13.- La hueste del mal.

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            –Nunca he sido de los mejores religiosos –siseaba Susky–, pero si Arnion es el creador de todo, habrá tenido la sensatez de mandar un Yasha que pueda cumplir su cometido. No seas necio –reprendió en un susurro al ángel–, quítate esos miedos absurdos, no creo que sea conveniente mantener engañado al muchacho, mientras antes sepa a lo que va, mejor.

            Eliyah lo contemplaba curioso. El mago, a pesar de ser practicante de artes ocultas, las cuales Arnion condenó, era muy prudente y asertivo cuando hablaba del Señor. Sus consejos eran sabios y sensatos.

            –En estos días junto a Rhis… –comenzó a decir escogiendo cuidadosamente sus palabras– creo que… me he encariñado del muchacho –confesó el ángel finalmente.

            –Desde el comienzo vi algo especial en él. Lo externo te podría engañar –advirtió el mago–. ¿Hace cuánto que no se conocía entre nosotros a alguien con un don divino como el de la visión? –Eliyah no respondió– El chico puede verse débil y lo que quieras, pero posee una extraña fuerza interior que no logro dimensionar ni descifrar. Por esto los acompaño, creo que debo permanecer cerca de él por un tiempo, sé que sacaré algo provechoso. No me interesa si es o no el Yasha, ese chico posee algo extraordinario de lo que me podré impregnar.

            Eliyah lo miró. Había pensado mucho sobre aquel mago. La dupla que hace un ángel y un mago es totalmente inusual, pues “¿qué comunión tiene la luz con las tinieblas?” se repetía. También el ángel se había preguntado muchas veces, en estos casi cuatro días, el motivo de que aquel mago decidiera acompañarlos. ¡Ahora sabía!, y aunque la razón fuese mera conveniencia, se alegró de haber conocido a Susky, Rhis no era el único especial del grupo, aquel mago tenía una coraza de duro, insensible y sombrío, pero el ángel siempre que miraba a sus profundos ojos sumergidos en su capucha, lograba ver un destello de luz que ningún otro mago poseía, ese “no sé qué” que habita dentro de una persona con luz interior.

            El mago era astuto y prudente, efectivamente. Anhelaba aprender de aquel ser del que se había profetizado y que debería ser capaz de vencer al mal latente. Un ser tan poderoso. Seguramente las habilidades del mago podrían ser potenciadas a su lado. En su pequeña aventura juntos, había aprendido a convivir con un ángel, experiencia invaluable, pero eso no significaba que iba a contar todo lo que pretendía. El mago era astuto y prudente, efectivamente.

            Sin darse cuenta el tiempo había transcurrido velozmente. Eliyah miró hacia el cielo, la luna descendía, debía faltar una o, a lo más, dos horas para el alba. Lo había pensado y estaba decidido a conversar con Rhis y contarle sobre las profecías de Melquisedec y sobre que él era el Yasha de aquel cántico de Jacob.

            –¿Te molesta si voy a hacerle compañía a Rhis? Sé que hace horas deberías haber ido a dormir y que…

            –Ve –susurro Susky interrumpiendo al ángel–, necesito tranquilidad para descifrar el secreto de esta misteriosa urna.

            Eliyah entró en la caverna. El mago sumió su nariz en un libro que sacó de alguno de sus bolsillos, miraba la urna y luego miraba el libro.

            –Melquisedec, abrir objetos mágicamente, revelar sellos secretos –repetía para sí el mago cuando un grito que resonó desde el fondo de la cueva hacia el exterior lo hizo sobresaltarse. Se volteó cerrando bruscamente su libro y vio como se acercaba a trote el ángel hacia él con expresión ensombrecida. Guardó sus elementos en sus bolsillos secretos y esperó hasta que Eliyah se aproximara.

            –Rhis no está –dijo lentamente como si en realidad no creyese lo que acababa de afirmar. No miró al mago, sino que miró en todas direcciones buscando alguna pista del paradero del muchacho. El mago lo contempló en silencio y caminó lentamente hacia la cueva– ¿Qué haces?

Un linaje especial IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora