25. Esos raros seres

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Mientras caminaba por el largo pasillo, Ana Isabel pensó en qué la aguardaría en el departamento de inglés. No podía ni imaginarse por qué la reclamaban allí, y menos por qué lo hacía ella.

Cuando finalmente alcanzó la puerta adecuada, golpeó con sus nudillos sobre la hoja y tras esperar un par de segundos, la abrió, siendo la primera cosa que vio la cara de la profesora que la había llamado.

―¡Anaís! Bien; pasa, te estaba esperando.

La muchacha entró y cerró la puerta tras de si, deseando para sus adentros poder salir de allí lo antes posible. Ya no odiaba a aquella mujer tanto como antes, o al menos creía no hacerlo, pero seguía sin caerle bien, y cuanto menos tiempo estuviera con ella mejor que mejor.

―¿Qué tal en Francia?― le preguntó la profesora de inglés sentándose en una de las sillas que había entorno a una larga mesa.

―Muy bien.

Ana Isabel miró a su acompañante a los ojos, resistiéndose a sentarse y alargar más de lo necesario aquello, pero se sorprendió al encontrar dentro de si misma rencor contra la pelirroja. Había creído que al enamorarse de Bruno dejaría de sentir celos por cualquiera que se acercara a Pablo, pero la muestra de que no era así era aquella mujer que estaba ahora delante suyo y que se resistía a ir al grano.

―Lola, ¿querías algo?

―Sí...― asintió la mujer, aunque todavía no parecía dispuesta a hablar de lo que había llevado a Anaís allí, y se limitó a hacerle un gesto a la muchacha para que se sentara.

―Lola, tengo cosas que hacer. Me has sacado de una clase.

―Te he sacado de actividades de estudio, que he mirado tu horario― contestó la mujer, molesta―. ¿Por qué me odias, Anaís?

―Yo no te odio.

La pelirroja suspiró.

―Como quieras, además, lo cierto es que yo tampoco quiero hacer esto demasiado largo― la mujer se levantó del asiento y yendo hasta una estantería, cogió una bolsa de plástico que había sobre ella―. Toma, quiero que se la des a Pablo.

Ana Isabel miró el brazo extendido de Lola pero no alargó el suyo, no comprendiendo a qué venía aquello.

―¿Qué es eso?― preguntó.

―Las cosas de Pablo.

―¿Vais a jugar a mandaros cositas y yo seré la intermediaria, o qué?― inquirió Anaís con peor talante del que hubiera sido necesario.

―Y dices que no me odias...

―Y no lo hago, lo que pasa es que no quiero verme en medio de las tonterías de dos enamorados.

―Muy graciosa― Lola dejó caer la bolsa que llevaba sobre la mesa, muy cerca de Ana Isabel, y pese a su comentario no se veía en su cara ni un atisbo de sonrisa―. ¿Se la llevarás a Pablo o no?

―No. Dásela tú cuando quedéis esta tarde, o esta noche, o mañana... seguro que le ves más que yo.

Lola miró a la muchacha a los ojos intentando deducir si se estaba riendo de ella o en verdad no sabía nada.

―¿De verdad no lo...? ¿Pablo no te ha dicho que...?

―¿Qué tendría que haberme dicho Pablo?― preguntó Anaís.

La mujer miró a la estudiante, pero no contestó inmediatamente. Se sentó de nuevo en la silla con pesadez y paseó su mirada por la interesantísima mesa.

―¿Lola...?

―¿De verdad no te ha contado nada? ¿Nada de nada?

―No, absolutamente nada. ¿Qué ha pasado?― se interesó la muchacha, y por primera vez desde que entrara en la sala, tomó asiento.

Como tu quieras llamarme -Alba Navalon MartinezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora