Capitulo 17. Amenaza

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Su voz era cálida a mis oídos, estábamos bajo aquel lapacho de mi escuela. Sentadas, ambas teníamos un vestido blanco y el cabello trenzado, recuerdo a esta niña, tan bien, porque uno nunca se olvida de los fantasmas, porque uno siempre guarda los miedos al fondo de los recuerdos. Estábamos comiendo las frutillas más ricas que nunca haya probado, rojas y brillantes, jugosas en verdad.

—Ella no es confiable, pero tampoco quiere herirte ¿sabes? — dice mientras toma otra frutilla.

—¿Hablas de esa mujer? — pregunto algo temerosa.

—Sip, ella se ha dejado consumir por la ira hacia los seres humanos, y creo que quiere hacer lo mismo contigo.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que ella espera de mí?

—Lo sabrás en su momento...— dice muy seria.

—Aún duele... sabes, aún siento a esos niños muriendo, a sus madres sufriendo. Si existe un Dios, debería solucionarlo ¿no? — asevero con un toque de rencor.

La niña me miró, mientras levantaba las cejas de manera sugestiva, luego volvió a comer del canasto de frutillas, no sin antes soltar un suspiro.

—No deberías hablar así de Dios.

—Ja, perdón, pero es lo que pienso.

—La vida es mucho más que sufrimiento, la idea de este concepto mi querida Zafiro, es ver si el libre albedrío es suficiente.

>>El ser humano lo hace todo cuando sabe que recibirá algo a cambio, y tú no sales del esquema... por completo.

—No te entiendo...

—Aún no lo haces, pero ya me entenderás. — no quiero hacerlo, así que intento desviar el tema.

—Estas frutillas son riquísimas, ¿solo existen en los sueños?

—No, estas son más que reales, que tú estés durmiendo, no significa que lo que pase ahora no sea real.

Las hojas del lapacho empezaron a caer con el viento terrible que azotó el lugar. La niña empezó a temblar, y yo me incomodé. El terror no era una opción, no sé si para tranquilizarme, o porque en verdad me quería dar una sonrisa; la hermosa niña, cambió su expresión.

—El silencio es a veces nuestro refugio, pero no siempre nos da lo que queremos. No siempre puedo visitarte, está prohibido que tengamos contacto. Solo quería decirte, que no está mal admitir que te gusta Helios.

—¿Disculpa? ——Me atraganto con la frutilla y ella me da otra sonrisa, pero esta vez de manera pícara.

—Adiós, recuerda: tú eres parte de la humanidad, no te deshumanices.

El aire no llegaba a mis pulmones, estaba tosiendo, una y otra vez, me levanté de la cama de un salto cuando Helios me da unos golpecitos en la espalda. Intento respirar. Sé que me atraganté con aquella última frutilla, pues el sabor sigue en mi garganta.

Al fin se me pasó, y respiro normalmente, caigo en la cuenta de que abandoné a Helios, por quedarme dormida y él siguió aquí a pesar de ello.

—Disculpa, por quedarme dormida—Digo avergonzada.

—Tranquila, solo fueron 2 horas...

—Ohhh, quiere decir que ya son...

—Sip, tus padres están abajo, acabo de subir, estábamos hablando del viaje, yo vine a despertarte...

Su rostro es el de alguien cansado, y también con sueño, me siento culpable por haberlo hecho quedarse conmigo. Pero también agradecida con él.

—Yo... le dije a Tía Rita que te cortaste las manos alzando tu velador...

Mintió por mí, la verdad, ni había pensado en qué iba a decirle a mis padres, pero él se prestó a arreglarlo por mí. Me incomoda que él llame Tía a mi madre, pero ya es una costumbre que quedó en mis amigos desde que estábamos en el colegio. Yo también digo Tía a la mamá de Gizah. Creo que eso ya no cambia más.

—Gracias... — Me siento de nuevo en la cama y sostengo la idea de que el chico que me odia veló por mí todas estas horas.

—Bien, vamos a firmar los documentos...

—Ya firmaron, solo faltas tú—Sobre mi escritorio deja el folio, y me brinda una mirada de incomodidad, él ya se quiere ir. Y no lo retendré más.

Me acerco al escritorio y a duras penas firmo la hoja. Solo era el pedido para que los padres otorguen el permiso a sus hijos, estaba la nómina de alumnos y es allí donde me detengo, algo llamó mi atención, el nombre de una integrante más. "Ebe Anahí Lendra" Era una compañera del curso de Helios.

—¿Una más?

—Sí, una más...

Él guarda de nuevo el documento cuando lo siento mal, e incómodo, entonces lo suelto.

—Gracias... deberías irte... ya es tarde— procuré decir sin que se notara mis ganas de atajarlo.

—Sí, eso haré... Vendré a las tres de la tarde para que vayamos junto a Berenice. De paso llevaré a la Nona a su casa. ¿Está bien?

Asiento, y él hace lo mismo, cuando gira para irse, nació algo en mí, como un deseo incontrolable, una tristeza inmensa, y una preocupación, sentía como si lo arrancaran de mi ser, y dolía, a pesar de todo lo que me dijo, a pesar que mi alma se quebró cuando confirmo que me odiaba, no podía desprenderme de éste sentimiento, la niña de mi sueño tenía razón, me cuesta admitir que Helios me gusta.

No sé qué fue lo que pasó por mi cabeza en ese instante, pero fui directo a él y lo abracé por la espalda, sentí todo su cuerpo tensarse. Grave error. Se libró de mi agarre con mucha delicadeza, me miró fijo a los ojos, entonces yo lo esquive, el arrepentimiento se instaló en mí, no debí haber hecho eso, él se acercó hasta mi oreja derecha, su cercanía era tal, que su perfume me invadió el alma, me quedé tan quieta, que hasta contuve la respiración.

—No confundas el agradecimiento que sientes hacia mí, Zafiro... no busco que sufras, pero si no entiendes que no, terminarás llorado. Siempre estaré para ayudarte, pero no pidas más... no intentes tensar la cuerda más.

Al terminar de decir esas palabras se fue, y su amenaza quedó en mí, como cuchillos fríos que atravesaban mi mente. No sé qué pretendía con ese abrazo, solo sé que mi alma está destruida. Helios no me quiere, ni como amiga.

Luego de eso, puse mis manos sobre el cuello, donde está mi herida, y pensé en Hugo, pasé por cada palabra que dijo Helios, y creo que tiene razón.

Cuando pensé que las cosas no podían empeorar, ocurrió eso mismo, de nuevo oí el sonido de las moscas en mi tímpano, lo que provocó que corriera, casi como en una carrera, voy hasta el baño, y empieza mi odisea, eché lo poco que tenía en el estómago. Lavé mi rostro y esa sensación volvió a mí; el sonido a cascabeles, las manos tocando mi cuerpo.

Pero no me dio miedo, sabía que estaba detrás de mí, que extendía sus manos, que intentaba quebrarme de nuevo, pero esta vez, no me dejaría vencer, no tan fácilmente. 

La Piedra y El Sol [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora