14. No quiero que piense que...

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Ana Isabel, sentada a la mesa con dos policías y un ex-poli, no llegaba a entender porqué a mucha gente le caían mal y los encasillaban por su trabajo. A ella le parecían muy enrollados y simpáticos, al menos los tres que conocía.

─¿Quieres más almendras, Anaís? ¿Pasas? ¿Ciruelas secas? ¿Cacahuetes?─ le ofreció Diego con una sonrisa.

─No, gracias. Si sigo comiendo no podré cenar─ dijo la muchacha significativamente.

Diego le guiñó un ojo disimuladamente y Anaís sonrió, entendiéndole.

Cuando Pablo le había dicho que ya tenía un plan para ese día había hecho todo lo posible para apuntarse, y finalmente, tras pedírselo unas cinco veces, el francés había permitido que fuera de excursión con él y sus amigos, a los que Ana Isabel había puesto al corriente de la cena en cuanto los vio. Diego y Francisco, al enterarse, se habían autoinvitado a la fiesta y habían prometido a la muchacha que para las nueve estarían de vuelta.

─¿Te está gustando la ruta?─ le preguntó Pablo, atrayendo de nuevo su atención, que por un momento había quedado prendada en el otro policía.

─Sí, está muy chula. La verdad es que no sabía que existieran las vías verdes; me habéis dicho que son antiguas vías de tren que ya no se usaban ¿no?

─Así es─ asintió Diego─. Las reformaron creyendo que serían rentables, pero para cuando se dieron cuenta de que no lo serían, ya estaban hechas─ sonrió─. No, es coña, se sigue invirtiendo en vías verdes a lo largo y ancho de España, apoyadas sobre todo por asociaciones de senderistas y de ciclistas.

─Nunca te acostarás sin haber aprendido algo nuevo─ se rió Pablo.

─Juas, juas, juas─ replicó el policía─. Un poco de historia nunca viene mal ¿sabes? Lo que pasa es que a ti nunca te ha gustado. Si yo hubiera dejado la policía como hiciste tú después del...─ Diego se calló de pronto, viendo que Pablo sacudía la cabeza con violencia y lo instaba a callarse a través de gestos─ del...─ miró a Anaís, que en ese instante se giraba hacia Pablo─ incidente... esto... me hubiera dedicado a dar historia, seguro─ terminó finalmente, pero para ese entonces, la muchacha se había dado cuenta de que algo raro había pasado.

─¿Qué incidente?─ preguntó Ana Isabel a Pablo, que estaba sentado a su lado─. Todavía no has querido contármelo.

─Un pequeño problema que tuve─ contestó él encogiéndose de hombros.

─¿Qué tipo de problema?─ insistió ella.

─Un problema de policías, Belinda─ replicó el francés cada vez más alterado─. ¿Podemos cambiar de tema?

Anaís iba a contestarle que no, que quería saber porqué había abandonado el cuerpo de policía, pues si una cosa tenía clara era que no había sido un "pequeño problema", pero no pudo decirle ni una palabra, pues Francisco, que hasta ese momento había estado revisando en la cámara fotográfica las imágenes que habían tomado esa tarde, intervino.

─Mirad que foto más chula tenéis los dos─ dijo tendiéndoles el pequeño aparato.

Pablo lo cogió, agradecido por poder cambiar de tema, y lo puso entre Anaís y él, para que así ambos pudieran ver la foto.

─Es estupenda. Me la tienes que pasar.

En la imagen, Ana Isabel y el francés aparecían unidos por la espalda, apoyándose el uno en la otra, y con las bicis levantadas por la rueda delantera como si fueran caballos. Ambos miraban a la cámara y sonreían ampliamente. Parecían realmente felices, y como Pablo había dicho, la foto era magnífica.

Como tu quieras llamarme -Alba Navalon MartinezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora