20.- Misterio de las urnas.

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            Cuando Natasha le entregó la espada y la hubo tomado con ambas manos, Rhis abrió los ojos, despertó, y se encontró rodeado de paredes, músculos y tejidos internos. Había despertado dentro del Leviatán, aquella horrible criatura se lo había tragado en un violento ataque. El tortuoso no había querido hacerlo, sabía que había cometido una de las peores equivocaciones, sabía que el Yasha no debía morir, que lo necesitaban íntegro, pero ya no había marcha atrás, ya vería qué le inventaba a su rey, el jinete del pegaso negro.

            Desolación y confusión se adueñaron de la mente de Rhis. Sentía un ligero ardor en todo su cuerpo y una somnolencia profunda. ¿Acababa de despertarse? Había soñado… ¡sí, ya lo recordaba, el árbol! De pronto sintió un contacto, un roce diferente, era una textura que ya conocía, era peluda y blanca, normalmente, porque cuando la miró y se dio cuenta de que estaba junto a él, estaba cubierta de aquella sustancia pegajosa de color verde. Era su ángel, Natasha, la guardiana. Se alegró al saber que estaba ahí y que se movía, pero pronto se entristeció por lo mismo. <<Por protegerme compartirás el mismo destino que yo, ahora morirás junto conmigo>> pensó alicaído el muchacho. No sabía cuánto tiempo había pasado, no sabía cuánto había dormido, en algún momento creyó que había muerto; pero pronto se dio cuenta de que seguía viviendo, de que estaba ahí en el interior de aquel ser que se lo había tragado. ¿Podría ser que la esperanza se había perdido? ¿No había vuelta atrás? ¿El Yasha iba a morir en el interior del tortuoso? ¡No lo iba a permitir! Sin embargo, no tenía nada que hacer, salvo esperar su muerte lenta y angustiosa. Otra vez aquel contacto, Natasha movía su cuerpo y lo movía a él también, un contacto, un roce, algo frío, algo pesado, un contacto distinto, no era Natasha, no era Leviatán, estaba atada a su cintura, ahí, aún envainada, el regalo, el premio, no había sido un sueño ¿o quizás sí?, pero él la tenía, aquella espada, la grande, la fuerte, la dura… la horriblemente pesada. Intentó desenvainarla pero sus fuerzas no eran suficientes, aquel metal la hacía inmanejable por su enorme peso. Pero lo intentó de nuevo, sentía que tenía que ocuparla en esos momentos, Natasha movía el brazo de Rhis, eso le daba a entender que ocupara la espada que le había otorgado por no comer el fruto, por su obediencia, que moviera su brazo y ocupara el arma, su única salvación. Había vuelto una pequeña esperanza.

            Sujetó la espada, esta vez con ambas manos, tomó la empuñadura larga y fría, que contrastaba con el ambiente cálido del vientre del Leviatán. ¿Habría pasado un día ya? No lo sabía, la noción del tiempo se había perdido, el sueño se la había llevado, la muerte había ayudado, el seol, todo estaba conectado para impedir que aquél muriese, no era su hora, no debía hacerlo aún… aún no. Tiró decidido hacia arriba, intentando con todas sus energías la maniobra esperada por el cielo, pero la vaina no cedía, se negaba a ayudar, a soltar su contenido, a liberar la espada grande, fuerte y dura. Tiró de nuevo, sintió cómo Natasha lamía su mano, y de pronto sintió también cómo la vaina lentamente cedía, cedía ante la presión, ante la fuerza, poco a poco iba liberando la espada misteriosa. Rhis continuaba en su labor, sentía calor, ya que dentro hacía un calor horrible, Natasha, su guardiana, brillaba, ella los había estado protegiendo del roer de los jugos gástricos de aquel ser. ¡La espada! Estaba desenvainada, y pesaba tanto que Rhis no pudo evitar sucumbir ante el peso de la gravedad y herir al ser, inconscientemente. La espada se impulsó hacia abajo y atravesó las carnes del monstruo, hiriendo gravemente al Leviatán. Rhis con todas sus fuerzas intentó moverla, poco a poco rasgaba las carnes, las escamas de aquel custodio, abriendo más y más la herida. En un instante estuvo tan abierta, que la espada siguió cayendo, cayó bajo su propio peso y Rhis, que no la soltó jamás, caía con ella y Natasha caía con él también.

            –¡Estás vivo! –Fue lo primero que escuchó al caer al piso. No había sentido dolor ni se había fracturado nada en la caída, estaba totalmente compuesto, algo débil y un poco desconcertado, pero entero. A duras penas se incorporó, ahora también lograba oír los quejidos del Leviatán que perforaban sus oídos, chillidos de dolor, de derrota. Comenzó a caminar en dirección al frágil mago que aún se mantenía en pie sostenido por su fiel bastón de madera. Natasha se sacudió como quien se sacude el agua del cuerpo, pero ella despedía en todas direcciones una sustancia verdusca y pegajosa, era la misma sangre del Leviatán que emanaba de las heridas de éste y de la cual el pelaje de Natasha estaba cubierto. Era realmente asqueroso mirar al par de sobrevivientes.

Un linaje especial IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora