Me adentré en un mundo de personas bonitas,
de refugios,
donde me resguardo de las tormentas,
más vulnerables,
incluso de la ínfima gota de lluvia.
Basta,
no quiero experimentar por enésima vez,
mi alma desgarrada de dolor, haciéndome trizas por dentro.
Dejé de contar lunas.
Dejé de aguantar tempestades.
Tendí mis ilusiones mojadas
de lágrimas al sol,
con el fin de recuperarlas.
Me subí a ese tren,
del que todo el mundo habla
pero nadie es capaz de subir
por miedo a perderse.
Aprendí a volar,
a sentir la brisa en cada rincón de mi cuerpo,
a extender los brazos y respirar,
sin miedo a caer, sin miedo a mí.
Y pinché la burbuja.