30. Sin sangre no hay pelea

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30. Sin sangre no hay pelea

Sus uñas largas me cogieron de la cara y noté un arañazo en la mejilla y cómo me tiraba del pelo con la otra mano. Enseguida comencé a defenderme de ese demonio rubio que se pensaba que era más fuerte que yo. Y, aunque me doliese admitirlo, Nina era más fuerte de lo que parecía.

—¡Quita de encima!—exclamaba yo bastante enfadada y conseguí rodar hasta estar yo pegándola a ella. Mientras le cogía de la cara y la apartaba para que dejase de pegarme, ella me empezó a dar patadas en las piernas y me seguía tirando del pelo. Al final, acabé tirando yo del suyo haciéndola chillar. Le di una bofetada y ella me pegó en la mandíbula.

Alguien me cogió debajo de los hombros para levantarme y hacer que yo pegara al aire, y vi que la señora Lumiére ayudaba a Nina a incorporarse.

—¡Suéltame que la mato!—gritaba yo a la persona que me llevaba.

—Calma, pequeño diablillo —me dijo una voz, la cual era la de Patricia si no me equivocaba. Conseguí girarme un poco y vi que sí era ella.

—¡Esto es inaceptable! —oía exclamar a la señora Lumiére.—Al despacho de la directora Grayson, ¡ya!

Señaló la parte del pasillo que llevaba al ascensor para llegar a dirección y Nina y yo comenzamos a andar hacia allí seguidas de las dos profesoras mientras refunfuñábamos. De vez en cuando Nina y yo nos lanzábamos miradas fulminantes y oímos al grupo de Nina exclamar entre gemidos lo bruta que había sido yo.

Me crucé de brazos al entrar en el ascensor, y al apretar la mandíbula por el enfado, me maldecí internamente al instante, dolía como si me hubieran clavado un tornillo ahí mismo. Odiaba que Nina fuese fuerte al estar enfadada. Podía ser que la hubiese subestimado. Maldita.

Mientras llegábamos a la dirección, tuvimos que estar oyendo hablar, hablar y hablar (gritar, más bien) a la profesora Lumiére. ¿Es que esa mujer no se cansaba? La boca se le iba a quedar demasiado seca a ese paso.

—¡Increíble! Esto es increíble. ¡En Ladies School! ¡vaya racha! Primero la parejita esa de los fuegos artificiales y los petardos y ahora dos señoritas peleándose en medio del pasillo. ¡Parecíais mamuts!—cogió del cuello de la chaqueta del uniforme a Nina y a mí me cogió de la capucha de mi chaqueta de lana gris, nos llevó al interior del despacho de Kim. Ella, que hablaba por teléfono en ese momento, le comunicó a la persona de la otra línea que le llamaba más tarde y colgó.

—¡Casi se matan! —dijo Lumiére apretando más nuestro cuello de la chaqueta.

—¡Auch!—se quejaba Nina—. Esto sí que es inaceptable. Me está haciendo demasiado daño, ¡hablaré con mis padres sobre usted!

Lumiére nos sentó en las sillas y le ordenó a Patricia que saliese de allí. Mi entrenadora aceptó a regañadientes y sólo yo Nina llegamos a escuchar algunas maldiciones a la persona de nuestra profesora de música.

Kim nos observó a las dos unos breves segundos. Nina pronto adoptó la cara de un perrito abandonado esperando que así perdonaran su comportamiento, yo, en cambio, estaba enfadada y lo hacía notar. Aunque Kim fuese la directora, no podía estar detrás de ella suplicando que no me castigara. Yo había hecho bien defendiéndome, y nadie me lo negaría o conseguiría hacerme cambiar de opinión. ¡Yo no era una señorita, maldita sea!

Lumiére gruñó.

—Las encontré hace unos minutos en el pasillo de su habitación pelándose cuál burras.— explicó Lumiére con desprecio. Realmente esa mujer me recordaba a la señora Rottermeier.—Sólo hay que verlas, parece que acaben de salir de una pelea de lucha libre. —Nina sollozó al escuchar esa comparación. Ella no podía estar desarreglada.

Internado de chicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora