19.- La espada grande, fuerte y dura.

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            La noche era oscura, sin luna, sin estrellas, sin esperanza. Sobre el lago se erguía un monumento a la muerte, una poderosa bestia que con su presencia echaba por suelo toda esperanza y que con su ira hacía bullir los mares: ahí estaba Leviatán, el custodio del portal de ladrillo. Rhis estaba parado inmóvil mirando cómo el blaknight se aproximaba hacia él. El Leviatán no podía desaprovechar la oportunidad. Había recibido instrucciones precisas: debía encontrar al muchacho y matar a cualquiera que estuviera con él, pero a él no podía arrebatarle la vida, el mal lo necesitaba. Dirigió su hocico furioso hacia el guerrero y exhaló a gran presión una inmensa cantidad de agua quemante. Eliyah, que corría preocupado por Rhis no se dio cuenta del sorpresivo ataque del tortuoso y continuó corriendo, o al menos eso estaba haciendo cuando una poderosa fuerza lo apartó del camino de la hirviente agua, lanzándolo bruscamente hacia la derecha y dejándolo caer sobre el suelo. ¡Magia!

            El Leviatán estaba tan sorprendido como el resto, no había esperado esa situación, tenía la seguridad de que el ángel iba a morir bajo su infalible ataque, pero algo había fallado, no había reparado en un sujeto, en el tipo de la túnica blanca, un infame mago que emergía de las sombras. Nadie lo esperaba, nadie esperaba que apareciera Susky. La serpiente verdosa se llenó de ira, ningún humano la iba a desafiar y saldría airoso de su presencia, por otro lado, aquel mago parecía bastante débil, se acercaba tambaleante, apoyándose en su bastón, casi sin fuerzas, la muerte estaba rondándolo, lo sentía.

            –¡Susky! –Exclamó Rhis feliz de volver a verlo.

            –¡Te has levantado! –Gritó sorprendido Eliyah. Acababa de dejarlo tendido en el césped, descansando luego de su duro encuentro con los magizians, pero ahí estaba Susky, dirigiéndose trabajosamente hacia ellos, pero no los iba a abandonar sin intentar ayudar, su último esfuerzo. La magia no es inagotable, es una mezcla de energía física y mental. Un hechizo mientras más poderoso es, más deteriora el cuerpo y la mente y, si el conjurador no está capacitado, podría sucumbir ante un poder superior y morir intentando efectuar alguna magia poderosa. Algo así era lo que sucedía con Susky, acababa de realizar unos conjuros sumamente poderosos, era la primera vez que intentaba realizarlos y estaba feliz de haberlo conseguido, pero había quedado sumamente débil, se sostenía en pie a duras penas. Una vez más había salvado a Eliyah ocupando su magia para apartarlo de una muerte segura, pero a cada acto mágico quedaba más débil. Recordaba a su maestro, él le había enseñado sus primeros conjuros y cómo lograr una concentración mayor, le había enseñado a dejar su mente en blanco, a sentir la magia correr por su cuerpo, por sus músculos, por su mente, hasta que ésta salía despedida de él; su maestro le había enseñado aquel gran conjuro: <<”Los muros de Jericó” es un poderoso conjuro y útil en situaciones extremas>> le había dicho su padre, su primer y único maestro, <<nunca lo realices a menos que sea cuestión de vida o muerte, es un encantamiento muy avanzado, que requiere de una excelsa energía y concentración. Yo mismo dudaría en usarlo alguna vez>>, pero Susky no había dudado, veía que los magizians los habían acorralado, eran cinco seres que ocupaban la magia como arma principal, no podrían contra ellos, no había forma de vencerlos a todos a la vez antes de que pudiesen hechizarlos, pero el mago era astuto y decidió despistarlos, despistar a los magizians y a su compañero, por eso desapareció así, tan súbitamente, para desconcertar, para ganar tiempo. Sólo se había trasladado unos metros hacia atrás, escondido, esperando el momento propicio, de pronto del lago surgió el tortuoso, el mago lo supo en el instante en que lo vio, de ahí provenía toda aquella energía oscura que sentía. Aprovechó la conmoción de aquella tenebrosa aparición y lo hizo, era en ese momento o nunca, consciente de que podría no soportar la magia: “teichos Hierichó lachash”, ¡había resistido! Su poder había alcanzado y los muros de Jericó se alzaban, imponiéndose alrededor de los magizians y del ángel. Alertando a su compañero para que saliera de ahí, rápidamente sumó otro encantamiento, uno menos complejo, pero provechoso en aquella ocasión, el de la atracción polar: “piptó petó lachash” y los muros de Jericó cayeron, desplomándose y llevándose la vida de sus enemigos en su caída: los magizians habían muerto, y el mago casi los acompaña en su fúnebre destino. Aquel último hechizo se había llevado las últimas reservas de magia que le quedaban, sus últimos soplos de vida, perdió el conocimiento, creyó que había muerto, pero no, estaba despierto ahora, sostenido a penas apoyado en su bastón de mago, en pie, valeroso, victorioso y moribundo, pero sumamente consciente de todo. Frente a él, una gigantesca serpiente lo observaba curioso, él no la miró a los ojos, pero sentía su mirada posada sobre él, aquella bestia era un Leviatán, un mítico ser creado con un propósito inicial, custodiar la entrada a Markutis para que el mal no entrase, pero ahora era un ser corrupto, codicioso de poder, lleno de maldad. En ese instante comprobó lo que habían oído anteriormente de boca de Dozzer: Karba tenía nuevos y poderosos secuaces, los custodios del portal de ladrillo la seguían, quizás nunca volvería a su tierra, pero no le importaba, ya no, ahora sabía que tenía que hacer algo, no iba a dejar que aquellos a los que comenzaba a querer, quienes lo habían aceptado y con quienes había compartido en los últimos días, muriesen por aquella bestia, no si de él dependía. Un último esfuerzo.

Un linaje especial IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora