4. La corona real

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Anaís se apresuró a encadenar su bici, pero, sabiendo que llegaba tarde, se puso nerviosa y las manos le fallaron, retrasándola aún más. Cuando finalmente consiguió echarle el candado a su bicicleta, se apresuró tras sus hermanastros, pero la mochila, mal colocada, le hizo parar unos segundos para colgársela bien. Para cuando reemprendió la marcha y alcanzó la puerta, ésta ya estaba cerrada.

─¡Llegas tarde!─ le dijo Leticia, la conserje, desde el otro lado de la puerta de cristal y barrotes.

─Pero no mucho, sólo seis minutos...─ le replicó Anaís mirando su reloj.

─No puedes entrar─ sentenció la mujer mayor a la que prácticamente todo el instituto odiaba por su rigurosidad extrema al seguir las normas y su mal talante.

─Pero si iba detrás de ellos...─ Ana Isabel señaló a sus hermanastros, que estaban dentro del recinto porque habían cruzado las puertas tan sólo cinco segundos antes.

─Has llegado tarde.

─¡Cinco segundos después de ellos!

─No puedes entrar─ negó la mujer y, para no seguir con la conversación, se metió en la conserjería.

Paula y Sebastián, lanzándole una última mirada de impotencia, se fueron a sus respectivas clases, y Anaís se quedó sola frente a la puerta con un sentimiento de rabia recorriéndole todo el cuerpo.

─¡Sólo cinco segundos tarde!─ exclamó acercándose hasta la pequeña ventana enrejada que daba a la conserjería.

─Seis minutos desde y media─ le corrigió Leticia con la mirada fija en unos papeles, lo que cabreó todavía más a la muchacha, pues la bedel ni se dignaba a mirarla.

─Me cago en la corona real...

La conserje levantó la cabeza bruscamente, pues desde que el príncipe Felipe se había casado con la periodista Letizia, decir "me cago en la corona real" o algo por el estilo era un insulto contra la conserje, la Leticia más famosa del instituto. Desde fuera, parecía algo tonto e infantil, pero la bedel se lo tomaba realmente mal.

─Vete o te pongo una amonestación─ le dijo la mujer amenazante.

Con ganas de pegarle una patada a la puerta que le impedía entrar al instituto, se dio media vuelta y, maldiciendo en voz alta, se alejó de allí endemoniada. Sin embargo, no había ido muy lejos cuando oyó que alguien le chistaba. Girándose, se sorprendió al encontrar a Pablo asomado a la puerta del gimnasio que daba al exterior del instituto. El hombre le indicaba que se acercara, e intuyendo lo que le proponía, Anaís le dedicó una mirada a Leticia. Tenía que pasar por su lado, y seguro que la veía... ¿pero qué más daba?

Se apresuró a ir hasta donde estaba Pablo, que, sin mediar palabra, abrió un poco más la puerta del gimnasio y la dejó pasar. El cabreo que llevaba encima pareció evaporarse como por arte de magia.

─Gracias...

─De nada─ sonrió el profesor─. Y ahora corre o no te dejarán pa...─ no pudo terminar la palabra, pues Leticia apareció corriendo en el gimnasio y hablando en un tono de voz bastante alto.

─¡No puedes dejarla pasar! Yo le he dicho que no y tú no puedes hacer lo contrario─ decía, visiblemente cabreada porque le había franqueado el paso a una alumna que ella había dejado fuera─. La política del instituto es que...

─Pero es que─ la interrumpió Pablo─, ella es alumna mía, le toca ahora conmigo y lamandé a que me trajera una cosa de mi coche─ el hombre le arrebató el casco a Anaís yse lo colocó bajo el brazo─. Voy a enseñarles seguridad en los deportes─ dijo confirmeza, como si lo que contara fuera verdad─. Gracias por traérmelo, Belinda.

Como tu quieras llamarme -Alba Navalon MartinezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora