24 Despedidas

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24 Despedidas

Ana Isabel estaba copiando en un disco virgen las canciones de Tryo, grupo que había escuchado miles de veces desde que llegara a Francia. A Bruno le encantaba, y en parte era por eso por lo que a Anaís también le gustaba, aunque debía reconocer que el grupo no estaba mal.

Tras pulsar el botón que iniciaría el proceso, hizo girar la silla en la que estaba y se quedó mirando a Bruno, que echado en la cama, leía un grueso tomo que le habían mandado leer en la universidad. Todavía tenía el moflete hinchado por el golpe de Pablo, y eso le hacía tener la boca algo deformada, como en una postura rara.

―¿Qué miras?― le preguntó el francés, que pese a no haber movido ni un músculo de la cara, sabía que lo estaba observando.

―Nada.

―¿No tienes ojos?

Anaís sonrió y fue hasta la cama, acostándose junto a él, que la rodeó con un brazo mientras con el otro seguía manteniendo el libro en alto.

―Mañana me voy― dijo la española pausadamente, sintiendo dolor en el pecho al recordarlo.

―Lo sé― contestó él, cerrando el libro, dejándolo en la mesa que había tras él e inclinando el rostro hasta apoyar su mejilla sana contra el pelo de Ana Isabel.

―¿Recuerdas cómo era antes de que yo estuviera aquí?

―¿Cómo era mi vida antes?― inquirió Bruno―. ¿Antes de que una chica invadiera mi intimidad y me robara todo el tiempo? ¿Antes de eso, dices?

―Yo...― respondió Anaís apresuradamente, sonrojándose.

―Pues era un asco, la verdad― añadió finalmente él, que había dejado aquello para lo último por pura malicia―. Aunque por Internet también te meteré estos cortes, me encanta...

―Oye...― protestó Ana Isabel, comprendiendo por las risas y las palabras de Bruno que le había estado tomando el pelo. Le dio un suave golpe en el pecho a la vez que se incorporaba un tanto para mirarle a la cara―. Te aprovechas de que confío en ti.

―Me aprovecho de que eres una ingenua― sonrió Bruno sesgadamente, de forma picarona.

Ana Isabel y el francés se miraron durante medio minuto a los ojos, sin decir palabra, sin moverse si quiera, sin sentirse incómodos pese a ello, compartiendo más que con las palabras...

―Hace tiempo que no me besas― dijo la muchacha finalmente―, incluso me rehúyes cuando intento hacerlo yo.

―Pensé que no querrías besarme con esta cara de monstruo que tengo― se explicó Bruno, y Anaís se sorprendió al darse cuenta de que no bromeaba.

―¿Tú estás tonto o qué? Me da igual que tengas la cara hinchada... ¿Te duele?― preguntó ella tocándole con mucho cuidado la comisura del labio que tenía inflamado.

―Un poco.

―Pero aquí no, ¿verdad?― interrogó acariciándole el otro lado de la boca.

―No.

―Pues entonces...― Ana Isabel se inclinó sobre la cara de Bruno y le besó en aquella zona.

Él le contestó entreabriendo los labios, pero en aquella ocasión fue Anaís la que tuvo la iniciativa, controlando la situación, y le gustó aquella sensación de besar en vez de ser besada.

―Mi pupila aprende muy, muy rápido...― dijo el francés en un susurro cuando la chica se separó un instante.

―¿Y en qué soy tu pupila?

Como tu quieras llamarme -Alba Navalon MartinezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora