Capitulo 1

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Capítulo 1

Miro al cielo y suspiro con pesadez. Quedan tan solo unas horas para que llegue la misma pesadilla de todos los años.

Hoy como año tras año, estoy nerviosa y asustada por lo que se acerca. Ojalá no salga mi nombre este año. Aun que quepa la posibilidad de que me escojan a mi estoy más preocupada de que salga él. Es una de las pocas cosas que todavía conservo. Él y mi tía Susan son lo más importante en mi vida.

Bajo de mi árbol, dando un pequeño salto para aterrizar. Observo el montón de tierra junto al árbol que tiene una piedra con un nombre tallado y dejo las flores que había ido a llevar a sus pies. Estar en el bosque me reconforta en días como estos. El olor a pino, esa brisa suave, el sol colándose entre las ramas de los árboles. Lo mejor es trepar a mi árbol (sí, solo mío) y comer cerezas admirando el paisaje. Es tranquilizante. Es una cosa que solía hacer mucho cuando era pequeña. Ahora tengo menos tiempo y solo puedo venir aquí antes de la Cosecha. Trabajo duro todas las tardes después del colegio cortando madera y recolectando. Esto es el Distrito 7 y los grandes bosques no se cuidan solos. Cuando acabo saco un poco de tiempo para ayudar a tejer a tía Susan. Ella tiene una tienda de textiles. Antes, cuando era una niña, todo era mucho más fácil porque no tenía que trabajar y podía pasarme todas las tardes en el bosque jugando con Dylan y Colin. Todo cambió al cumplir los 10.

«Era un día cálido de verano y poco ventoso. En nuestro distrito por esta época del año el aire seco se te pegaba por todo el cuerpo, pero como niña que era, seguía con ganas de jugar bajo el pleno sol veraniego. Dylan y yo jugábamos al pilla-pilla en los caminos y yo, a pesar de mi corta edad, era plenamente consciente de que él estaba asustado. Era su primera cosecha, pues había cumplido los 12 años hacía 3 meses. Los mayores se ponían nerviosos y no sabía por qué, tal y como decían los guardias y nuestro Presidente Snow, era un gran honor luchar en los juegos del hambre y salir vencedor. Por aquel entonces era una niña muy inocente que apenas tenía 10 años y no sabía todo lo que significaba salir elegido, pero por la reacción de los demás, empezaba a pensar que tal vez no era algo tan bueno como los medios lo pintaban en las televisiones.

En ese momento llegó Colin e hice ademán de lanzarme a sus brazos, pero él me esquivó con una sonrisa. Estaba muy guapo con su ropa para la Cosecha, pero mi hermano siempre lo estaba. Llevaba una camisa azul a juego con sus ojos. Era un joven de 15 años y, aunque no estuviésemos emparentados, me trataba como si fuese su hermanita. Su verdadero hermano era Dylan, algo que resultaba bastante obvio ya que ambos tenían ese cabello rubio dorado salvaje, el de Dylan más salvaje que el de su hermano mayor. Aunque los ojos de Dylan, a diferencia de los de Colin, eran grises.

- Vamos pequeña. Estás muy sucia. Dylan y tú tenéis que cambiaros para la Cosecha. Tía Susan te espera en casa- Dylan refunfuñó, pero no osó protestar a su hermano, algo extraño en él.

Seguimos a Colin hasta que llegamos a mi casa, alejada del centro del distrito, cerca de la parte acomodada de la ciudad, pero sin llegar a estar allí. En mi cama me esperaba un vestido rojo y una diadema roja también. Me duché y me puse la ropa nueva sin rechistar porque era un día importante en Panem. Sin decir nada más y con los nervios a flor de piel, salí de nuestra casa agarrada de la mano de mi tía Susan. No tenía sentido estar tan nerviosa cuando mi nombre no entraba en el sorteo, pero de todos modos yo lo estaba. Tenía una mala sensación recorriéndome el vientre, pero no dije nada. Cuando acabase la ceremonia me iría con los chicos a partir madera y a que me enseñasen a correr por el bosque persiguiendo conejitos para que se me pasase esa angustia. O eso pensé.

Dylan y Colin vivían en la casa de enfrente y mi tía Susan les debía mucho a ellos y a su familia. Mi infancia no había sido precisamente una infancia modélica o canónica de ninguna forma, pues el desgraciado de mi padre había abandonado a mi madre por otra mujer en cuanto se enteró de que estaba embarazada de mí. Ella murió nada más darme a luz y tía Susan se quedó sin hermana y con un bebé a su cargo. Si no hubiese sido por Preela y Sean no habría podido ayudarme y tendría que haberme dado en adopción. Preela y Sean tenían dos hijos algo mayores que yo que muy pronto me tomaron cariño y me empezaron a tratar como una hermana. Desde entonces Dylan y Colin eran parte de mi pequeña familia: los hermanos que nunca pude llegar a tener. Y tía Susan fue como la madre que nunca llegué a conocer.»

No quiero recordar nada más sobre aquel día. Todavía resulta demasiado doloroso para mí recordar aquello. Había comenzado como otro cualquiera, pero había cambiado mi vida para siempre.

Ahora, cinco años después, sigo temiendo recordarlo, como si el mero recuerdo pudiese provocar en mí un dolor agudo, somático. Por eso estoy tan angustiada mientras voy camino a casa.

Entro con una sonrisa fingida en el rostro porque no quiero que mi tía piense que no soy feliz. Es una mujer de unos 37 años que tiene los ojos miel y el pelo negro liso por los hombros. No se parece en nada al físico de mi madre. Ella ,sin embargo, tenía el pelo castaño ondulado y los ojos marrones. Era una mujer muy inteligente y risueña, según todos dicen.

Por otra parte lo único que sé de mi padre es que tenía los ojos verdes más bonitos que mi tía había visto nunca. De poco sabía saber que mis ojos se parecían a los de un capullo que era capaz de dejar a una chica embarazada y luego abandonarla.

—Pero Leah, ¿dónde has estado? — me mira de arriba abajo con una mirada de reproche, indignada con el caos que es mi atuendo lleno de tierra y mi pelo despeinado y con hojas enredadas en él— Déjame adivinarlo. ¿Picnic en el bosque? Vamos, dúchate y ponte la ropa que tienes encima de la cama.

— De acuerdo tía Susan. Siento haberte preocupado —digo dándole un fugaz beso en la mejilla mientras ella me mira sin poder evitar una sonrisa. Con mi tía todo es así. Ella es una de las pocas personas con las que puedo ser yo misma.

A pesar de que había cambiado mucho en estos 5 años, mi relación con mi tía era exactamente la misma. Teniendo en cuenta que ya había entrado en la adolescencia no habría sido extraño que nuestra relación hubiese empeorado, pero no era así. Tampoco es como si fuese una adolescente promedio que pensase en banalidades.

Me ducho y cuando salgo del agua me coloco el vestido que descansa sobre mi modesta cama. Es blanco con un estampado de flores. Si hay algo que no me falta en casa son vestidos. Este en concreto, es uno de mis favoritos pues había pertenecido a mi madre. Me seco el pelo y lo recojo en una goma de color blanco haciendo una coleta alta. Mi pelo es castaño de un castaño tan oscuro que es casi negro y me llega hasta el pecho, más o menos. Tengo bastante cantidad y es liso por arriba y con pequeños bucles en las puntas. Mis ojos son grandes y expresivos de un color a medio camino entre el marrón  y el verde. Ni tan oscuro como el marrón ni tan claro como el verde. Dylan me dice que mis ojos son como el bosque, aunque no le hago demasiado caso.

No estoy demasiado musculosa a excepción de los brazos, curtidos a base de dar hachazos todas las tardes. Y soy más bien baja, pero soy ágil y fuerte.

Me despido de tía Susan, que vendrá tras acabar su trabajo y me dirijo a la plaza dónde dirán el nombre de los tributos.

A la plaza dónde, 5 años atrás se cumplió una de mis peores pesadillas.

Con la fuerza de una pantera (Los juegos del hambre)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora