Capítulo 58. ¡Me las pagarás!

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Todo se volvió oscuro hasta que mis ojos se acostumbraron de nuevo a la cueva, y tal como lo dijo la Naim, los tenía ante mí, una legión de sombras, unas que nunca había visto, esas manchas de tinta en el aire tenían destellos cobrizos en su forma flotante, ellas están rompiendo mis sellos, uno tras otro lo veo, veo cómo rompen las barreras que puse por si Andree venía, y cómo mi cuerpo entero parecía servirse a ellas. Me levanté del suelo, miré el cuarzo perfectamente pulido, estoy tan segura de que vienen por él, y de paso por mí.

Creé un campo de energía a mi alrededor, intensificando la cantidad de energía que mi cuerpo emana naturalmente, con este hecho me dispuse a atravesarlas, así que corrí hacia ellas sin más, como si estuviese a punto de chocar con el vidrio de una ventana.

A medida que me acercaba, oía un siseo que salía de las sombras, era realmente perturbador, pero no me queda de otra, así que corrí entre ellas, parecían sufrir, pero no desaparecían, al contrario, se pegaban más a mí.

La capa de campo que me rodeaba se iba adelgazando a medida que las tocaba, por lo que tenía que crearla una y otra vez, cuando al fin me hice a la luz del bosque, mi corrida no acababa, porque ellas comenzaron a seguirme, y con el sol en alto, me di cuenta, que esas cosas mejoraron de alguna manera única y exclusivamente para llegar hasta mí.

Comencé a lanzar pequeñas bolas de energía hacia ellas, pero las esquivaban, me hacía entre los árboles, de un lado y otro, hasta que llegué a un campo abierto empinado, estoy a mitad de un cerro, y el calor a esta altura y a esta hora me están cansando.

Entre mi corrida desesperada me descuido, y una mancha de tinta se pone frente a mí rozándome el rostro y provocando que todo el lado derecho de mi cuerpo ardiera, como si miles de abejas estuvieran dejándome sus aguijones en el cuerpo.

Gracias al miedo fui nuevamente aumentando la velocidad, entre jadeos y quejas de dolor, la única conclusión que pude sacar es que ahora las sombras no son tan débiles como antes lo eran.

A campo traviesa estaba, en medio de la nada, seguida por esas manchas de tinta que no buscan nada más que la roca y quizás matarme, en lo que corría sabía paso a paso que el peligro era inminente, que solo había una opción, huir e intentar destruirlas.

De tanto en tanto giraba lanzando energía, alguna que otra explotaba cuando era alcanzada, pero en esto mismo me enfrento a la realidad en un segundo, antes de pensar en una salida eficaz ya tenía un problema, frente tenía un acantilado y la velocidad que llevo me traerá los efectos de la inercia sí o sí, freno derrapando mis pies contra el suelo, rogando no hacerme puré con las rocas que llegase a encontrar al final, pero por arte de magia quedo clavada en el aire al borde del precipicio.

— Agradezco que seas poco femenina y uses estas remeras de niño— la voz de Helios sonaba a alivio, y no puedo negar que yo también estaba aliviada de oírlo.

Me estira hacia él llevándome en sus brazos con fuerza, en eso, siento la energía dispararse de mi cuerpo al suyo, como si corriera hacia él con desesperación.

— Las sombras...— digo en un jadeo ridículo en medio de sus brazos.

Helios me separa de su cuerpo, en eso levanto la vista y me percato que ya no están. Él las hizo desaparecer. Lo había olvidado, él puede trasformar la energía, él puede combatirlas en un solo pestañeo

— ¿Te teleportaste? — pregunto separándome más de él, esperando que me grite, que me llame la atención.

— Te salvé —dice remangándose la camisa negra dejando descubierto sus hombros al sol y su tatuaje de energía— No me enojaría un "Gracias" de tu parte.

— Hiciste lo que debías hacer—dije tirándome al suelo doblando las piernas sintiendo el dolor recorrer desde mi cabeza, bajando por mi pecho hasta la cadera, todo el lado derecho parece estar siendo atacado por agujas.

La Piedra y El Sol [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora