9. ¿Vas a hacer lo que creo?

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Era el primer día de expulsión. Su padre no había entendido las explicaciones que Anaís le había dado sobre la pelea y por ello, a modo de castigo, la había llamado a las siete de la mañana, como si tuviera que irse al instituto.

─No te quedarás en la cama hasta las once como en vacaciones...-le había dicho mientras la obligaba a meterse en la ducha para despejarse.

─Pero papá...

─¡Nada de papá! Ya te has peleado dos veces con esa muchacha y te han expulsado las dos. ¡No quiero que le cojas el gustillo a ser expulsada!

─¡Papá!- protestó de nuevo Ana Isabel. Las razones que su padre le daba le parecían de lo más estúpidas: aficionarse a que la echasen de algún sitio... qué ridiculez...

Sin embargo, su padre no había entrado en razones y a las ocho y media, hora a la que ella debería entrar en el instituto, estaba limpiando la segunda planta de la casa, que era la privada y a la que la limpiadora no accedía. Ese día había un total de tres parejas hospedadas en la casa, y también le tocó atenderles en todo lo que solicitaron mientras Violeta, que era la encargada de hacer aquello, se dedicaba a hacer otras cosas por petición de Paco. Pero Anaís se lo tomó con resignación. Si hubiera podido elegir no estaría haciendo aquello, pero como no tenía otra opción, ¿por qué amargarse?

─Siento que no pueda ser hoy, pero si quieren para mañana les apunto la cabalgata a caballo; mañana el monitor estará seguro- dijo sonriendo. Había visto a la novia de su padre hacer aquello tantas veces que las palabras le salían solas-. Si quieren, pueden elegir ahora el caballo en el que montarán.

─Pues sí, nos encantaría- asintió la pareja con la que estaba hablando Anaís.

─Ana Isabel, yo les llevaré a ver los caballos- dijo de pronto Violeta abordándola por detrás-. Hay alguien que te llama por el fono... No le diré nada a tu padre...- añadió cucándole el ojo.

─¿Cómo?

─Tú mira a ver quien es.

La chica, vacilante, fue hasta el fonillo que comunicaba con la puerta de la finca y, al descolgar el auricular, la pantalla se iluminó; la cara de Pablo se dibujó en ella.

─Hola- saludó la chica, sorprendida de verle allí.

─Belinda, ¿qué llevas puesto?- preguntó él sin preámbulos.

─Voy desnuda- bromeó la chica- ¿por?

─Ponte un pantalón vaquero que no te guste mucho y una camiseta vaquera y luego sal aquí.

─¿Para?

─Sígueme el juego, anda.

Ana Isabel sonrió a la pantalla aun a sabiendas de que él no la veía. El corazón se le había acelerado por la emoción...

─Tranquila, Violeta te deja venir- dijo él, pensando que quizá era aquello lo que la hacia dudar.

La muchacha, en cambio, soltó una risotada; en Violeta precisamente no había estado pensando.

─De acuerdo. Ya voy.

Colgó el telefonillo y corrió hasta su habitación, donde se puso lo que Pablo le había pedido. Después salió de la casa corriendo y fue a la carrera hasta la entrada, donde Pablo la esperaba subido a horcajadas sobre su moto.

─Pareces un motero de verdad- rió la muchacha sacándose el rizado pelo de dentro de la chaqueta, pues, por las prisas, se lo había dejado metido.

─¿Y qué soy si no? ¿Un motero de mentira?- preguntó Pablo tendiéndole un casco rojo.

─¿Vas a hacer lo que creo?- interrogó emocionada la muchacha.

Como tu quieras llamarme -Alba Navalon MartinezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora