1. El nuevo profesor

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El sol ya estaba alto y tan sólo los escasos árboles que había repartidos por el patio proyectaban algunas sombras. Sin embargo, la gigantesca bola incandescente del firmamento no calentaba demasiado ya que era finales de septiembre.

─¿Cómo será el nuevo profesor de gimnasia?─ le preguntó Sara a Anaís, ambas estudiantes del instituto donde se encontraban.

─Pues ni idea, aunque espero que no sea tan duro como la anterior... ¿te acuerdas de Davinia? Nos hinchaba a correr...─ recordó Ana Isabel con desagrado a la vez que avanzaban por el patio en busca y captura de su nuevo profesor.

─Míralo, debe ser ese.

Anaís, como muchos conocían a Ana Isabel, se giró hacia donde Sara le decía y se quedó tremendamente sorprendida al ver entrar al hombre que, supuestamente, le iba a dar educación física.

─No puede ser él─ negó la muchacha en voz alta.

─¿Qué? ¿Por qué no? La verdad es que tiene pinta de serlo. Míralo, lleva chándal─ comentó Sara, que seguía caminando a su lado.

─Yo lo conozco, y él es policía, no profesor.

─¿Policía? Pues debe ser que hemos hecho algo, porque míralo, nos está llamando─ replicó Sara.

Y al prestar atención a lo que el alto hombre moreno estaba diciendo, se percató de que su amiga tenía razón. Pablo, el ahijado de su padre, a quien no veía desde hacía varios años, pedía a los adolescentes que se habían congregado en el patio que se acercaran más a él. Anaís se fue acercando lentamente, pero decidió quedarse entre las últimas filas de estudiantes sin que él la viera, al menos por el momento.

Recordaba perfectamente el último día que lo había visto, y aún sentía una profunda vergüenza al evocar el momento en que se había abalanzado sobre él y le había besado. Por supuesto, él no le había correspondido al beso, y durante los días siguientes,

Anaís había hecho todo lo posible por no verle, pues sabía que no podría mirarle a los ojos, pero finalmente esos días se habían convertido en años. ¿Cómo había pasado?

Todavía no estaba segura de ello.

Lo miró entre las cabezas de sus compañeros y estudió su rostro, que apenas si había cambiado en tres años. Su pelo castaño seguía igual; sus ojos grises llamaban la atención igual que antes; su barba de dos días le oscurecía la cara...

─Tía, que se te van los ojos─ le dijo Sara pegándole un codazo en el brazo para llamar su atención.

─¿Qué?─ preguntó Anaís volviendo su cara hacia ella.

─Que no dejas de mirar al profesor. A ti también te gusta, ¿no?

─¡No!─ se apresuró a negar Anaís.

Cuando tenía trece años había estado enamoradísima de él, pero ahora, tres años después, ya no sentía nada, o al menos, eso quería creer.

─Es que lo conozco y hacía mucho tiempo que no lo veía─ añadió.

─Ah...─ la joven no parecía demasiado convencida, y después confesó en un susurro─: Pues a mí sí que me gusta, es bastante guapo. Mira como sonríe... Dios...

Anaís miró a Pablo y sintió que algo se le removía en el pecho. Él estaba hablándole a toda la clase y mientras tanto, sonreía de forma luminosa. Seguía igual que aquella tarde de viernes en que le había besado...

Pero ella había crecido, ya era mayor, y las tonterías de la niñez, entre las que se encontraba Pablo, habían pasado.

Prestó atención a lo que el profesor estaba diciendo. Su profesor; sonaba tan raro...

Como tu quieras llamarme -Alba Navalon MartinezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora