27. ¿A que estas jugando?

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Las copas se entrechocaron, produciendo el típico sonido que había dado origen a aquella palabra tan ridícula: chinchín. Sin embargo, nadie se preocupaba en aquel momento por la dichosa palabreja, sino que reían, disfrutaban y gozaban como sólo en aquella situación podían hacerlo.

¡Paco y Violeta se casaban!

Llevaban muchos años saliendo y varios viviendo bajo el mismo techo, pero habían esperado hasta entonces para dar el gran paso. Decían que no les iba a cambiar mucho la vida, pues al fin y al cabo, después de la ceremonia seguirían viviendo como hasta entonces, pero en verdad rebosaban felicidad.

―¡Por los novios!― gritó alguien antes de beberse de un solo trago el contenido de su copa, y los demás invitados, que habían sido de los primeros en conocer la nueva, corearon las palabras.

Violeta y Paco se sonrojaron de forma parecida y se abrazaron todavía más fuerte, halagados y contentos porque sus seres queridos se hubieran tomado tan bien la noticia de la boda.

―¿Habrá que ir de etiqueta?― preguntó Pablo tras apurar su copa.

―¡No! Va a ser también de disfraces, de fantasía para no tener que marearnos; hemos pensado en hacerlo especialmente por ti, porque ibas de guapo con tu disfraz de soldado-lagarto-dragón... ―se rió de él Anaís.

―¡Nos salió bromista la chica!― Pablo, que estaba separado por tan sólo un asiento de la muchacha, alargó la mano y la cogió por el pescuezo.

Ana Isabel se soltó de su agarre y, riendo, se inclinó sobre la mesa para quedar fuera del alcance de él, quien se reía pese a haber sido el blanco del chiste.

―Da igual como vayas, Pablo― intervino Paco―. Va a ser una boda íntima, sin mucha parafernalia, y con que estés allí, aún con vaqueros, me vale.

―Te aviso de que lo que ha dicho Paco no es del todo cierto― dijo Paula tapándose la boca por un lado, como si así impidiera que su padrastro y su madre la vieran y oyeran hablar―. Vamos a ir todos muy guapos.

―Me doy por enterado― sonrió el francés, para instantes después dar un respingo que sobresaltó a todos―. ¡Lo siento! Es el móvil, que vibra como los motores de un avión...

―¿Sabes? Hay un botoncito para quitarle el vibrador...

―La sidra te sienta mal, muchacha― le contestó Pablo a Anaís mientras se levantaba de su silla y hurgaba en el bolsillo delantero del pantalón, buscando su móvil, y es que la muchacha había hecho aquel comentario con un tono guasón tremendo.

Alejándose de la mesa con una sonrisa en la cara, el francés descolgó el teléfono, a sabiendas de quién era, pues el nombre ya se lo había revelado la pantallita del móvil.

―Dime, Diego.

―¿Dónde estás?― inquirió a bocajarro la voz de su amigo.

―Estoy en casa de Belinda, ¿por qué?

―Pues porque necesito que vengas para explicarme una cosita.

―¿Dónde estás tú?

―En tu casa, frente a tu portátil y viendo unas imágenes muy curiosas. Pablo sintió un nudo en el estómago.

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⏰ Última actualización: Jul 26, 2018 ⏰

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Como tu quieras llamarme -Alba Navalon MartinezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora