermana aún dormía y Catalina lloraba en silencio.

El camino a la casa de los padres de Oscar se les hizo eterno a los tres, Oscar armando en su cabeza lo que diría y Catalina rogando que nadie conocido tuviera que ver en el tema. Bajaron del auto y en el comedor el rapero giró una silla para que jaime se sentara.

— Recuerdas ésto — Puso Play en el vídeo que aún estaba en su televisión — ¿Sabes quién es? — El niño puso una cara de pánico igual que la de su madre — Yo sé que eres tú.

— No — Negó con rapidez, sus ojos tenían un brillo intenso — No sé quien es — Catalina tomó el control y apagó el televisor.

— Ya me aburrí Jaime, me aburrí de que me mientas — Oscar alzó la voz — Ahora te daré dos opciones y tu veras cual te parece mejor, ¿entendido? — Jaime no respondió — O nos cuentas quien te hizo hacer esto o te vas a un orfanato.

— No puedes enviarme a un orfanato — Soltó asustado.

— Claro que puedo y con tu mamá estamos de acuerdo en enviarte si tú nos sigues mintiendo — Catalina asintió esperando que todo lo que decía su ex pareja funcionara.

— ¡No puedes hacer eso! — Le gritó el niño a la mujer — ¡No puedes enviarme a un orfanato!.

— Entonces cuéntanos Jaime — habló  Catalina que lloraba en silencio.

— ¡No-No puedo! — El niño comenzó a llorar.

— Entonces llamaré al orfanato — El rapero sacó su teléfono celular — Una oportunidad más Jaime.

— ¡No lo hagas papá, por favor no lo hagas! — Oscar comenzó a teclear un número que sabía de memoria, el número de su padre — papá — El ruliento lloraba, sin saber que hacer estaba entrando en pánico.

Su mente, entre recuerdos viejos y amenazas que se repetían de forma repetitiva no sabía cómo reaccionar, y Jaime con solo ocho años empezaba a colapsar. Lloraba presionando su mandíbula, pensando que sus padres, ahora frente a él lo enviarían a un lugar donde le harían cosas tan feas como las que Enrique y su abuela llevaban haciendo desde que tenía memoria. Cuando escuchó el primer timbre sintió su cuerpo frío y un escalofrío le recorrió la espalda.

— Perdón hijo — Oscar guardando toda la angustia que sentía esperaba que el niño hablara y cuando sintió que el teléfono vibraba avisando que habían contestado se llevó el celular al oído — Buenos días, necesito entregar a mi hijo al orfanato.

— ¡No! — Gritó el ruliento — Fue la abuela — Jaime bajó de la silla corriendo y abrazó al rapero de la cintura — La abuela Matilde, la abuela Matilde me obligaba a trabajar para pagar la casa — Catalina dejó de respirar unos segundos, sintiéndolos eternos — ¡Si yo no lo hacía lo tendrían que hacer mis hermanas y yo, yo no quería que pasaran por eso. Duele mucho papá!.

— Te explico luego — Oscar Tragó saliva, sentía que su mundo volvía a caer y cortó el teléfono.

— Por favor perdón, perdón si ganaba poco dinero para pagar la casa yo no quería que las niñas trabajaran — El ruliento miró a Catalina quien respirando acelerado cayó al piso de rodillas. Se abrazó a si misma y comenzó a llorar — Perdón.

— No — Cuando el niño miró a su padre, éste lloraba — Perdonanos tú a nosotros por dejar que ésto pasará. Tú no tenías que pagar la casa Jaime, ella te mintió — El rapero se hincó frente al chico atrayéndolo a su cuerpo, sin saber cómo explicarle que havi sido abusado, sin tener las palabras para hacerlo ni la fuerza para contarle y hacerle entender que un niño no debía pasar nunca por eso — Ella te usó Jaime para hacer estos vídeos sin que nosotros supiéramos, yo te juro que nosotros no teníamos idea de lo que ésta mujer enferma hacía y te prometo que no volverá a pasar nunca más.

¿Cómo podía prometer qué no volvería a pasar si él, como adulto en ocho años no había podido detenerlo?, ¿Cómo podían pedir que el niño siguiera su vida si ellos como padres, no eran capaces de imaginarlo? Pero era claro que aquí los más traumado eran ellos, los adultos de la situación que no entendían como la mujer de ya setenta años podía abusar de un niño que decía amar y a los minutos sonreírle a la madre del chico sin remordimiento alguno.

Catalina con la mente confusa y con la rabia gobernando en cada pensamiento racional, recordó que su madre ese día viajaba a Brasil.

Confía en mí [Historia Gay Sin Incesto]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora