Oh Sehun había sido enviado directamente desde el Vaticano. Su labor, servir a su dios en aquel recóndito pueblo del que el Padre Kim fuera descomulgado bajo extrañas razones que la mayoría desconocía. Sehun no era un sacerdote convencional, pero au...
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Fuente OrangeeDeer944
Su casa en la playa parece estar lejos del resto del mundo, sus únicos vecinos son Chanyeol y Baekhyun, pero esa noche ellos no se encuentran. Es por eso que Sehun tiene a bien hacer el amor al aire libre, bajo un manto de estrellas detrás del cual se imagina a Dios observándolos, pero no le incómoda porque cree que amar físicamente a Luhan es tan puro como orar al Cielo.
La luz de la luna viste sus pieles y las transforma en seda nacarada, las caricias del viento los envuelven como abrazos de un ser natural e invisible. Y las alas de Luhan se extienden en todo su esplendor cuando el orgasmo lo envuelve.
Se tocan con devoción, se besan con hambre y se abrazan hasta que pueden respirar bien una vez más. El medio arcángel camina desnudo mar adentro y Sehun observa la visión divina recostado desde la sábana. Su hombre celestial juega con las olas del mar y cuando vuelve, sus majestuosas alas siguen siendo tangibles. El sacerdote las acaricia y cede ante su espíritu curioso y travieso arrancando una pluma. Un grito afilado y alto tortura sus oídos como si una daga lo hiriera, Luhan cae hacía atrás y cuando Sehun deja de cubrir sus orejas, abre los ojos y descubre la mirada asustada de su esposo. Una impoluta ala blanca está manchada con gotas de sangre.
—Lo siento, lo siento, lo siento —las disculpas y explicaciones no parecen suficientes, pero para Luhan bastan, él sabe a ciencia cierta que Sehun no lo dañaría a propósito. A pesar del horrible dolor que sintió, el perdón llega con un beso.
Media hora después, una pluma ensangrentada descansa en la mesa al lado de la cama, el travieso sacerdote se revuelca de dolor porque los estigmas en sus manos están quemando y sangran. Posiblemente esta última travesura le cueste meses de un malestar crónico en sus manos, pero mira a Luhan cambiar sus vendas con tal devoción que incluso en medio de un suplicio semejante, es capaz de sonreír.
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