Prólogo

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Uno de los mejores regalos de mi vida fue un diario. Me lo regaló Clara, mi madre, cuando aprendí a leer con cinco años gracias al colegio y a la paciencia de mi padre, al cual todos los días le pedía que me leyese un cuento. Recuerdo cuales fueron sus palabras cuando me lo dio. Me dijo que el cuaderno era mágico y que todo los sueños que apuntase en él se acabarían cumpliendo si me esforzaba. Debo admitir que aún conservo el cuaderno y, además de escribir, tacho los deseos que mi yo adolescente tenía, porque los de mi infancia ya estaban cumplidos.

La mayoría de mis metas eran sencillas, como comprarme mi primera muñeca con mi dinero, aprender a hacer fotos en blanco y negro y a utilizar cámaras, imprimir mi primera fotografía y colocarla en un lienzo... Cosas que no tardé en conseguir con un poco de ganas. Solo había dos difíciles: aprender a tocar el piano, y formar una familia. Bueno, debo admitir que la última estaba puesta como "vivir en un castillo con mi príncipe azul", pero poco a poco fui tachando y actualizando mis propias palabras. Dedicarme a la fotografía la añadí unos años más tarde.

Ahora puedo decir orgullosa que he tachado todos los objetivos de mi lista, incluso los difíciles.

Con ocho años mis padres me apuntaron en el conservatorio y, aunque lo dejé a los doce por lo parecido que me aburría tocar música clásica, había conseguido aprender lo básico.

Con respecto a la familia, hace tres años pude tachar el "casarme" que estaba escrito en mi cuaderno. Lo hice en el avión de camino a Nueva York, dónde Corbin y yo celebramos una maravillosa luna de miel con tan solo 18 años.

Todo era perfecto al principio, pero cambió cuando me quedé embarazada de mi pequeña, Kimmie tres años más tarde. Él acababa de graduarse en la universidad de Miami y su trabajo en la bolsa ocupaba la mayor parte del tiempo, el resto, lo pasaba durmiendo.

Quizás tenían razón cuando decían que el matrimonio estropeaba las relaciones, o quizás me precipité al casarme con tan solo 18 años. Corbin ha sido mi único novio. Le conocí en el instituto, estuvimos tres años juntos, nos casamos al graduarnos y comenzamos a vivir juntos. Todo iba bien, pero su trabajo ha hecho que nuestra relación llegase a la monotonía.

Creía que Kimmie sería nuestra salvación, pero me equivoqué. Se podría decir que mi marido Corbin no se ocupa demasiado del cuidado y de la educación de su hija porque él siempre estaba muy ocupado. "Buenos días" con el ipad en la cama mirando las gráficas de apertura de mercado y la inflación del dólar, desayunar con The Economy Channel mientras él leía el periódico, llevar a la niña al colegio con Radio Disney (aunque aquello lo disfrutaba más yo que Kimmie), comer sola porque mi marido estaba en el mercado y mi hija en el colegio. Por la tarde, trabajaba en el estudio de fotografía y, por la noche, de nuevo ipad y cierre de mercado. Lo único bueno de la noche es que mi pequeña me contaba cómo le había ido en la guardería.

Mi trabajo no era tan ocupado como el de mi marido, pero sí exigía mucha dedicación. Había conseguido ser fotógrafa, tal y como escribí en mi cuaderno. Además, mis obras eran expuestas y vendidas al mejor postor, era toda una artista consagrada.

Gracias a nuestros trabajos pude cumplir otro de mis objetivos. Él no era un príncipe azul y tampoco compramos un castillo, pero sí habíamos comprado nuestra propia casa.

Vivíamos bien, no nos podíamos quejar, pero... Estar con mi marido era como no estar con nadie. Solo tenía algo más de calor por la noche porque estaba cerca de mi y ya está. Me debí haber cambiado el nombre a Intereconomía o algo así para que mi marido empezase a prestarme un poco de atención, aunque solo fuese por la confusión.

No me lo imaginaba, pero incluso lo que parece que va a ser así para toda la vida, cambia.

Simple Life [Camren]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora