Capítulo 9: Como un Amor en París

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La torre Eiffel vista desde mi ventana.

París, y esa sensación inconmensurable de encontrar el amor...todo agolpado en una habitación, la suite del hotel mas importante de Francia. Con esa elegancia digna de la película más aburrida pero mejor presentada de toda la historia.

Esa búsqueda, ese anhelo de cariño, y yo entre dos mujeres desnudas a mi lado que no consiguen llenar ni un hueco de ese sentimiento llamado "soledad". Suspiro, y el humo del cigarro inunda la vista, nublando al emblema del país. Pienso reiteradamente en aquel chico, sus mejillas sonrosadas, la forma en que su cabello negro azabache era inundado en sudor, el olor de su piel...ese aroma que ni el cigarro logra quitar de mis recuerdos. Era una escultura a la sensualidad, el erotismo hecho persona. Un ser habilidoso en hacerme dependiente en tan solo una noche.

Lo quería, ahora, a mi lado, como la pieza limitada que no hallaría jamás. Y de hecho, una pieza solo producida en Italia.

Italia, mi país natal...

—Mmm, Lyssandre...-—Susurró la rubia a mi lado, restregando sus pechos contra mi torso.

Debía olvidarlo hasta dentro de un tiempo, debía continuar aquí, con mis vacaciones improvisadas en París.

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Dante:

Todas mis barbies estaban preciosas hoy con su atuendo casual, aunque admito que el uniforme resalta más sus pechos con ese saco ajustado a la cintura.

Las miré, todas ellas eran una alabanza a mi hombría, a mi belleza. Estaba bien con eso, estaba bien con esa vida frívola, en la que no había mucho que pensar y sin embargo...bastaban unos ojos esmeralda para querer deshacerme de toda esa banalidad carnal y llena de sinsentidos.

Simplemente captaba mi atención, la clásica atracción como mosca a la miel. Era un color tan despampanante capaz de alejarme del resto del mundo. Me preguntaba cómo se podía poseer tal magnetismo, y al mismo tiempo, veía el que yo causaba en mi Harem personal, que me rodeaba como a su Dios.

Pero, esos ojos estaban algo diferentes hoy, me miraban con cierto reproche. Recordé que ayer hubo un episodio revelador en el aeropuerto...más bien, extraño. Supuse que quise decir revelador porque Alex me provocó de tal manera que casi me da un brote de violencia. Estuve al borde, de no ser por Victoria y Alexa habría perdido toda la compostura.

Él se me quedó viendo, se tomó todo el tiempo del mundo, gota a gota, degustando con su mirada de desaprobación como el mundo se esfumaba poco a poco de su alrededor en mi cabeza. Varias y sorprendentes ideas se me agolparon, pero las descarte todas en cuanto su mirada se posó en algo de al parecer mas interés. Una mariposa de hermosos y llamativos azules en una escala en degradé. Bonita, pero sólo viviría un día, era un ser tan efímero como la mirada de Alexandro, que se perdía en rastros melancólicos a donde quiera que su mente lo haya llevado. Él era ese reflejo de unas alas que solo podrían volar unas veinticuatro horas... frágil, pequeño, perdido. Al menos, si no hubiese vivido el ayer por el que me tocó transitar, podría decir eso de la figura cuasi mágica y encantadora que me brindaba mi compañero de clase cerca de los verdes arbustos.

Frené, dejé de verlo en cuanto él hizo un gesto de enfado y se marchó directo a la boca de nuestra aburrida guardería de alumnos.

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Alexandro:

Moriría en un día, horas. Al fin y al cabo era como mis personalidades, fugaz. Otra mariposa aparecería y entonces sería otro día más y así, el ciclo se repetiría de una manera estúpida, como la mayoría de situaciones malas, que vuelven y se quedan, duelo, otro deceso.

Álter EgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora