Epílogo

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Aún recordaba mi primer partido de baloncesto en un torneo de verdad. Mamá había invitado a Camila a comer y, después de eso, fuimos los tres como una familia al partido, junto a mis abuelos.

Era como si no necesitáramos a mi padre, como si ya hubiésemos formado un núcleo familiar que encabezaban mi madre y Camila. De hecho, no estuve lejos de la realidad. No tardé en descubrir por qué mi madre salía tanto con Camila cuando yo me dedicaba ir a los entrenamientos o por qué ella venía a comer casi todos los días después del colegio.

Fue aquel día cuando lo confesaron.

— Mikey, tú vas a ser el pívot hoy.

— ¿Eso es que me toca ser el capitán? —le pregunté a nuestro entrenador. Él sacó de su bolsa un brazalete y me lo puso.

Levanté el brazo mirando a mi familia y mi abuelo se levantó para aplaudir.

— ¡Vamos Mike! —gritó mi abuelo.

— ¡Raaaaaaawr!

Antes de cada partido teníamos 15 minutos para calentar y encestar. Aún no era muy bueno con la pelota, pero yo intentaba hacer lo mejor que podía.

Lancé la pelota unas cuantas veces y solo entró una. El entrenador me dijo que no pasaba nada porque estábamos allí para aprender a jugar.

Faltaban dos minutos para que el árbitro pitase el comienzo del partido, y mi equipo y yo nos reunimos en un círculo.

— Mike, eres el más mayor del equipo porque tu cumpleaños fue el otro día, así que dirígelos en el campo y trata de hacerlo lo mejor posible —me aconsejó mi entrenador.

— ¡Vamos a ganar!

— ¡Sí! —dijeron los demás.

Pusimos las manos al centro y gritamos Eastview. El partido era contra un colegio del distrito sur de Miami.

Salimos al centro de la pista y yo fui el que se colocó en la línea central para tratar de llevar la pelota a nuestro campo y que un compañero la cogiese.

La primera parte terminó con el otro colegio superándonos en dos puntos pero no estábamos desanimados porque lo hicimos lo mejor que pudimos, y aún podíamos ganar.

Pedí permiso para ir al baño al entrenador y cogí mi botella de agua para rellenarla.

Caminé por el pasillo del polideportivo y entonces vi a mi madre dándole un beso a Camila. La sonrisa que puse en aquel momento casi no me cabía en la cara. De hecho corrí hacia ellas y las abracé con mucho cariño.

Ese día no solo gané mi primer partido. También conseguí un apoyo durante estos dieciséis años. Ella siempre estuvo ahí junto a mi madre y yo, en momentos difíciles para mí, como cuando comencé a desarrollarme, y en otros más felices como mi cambio oficial de nombre a Michael Jauregui y la primera vez que tomé hormonas a los 16 años. Quizás nada de esto habría ocurrido si ella no hubiese aparecido en mi vida.

Corbin hizo su aparición estelar hace 4 años, justo cuando iba a operarme definitivamente. Buscó que lo aceptase de nuevo como mi padre... Siempre sería mi padre, pero todos los años en los que no quiso saber nada de mi pasaron factura. Se ofreció a pagar la operación que tuvo un éxito tremendo, me llevó a partidos de la NBA para ver a nuestro equipo favorito, los Miami Heats... Pero nada iba a sustituir aquellos años en los que mi apoyo se basó en mi familia, la de verdad.

En casa vivíamos 4: Camila y mi madre, que se casaron hace 7 años, mi perro de color gris Rex y yo. No podíamos ser más felices. Cada sábado mis abuelos venían a comer y compartíamos nuestras vivencias de la semana.

Justo antes de cumplir los 19 ingresé en la universidad de Miami con una beca completa gracias al equipo de baloncesto de la misma. Quería ser jugador de baloncesto profesional y aunque lo tuve difícil siempre salí del paso gracias a algún que otro favor judicial que nos prestó Ally con ayuda del señor francés que hizo una campaña entera de movilización en casi todo el mundo para que yo pudiese ser el primer jugador transexual en entrar en los drafts de la NBA. Todo había que decirlo, era muy bueno.

Aquella noche se decidía mi futuro. Un equipo me ficharía para dos temporadas y mi carrera despegaría, por lo que podría jugar en los estadios más importantes de toda América. Abandonaría mi hogar y mi familia que, aunque estuviese apenada, solo me transmitía su orgullo porque estaba haciendo lo que quería. Lo conseguí todo gracias a ellos.

Antes de coger un taxi para dirigirnos todos al Madison Square Garden mi madre me llamó para que fuese a su habitación, necesitaba decirme algo.

Toqué dos veces la puerta y ella me abrió.

— Camila está duchándose, así que tenemos un rato para hablar.

— ¿Camila no puede enterarse?

— Puede, pero esto es una cosa entre tu y yo.

— ¿Estás bien?

— Sí... Mira. Lee esto.

"Cosas que hacer para ser feliz.

Comprar mi primera muñeca con mi dinero.

Aprender a hacer fotos en blanco y negro.

Imprimir mi primera fotografía.

Aprender a tocar el piano.

V̶i̶v̶i̶r̶ ̶e̶n̶ ̶u̶n̶ ̶c̶a̶s̶t̶i̶l̶l̶o̶ ̶c̶o̶n̶ ̶m̶i̶ ̶p̶r̶í̶n̶c̶i̶p̶e̶ ̶a̶z̶u̶l̶. Casarme con Corbin y formar una familia.

Dedicarme a la fotografía.

Continuar viviendo en Miami, cerca de mis padres."

— ¿Qué es esto?

— Cuando era pequeña escribía en este diario... Dejé de hacerlo cuando tenía tu edad. Pensaba que lo había conseguido todo.

— ¿Por qué lo sigues guardando?

— Me gusta ver lo que pensaba antes, aunque a veces demuestre que estaba equivocada.

— Tenías la vida idealizada.

— No lo hagas nunca. Muchas personas van a criticarte cuando salgas a la pista por ser quien eres, pero ignoralo y nunca te rindas. Tu felicidad la encontrarás siendo buena persona, no buscando lo que los demás esperen de ti.

— ¿De qué habláis? —preguntó Camila entrando en la habitación.

— De lo mucho que te quiero, Camz.

Simple Life [Camren]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora