Capitulo 18

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Capitulo 18

Corro por el bosque de nuevo, esta vez huyendo de mis perseguidores. ¿Cómo es posible? Somos pocos, no tiene sentido que hagan aún otra masacre. Pero nada necesita tener sentido en la arena. Conejos. Mutos. Conejos con un tamaño más grande de lo normal, peludos, ojos rojo sangre, dientes y garras como cuchillas, que cada vez son más y más me persiguen por el bosque esquivando todo a su paso, sin detenerse nunca, deseando desgarrarme. El tobillo me duele porque al saltar he apoyado mal el pie, y un martilleo incesante en mi cabeza no me permite pensar. Todo me da vueltas.

¿No decías que te aburrías? Aquí tienes diversión, Sky.

Cállate, demente, y corre.

Enfundo mi espada y agarro mis cuchillos, disminuyendo la marcha para procurar no caerme. Me es muy difícil seguir el ritmo, y eso que no es la primera vez que me pasa. Con humanos es más fácil, lo único que tengo que hacer es ser más rápida. Pero ella si que sabe como sacarnos de esta.

Deja que yo te guíe, Leah. Yo controlo, ¿de acuerdo?

Totalmente.

Hay un pequeño ajuste y abro los ojos de nuevo, con renovadas energías. Corro con un ritmo más constante en el que podré aguantar más tiempo, y visualizo los posibles finales de esta situación.

Opción 1: Correr hasta quedarme sin energías: A) Con suerte, los mutos se dispersarán y buscarán a otros tributos a los que atacar. B) Cuando se me acaben las fuerzas, me despellejarán.

Opción 2 : Buscar un lugar en el que refugiarme: Dudo que esta funcione, ya que a mi vista, solo hay árboles, y me despellejarán.

Opción 3: Pararme y luchar hasta que me despellejen.

¿En todas nos despellejan?

Eso parece.

Por lo que más quieras, escoge la primera.

Sonríe irónicamente y sigo corriendo, y al cabo de unos minutos que parecen horas, el paisaje empieza a cambiar, y la vegetación a disminuir. Menos mal que soy rápida, porque los mutos corren demasiado deprisa. Una idea pasa por mi mente, y no dudo en ponerla en práctica. Acelero lo máximo que me permiten mis pies cansados, hasta que voy dejándolos un poco atrás, y me detengo en el claro. En dos segundos me quito las zapatillas fosforescentes y las lanzo lo más lejos posible. Jadeo entrecortadamente, intentando recuperar el aliento y me quedo completamente quieta, apoyando las manos en las rodillas e ignorando el inmenso dolor. ¿Qué hora será? La luz empieza a hacerse en la arena, pero todavía no me ilumina, tan solo me permite ver las cumbres de las montañas como una sombra iluminada. Y todo se queda en silencio. Un aterrador silencio. Saco dos cuchillos, uno para cada mano y limpio el sudor de mi frente con la manga de mi camiseta que está empapada y se me pega al cuerpo. Y escucho el golpear de sus patas. Pum pum, pum pum. Cada vez más fuerte, siempre al mismo ritmo acompasado, sin detenerse un solo segundo. Hora de luchar. Hago el brazo derecho hacia atrás para coger impulso cuando intuyo la proximidad de los animales. Y de repente silencio.

Uno.

Dos.

AHORA.

Giro el cuerpo para dar impulso y el corte es limpio. El primer muto cae al suelo, inerte y decapitado. Su sangre ha caído tan cerca de mi, que me ha empapado toda la camiseta, y algunas gotas de sangre me manchan el rostro. Las patas se mueven un segundo y al instante se detiene. En ese instante, los compañeros se lanzan hacia mi, todos a una, y hago un esfuerzo por intentar ver cada zarpa, cada diente, cada golpe. Un segundo muto hace intento de arañarme la cara y hago un corte que le destroza una oreja. Se enfurece e intenta golpearme, a la vez que otro me clava los dientes en la rodilla. Con la otra mano, le doy un golpe con el mando del cuchillo lo más fuerte posible, haciendo que caiga al suelo. Otros dos me arañan el pecho y los sacudo, gritando de dolor y agarrándolos por las orejas, los golpeo contra la corteza de un árbol. El de la oreja cortada se hace para atrás y coge impulso para golpearme con las patas, pero lo esquivo. Me muevo hacia la derecha, alejándome un poco de todo el dolor, y veo la fila de conejos que cogen impulso para atacarme, y los otros caídos en el suelo. Quedan 10, aproximadamente, y no me veo capaz de acabar con todos. Agarro una piedra grande y la lanzo hacia otro. Le da en una pata, y camina cojo hacia mi. Otros dos se lanzan a su vez, pero prefieren morder mis pies descalzos. Aúllo de dolor y doy patadas a los dos de mis pies, usando los cuchillos para destrozarlos, cosa que me cuesta mucho. Los mutos gritan y se alejan, heridos, y el de la oreja cortada se aproxima hacia mi, arañándome un ojo. Me hace verdadero daño, y empieza a sangrar. Estoy agotada, y parece que ya no me quedan fuerzas. Los últimos conejos se lanzan hacia mi, y siento que me van a despellejar. Pero algo ocurre. Una flecha se clava en el conejo de la oreja cortada, y este cae. Todos miran alrededor, y como por arte de magia, se dispersan. Miro en todas las direcciones buscando el lugar de donde ha venido la flecha, pero no hay nadie. Y miro al cielo, dónde el sol comienza a salir y a iluminarme. Estoy rodeada de sangre, y de cuerpos de mutos masacrados. Mi propio cuerpo está llenos de heridas que no dejan de sangrar, dejándome irreconocible, y no puedo abrir un ojo. Grito de dolor, e intento arrastrarme hasta un matorral. No hay nadie, absolutamente nadie alrededor. ¿De dónde ha caído esa flecha? Sin perder un segundo cojo el botiquín e intento curarme todas las heridas, quedándome en el intento. Primero me vendo el ojo, aullando de dolor, pero sin que me importe. Luego limpio el profundo corte de mi brazo, y me vendo los pies. Escondo mis armas, y me tiro en el suelo, tomándome un calmante para no sufrir, y noto como voy perdiendo la consciencia, mientras la cabeza me da vueltas, y más vueltas. ----------------------------------¿Qué hora es? ¿Por qué me duele tanto todo?

Hago un esfuerzo por abrir los ojos, hasta que recuerdo que no puedo abrir el derecho. Me duele demasiado. Malditos mutos. Me han dejado en evidencia unos conejitos.

Muy bien, Leah. Ganando puntos.

Oh, cállate.

Cuando consigo abrir el ojo, observo el cielo, y el sol que empieza a ponerse, pero también miro a mi alrededor. Un gran claro se extiende en frente de mi. Si no me equivoco, he estado corriendo hacia el este, lo que me ha salvado la vida. Si hubiese ido hacia el norte, Leoud me habría encontrado moribunda y habría dado el golpe de gracia. ¿Ha sido una buena idea tomar los calmantes? Me siento pesada y somnolienta, pero al menos no me duelen tanto las heridas. Me pongo en pie, apoyándome en la espada y comienzo a caminar hacia la maleza. No recuerdo este lugar. He quedado demasiado lejos de donde estaba, menos mal que lo llevo todo. Para colmo, estoy tan aturdida que no se cuantos días llevamos ni cuantos somos.

Que lista la niña.

Gruño y saco el botiquín. Será mejor limpiar ahora las heridas. Limpio los cortes de mis brazos y piernas primero, y los cubro con una crema para que cicatricen. Paso a mis pies. Me duele horrores caminar y debo encontrar las zapatillas que tiré anoche, pero lo dejo para más tarde. Quito las vendas y observo mis pies. Los colmillos de los conejos y sus afiladas garras han dejado marcas y cortes, algunos profundos. Los desinfecto y los limpio, repitiendo el mismo proceso que con el resto, pero tardando más, y siendo más cuidadosa. Cuando acabo, vuelvo a vendarme los pies. Por último, paso a mi ojo. Quito la gran venda que me envuelve la cabeza y que está muy manchada de sangre. Sin saber bien que aplicar, me lo toco con cuidado. Está muy hinchado. ¿Que puedo ponerle para bajar la inflamación? Abro la mochila y saco la cantimplora que está medio llena. Primero doy un trago largo, que me llena de vida, después me mojo las manos, y me aplico el agua sobre el ojo magullado. Me duele horrores el parpadeo que mi ojo da, y ahogo un gran grito. Advierto un destello plateado que me es familiar.

Es un paracaídas, Leah. Un paracaídas. Y es para nosotras, Leah.

Lo se, lo se.

Camino con sigilo hacia el lugar dónde ha caído, mirando alrededor. Cuando lo encuentro, lo cojo con cuidado, y vuelvo rápidamente a mi pequeño campamento temporal. Admiro el paracaídas, y sin poder esperar, lo abro. Una funda del tamaño de un estuche escolar, de color gris aterciopelado es lo que encuentro, y en el dorso, una nota de papel cuadriculado. Abro la funda con cuidado, muy atenta a lo que pueda salir. Lo primero que me llama la atención es una especie de... ¿antifaz? Parece más bien un parche. Es color negro, de un material duro y liso que se asemeja al cuero, y parece tener la forma perfecta para mi cabeza. Por la parte de dentro, en el lado en que debe ir el ojo está recubierto de una almohadilla suave. Lo dejo aparte y paso al siguiente contenido de la funda. Lo siguiente que me llama la atención son unas bolsitas trasparentes, del tamaño de unos sobres de pegatinas, rellenas de una especie de gel rosado. Las cuento: 7. En el dorso de cada bolsa están las instrucciones.

''Aplicar directamente sobre el ojo antes de dormir. Mantener durante 4 horas. Lavar el parche cada mañana con agua y aplicar desinfectante para que no queden restos.''

Debe haber costado una verdadera fortuna, y es un muy buen regalo que debo guardar con mi vida. Dejo las bolsitas a buen recaudo y me coloco el parche, que es perfecto. Siento el ojo flotar en una nube de algodón y sonrío. Leo la nota antes de que se me olvide.

''Para que nada se te pase por alto.''

Comienzo a recoger mis cosas, y a hacer recuento de todo, porque estoy segura de que la nota quiere decirme algo más. Cuento los alimentos. Una manzana, unas bayas, 3 galletas, menos de media cantimplora llena y otra por rellenar, varios panecillos que empiezan a ponerse duros, una loncha de queso y un trozo de conejo que está rancio, y que tiro. Cuento las armas. Mi espada, cuatro de los seis cuchillos que le quité a Sheera, mi cerbatana y dos de los tres dardos que me quedaban. En el botiquín está todo en orden, al igual que todo lo demás. ¿Entonces qué? Miro a mi alrededor, y no escucho ni un solo sonido, ni veo ni una sola sombra. No puede ser... algo paso por alto. ¿Pero qué? Intento hacer memoria aprovechando que ya casi han pasado por completo el efecto de los calmantes. Rememoro el primer día. Cayeron 8. El segundo día... dos, creo. El tercer día uno, al que maté con Jake. El cuarto día... cuatro. El quinto día... dos. Ayer, una. Hoy es el primer día que no muere nadie, y me doy cuenta que no debería ser así. Yo debería haber muerto esta mañana, pero no lo hice. Cada día un objetivo y todos los demás simplemente estaban en el lugar equivocado. Porque algo pasó. ¿Qué pasó? La flecha. Todo cuadra de nuevo, y me siento totalmente estúpida. Ha estado participando en cada uno de esos días, ayudando a esas muertes de un modo u otro, y no me he dado cuenta hasta ahora. Simon anda cerca.

Con la fuerza de una pantera (Los juegos del hambre)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora