Jamás volvería a dejarse pisotear, jamás volvería a ser la indefensa y atemorizada persona que había resultado ser durante todos esos años en los que había dejado que le arrebatasen el amor. Basilisco se había jurado que Dayana jamás volvería a ser parte de su vida, y efectivamente, Dayana ya no tenía arte ni parte con la historia de Basilisco.
Terminaba de tomar desayuno, en aquel gran salón lleno de cuadros pintados con imágenes alucinantes de bestias míticas y monstruos desconocidos. Sobre todas ellas, había tres que le llamaban particularmente la atención.
Una, en la que se dibujaba el mar y una piedra con forma de puerta que se erguía en el, no muy lejos de la orilla, pero en aguas profundas. Aquella puerta de piedra estaba cuidada, resguardada por una serpiente gigante, con tres cuernos en la cabeza, uno en la frente y los otros a los costados. La serpiente tenía tatuado el símbolo de los tres círculos entrelazados que ya había visto anteriormente y parecía muy fiera. Otra, donde se representaba una gran montaña nevada y en ésta también había una serpiente gigante, pero enroscada en la punta de la montaña y tenía alas, dos alas diferentes y orejas de murciélago; sus escamas resplandecían como el sol. Y la tercera, mostraba un lago gigante, oscuro y sombrío, en el que nadaban o flotaban muchas personas, con los rostros pálidos y carentes de cualquier otra emoción que no fuese el miedo, miedo a unas cadenas que reptaban por alrededor de aquel lago oscuro. Las cadenas surgían de un cetro, una vara que sostenía una mujer sentada en su imponente trono a escasos metros de la orilla del lago. La mujer estaba vestida de cuero negro y con una capa roja. Basilisco reconoció de inmediato la vara, era la misma que portaba Avón o como sea que se llamase la mujer que era su anfitriona; y recordó también la visión que acababa de tener, sentada en aquella mesa al centro de la sala de los cuadros, cuando la mujer la había tocado y pudo ver algo como una película en su mente, en la cual aquella vara exterminaba la vida de una persona, sólo con brillar. Se estremeció y miró fijamente a la mujer que había terminado de desayunar. Confiaba en aquella mujer hermosa e imponente, pero que siempre portaba un semblante carismático y que le hablaba con una voz dulce y cariñosa, que la relajaba y la incitaba a confiar en ella, a pesar de conocerla hace sólo una noche. Y a pesar de haberla visto hacer hechicería para matar a un hombre. Con todo, confiaba ciegamente.
–No has terminado de comer, Basilisco –se extrañó la bella mujer.
–No tengo apetito –contestó en un hilo de voz, estaba aún muy sumida en pensamientos y preguntas.
–Mmm… no quiero hacerte sentir incómoda. Mira, aún no es mediodía, así que tenemos unos momentos para que conversemos.
–Bien –dijo Basilisco luego de cavilar unos momentos– ¿Cómo te llamas?
–Vaya, creo que es una buena pregunta para iniciar una conversación. Disculpa mi descortesía, no haberme presentado antes –dijo como regañándose a ella misma–. Yo soy Karba, la soberana de Markutis, el lugar donde ahora estás, y ahora también seré tu anfitriona y tu amiga.
Basilisco intentó parecer inexpresiva, aunque no supo si lo había conseguido luego de haber escuchado aquello. Podría haber jurado que aquella mujer se llamaba Avón, pero ella misma se había presentado con otro nombre, tan extraño como el anterior: Karba. Aunque le pareció haberlo escuchado antes, nunca logró averiguar con certeza de dónde lo había oído. ¿Markutis? ¿Qué era aquello? Aunque no podría haber ubicado aquel lugar en un mapa, tuvo la misma sensación, de alguna parte había escuchado aquel nombre, pero no supo de dónde.
–¿En que país estamos?
–¿País? –Preguntó Karba extrañada– En este continente no hay países, estamos en Markutis... el continente Markutis.
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Un linaje especial I
FantasyRhis es un muchacho de dieciséis años envuelto en extrañas situaciones; Eliyah, es un guerrero soñador, buscador del bien y portador de luz; y Susky, es un misterioso mago, sombrío e intelectual, con intenciones ocultas bajo las mangas de su túnica...