6. La llegada

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Katniss:

Me despierto y miro a mi lado, Peeta ya se ha levantado. Me pregunto qué hora será. Por la ventana se observa una gran llanura. Esta noche, tras treinta años sin pisar ese lugar, volveré al Capitolio: el lugar en el que han intentado matarme más de una vez, en el que murió mi hermanita y en donde mi hija deberá luchar por su vida. Es revivir todas y cada una de mis pesadillas. Me levanto de prisa y me visto, para luego salir a desayunar. Nataniel está allí, conversando con Peeta. No se ven ni rastros de Haymitch o Kimberly, por lo que deduzco que deben estar durmiendo. Tomo un plato con tocino, pero en vez de comerlo, me quedo mirándolo fijamente, como si de repente fuera muy interesante. No puedo evitar pensar en las veces anteriores que estuve en ese mismo tren, haciendo el mismo viaje. Momentos en los que la única preocupación era que yo podría morir o cómo salvar a Peeta. Ahora todo parece aún peor. Haymitch aparece en el vagón y se sirve abundante desayuno, un momento más tarde entra Kim, lleva en la solapa de su vestido el broche del sinsajo que he dejado anoche sobre su mesa de luz.

-Bueno, ya que estamos todos... ¿Qué saben hacer ustedes dos? -Pregunta Haymitch mirando primero a Nataniel y luego a Kimberly.

-Correr -es lo primero que contesta mi hija. Y tiene razón, siempre le ha gustado y desde hace años es la más rápida en las carreras de maratón que se hacen en la escuela.

-Yo tengo bastante fuerza... -dice tímidamente Nataniel.

-Bien, algo es algo... ¿Qué más? -Insiste Haymitch, mientras yo misma pienso en qué puede ser hábil mi hija para luchar en la arena. Y la desazón me invade a medida que no se me ocurre nada.

Kimberly jamás ha necesitado ser ella quien mantenga a su familia. Ha vivido la infancia que yo he soñado para mis hijos, feliz, sin preocupaciones, se la ha pasado jugando y divirtiéndose. Sabe usar el arco, porque quiso aprender por deporte, pero siempre ha tenido bastante tiempo para apuntar y pensar a qué presa dirigirle, en condiciones de total tranquilidad. Podría servirle, sí, pero no le asegurará la victoria. Si bien ha heredado mi carácter, no se parece tanto a mí en algunas cosas sino más a Peeta, que creció en la panadería de sus padres... ¡La panadería!

-Podrías ser buena en camuflaje. -Sugiero en voz baja mirando a mi hija.

Me mira con curiosidad y no comenta nada. Peeta comienza a hablar para contarles qué hay en el Capitolio, que tendrán que hacer el desfile de tributos, las entrevistas. Que podrán practicar en el Centro de Entrenamiento. Y me doy cuenta en ese momento de que estos chicos cuentan con una desventaja más: no conocen los Juegos del Hambre tanto como los conocíamos nosotros. Nunca los han visto en vivo, solo un resumen en una grabación la noche anterior.

Clarence propone que veamos el resumen de la cosecha, y eso hacemos. En el Distrito 1 salieron elegidos una chica de la misma edad que mi hija y un muchachito pequeño, que podría tener cerca de once o doce años, aunque fue sustituido por un chico alto y robusto que parecía tener 18 años. En el 2, es escogida una chica de unos quince o dieciséis años, alta y morocha y un muchacho muy alto y delgado de rizos pelirrojos llamado Sean. Los elegidos en el Distrito 3 son tan enormes que me sorprende que tengan 18 años. Cuando llaman a los tributos del Distrito 4, veo que Annie está en el escenario. Ella será mentora este año, imagino que debe ser muy duro para ella ocupar el puesto que normalmente desempeñaba Finnick. Suspiro mientras pienso que al menos ella no debía preocuparse de que saliera el nombre de su hijo, ya que tiene treinta años y su nieto solo tiene cinco. El resto de la cosecha pasa sin llamarme demasiado la atención, hasta que en el Distrito 8, la niña seleccionada es una muchacha de unos trece años, delgada y pequeña, que sube al escenario con seguridad cuando la llaman. Su nombre es Tiffany, y la presentadora anuncia que es nieta de una antigua vencedora de los Juegos, Cecelia.

-¡Cecelia! -Exclamo sorprendida llevándome una mano a la boca con horror. Casi no he recordado a esa mujer en todo este tiempo, pero al volver a ver a la niña veo algunas similitudes, como su cabello castaño ondulado. Recuerdo la cosecha de los 75 Juegos del Hambre, en donde tres pequeños niños se aferraban a su madre cuando fue seleccionada. Uno de ellos, ayer ha visto a su hija partir al Capitolio.

En el Distrito 11, el tributo masculino es un muchacho grandote, y también le preguntan sobre la participación de su familia en los Juegos. Es el sobrino de Rue. La cara de una niñita morena, de unos nueve años, mirándome fijamente en el Tour de la Victoria hace muchos años viene a mi mente. Me pongo de pie, salgo del vagón sin dirigirle la palabra a nadie y no dejo de caminar hasta llegar al final del tren.

Que haya tres parientes de antiguos tributos está orquestado a propósito. El espectáculo de este año será ver cómo los hijos, nietos, sobrinos de personas que ya estuvieron en la arena compiten entre sí. Compararlos con sus padres, abuelos, tíos y decir si son mejores o peores... No era solo contra Peeta y contra mí esto, es contra todos. Es el retorno del antiguo Capitolio. Tendré que soportar el temor de que mis hijos salgan elegidos en la Cosecha año tras año, hasta que Stephanie cumpla 18 años. Si no los pierdo a los tres antes.

-No quiero ser una asesina. -La voz de Kimberly me sobresalta, no la había escuchado llegar hasta este sector del tren. Pero acaba de entrar en el vagón y se sienta al lado mío, la miro a los ojos, y su mirada me transporta al pasado.

-¿Sabes? Creo que desde que naciste todos estamos convencidos de que eres parecida a mí, pero estoy empezando a pensar que en realidad eres más como tu padre. -Se lo digo con una sonrisa sincera, porque sé que Peeta es mejor que yo.

-¿Qué?

-Que me estás diciendo algo que tu papá me dijo la noche antes de nuestros primeros juegos.

-No quiero vivir a costa de convertirme en algo que no soy. No quiero ir por el estadio matando a todo el que se me cruce por el hecho de que está a mi alcance. No me parece justo, ni me creo capaz de hacerlo. Tampoco encuentro motivo para hacerlo. ¿Demostrar que soy mejor? No, no sería mejor que alguien por matarlo. Entonces ya sé lo que haré. Lucharé, pero para sobrevivir. Haré todo lo posible por vivir, y listo. Sí puede que mate para defenderme. Pero mi objetivo en la arena será vivir, no matar. Y si muero, ya conseguí lo que pretendía, que no tuviera que venir Stephanie. Total, si la eligen el año que viene de nuevo y yo sobreviví, tampoco podría ofrecerme de nuevo como voluntaria. -Dice, su voz firme y su mirada reflejan que está totalmente decidida.

La abrazo y le digo que estoy orgullosa de ella. Porque no hay nada más cierto. Nos soltamos cuando notamos que el tren se detuvo. Hemos llegado al Capitolio.

El retorno de los juegos del hambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora