1. El callejón

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El carruaje se detuvo en seco. Eso despertó a la tía Elisabeth. Que pena. Elisabeth, con un gesto elegante, se recolocó el cantoso sombrero. El cochero abrió el carruaje.
Elisabeth, tan "señorita" como siempre, salió la primera. Hoy llevaba un vestido de color amarillo. Siempre acostumbraba a llevar cosas que llamasen la atención. Sinó, no era Elisabeth.
-Apresurate, Eternia - dijo con su voz de pito.
Eternia, desconcentrándose de sus pensamientos, obedeció.

Hacía mucho sol fuera. Eternia se cubrió la vista con su mano, mientras veía pasar al cochero con sus maletas.

-Eternia, deja de poner esa cara y coge tu sombrilla - dijo Elisabeth.
Eternia, a regañadientes, la volvió a obedecer. La sombrilla era de un color beige. Hacía juego con sus vestidos, pues, a diferència que su tía, ella Vestía siempre con todos apagados como morado, marrón, granate...

Pasearon por las calles de Crystal Ring. Se veía todo muy apagado, triste. Pasaron por un parque. Por un pequeño mercado. Casas y casas. Había una mansión apartada de las demás, cerca de un cementerio. Eternia quería ir a explorar, pero su tía pensaba que era inapropiado para una dama.

Y finalmente... Llegaron a su nuevo hogar. Una casa aburrida. Que novedad. No tenían vecinos. Eso le desagradó a Eternia, pues no tendría excusa para escapar de las garras de su tía.

Elisabeth sacó un bolsito de mano, y de este, unas llaves. Abrió la puerta de su... nuevo hogar. Las dos entraron en la casa.

Por fuera, la casa era pequeña y bajita, pero por dentro, lucía más amplia. Se dividía en dos plantas. En la primera, las acogía un reconfortante salón, con una mesita de té (típico en su tía), una pequeña cocina, un estudio, y finalmente, en la segunda planta, dos dormitorios y un baño. Por supuesto, que toda la casa estaba decorada con el ostentoso estilo de su "querida" cuidadora.

-Subamos, tengo una sorpresa para ti - dijo su tía, subiendo por unas escaleras de madera. Eternia la siguió.

Finalmente, llegaron a una puerta cerrada. Su tía la abrió, haciéndole un gesto para que pasara. Entró.

Eternia tenía que admitir que la habitación era muy espaciosa para una chica de su edad. Al entrar, lo primero que llamaba la atención era una gran cama con sábanas blancas con encaje azul celeste. Tenía muchos adornos, con lacitos grandes a los costados. A mano derecha de la cama, había una mesita de noche con una vela nueva. Al lado de esta, estaba su armario. En el lado izquierdo de la cama, acompañaba un espejo de cuerpo entero ovalado. Más adelante se encontraba una ventana con unas cortinas a juego con la cama. Por último, un escritorio en frente de su cama. Y como no, mucha decoración innecesaria.

-Bien, esta será tu habitación. La he decorado especialmente para ti. Aquí te dejo tu maleta, para que vayas guardando tus pertenencias. -dijo, ofreciéndole una gran maleta. - Cuando sean las 6 en punto, baja al salón, me gustaria conversar contigo. Si necesitas algo, puedes bajar a avisarme.En fin, espero que te haya gustado el dormitorio.
Y acto seguido desapareció de la estancia.

Eternia se tumbó de golpe en su cama. Se levantó bruscamente, pues la cama no era tan mullida como aparentaba. Ahora le dolía la espalda. Se sentó en el borde de la cama, mirando al vacío, pensando en sus fantasías. Se quitó sus botas blancas empujando las con sus pies, como si los pies fueran sus manos. Las tiró por algún sitio de la habitación, aunque no le importaba donde estaban ni como.

Descalza, se dirigió a su maleta. Empezó a sacar cosas, lanzandolas por toda la habitación. Por fin, dió con lo que buscaba: sus pequeños tesoros. En realidad, solo era una libreta, una pluma, un bote de tinta, algunos libros de aventuras y fantasía, y lo mejor de todo: su ositos de peluche. Era lo único que conservaba de sus padres. Se lo hizo su madre cuando era muy pequeña, pero aunque ella no se acordaba, lo guardaba con mucho cariño. Tenía que esconder todo muy bien, porque si lo descubría Elisabeth, seguro que se lo rompía. Según ella, las damas no tenían ese tipo de cosas: ni leían libros sobre ficción, ni escribían poemas (más bien eso lo hacian los caballeros a las damas) ni tampoco era apropiado tener "juguetes" a esa edad. Decía que tenía que dejar atrás el pasado y madurar.

La tienda de las muñecas rotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora