Capítulo 14: Juguetes

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Para cuando me quise dar cuenta ya daban las 18 hs. de un día sábado y me situaba con un libro entre mis manos. Iba conmigo, las letras detallaban algunas pequeñas partes de mi vida, de todo menos felices. El "tic-tac" del reloj al fin no me exasperaba, sin embargo el sabor agridulce de un próximo domingo sin saber que hacer, se agolpaba en mi estómago a medida que terminaba la última página, acabando así con mi último fruto de entretenimiento. Suspiré, el día sombrío no estaba ayudando. En momentos así, solo me quedaba recordar fragmentos de mis miserias, a veces las más recientes se repetían en bucle y me hacían delirar, buscar distracciones desesperadas. Cerré el libro casi con una expresión de hastío teatral, mientras el ruido de tal acción brusca enfatizaba la escena. Estaba siendo todo un marginal sobreactuado. "Oh, nadie me comprende" me faltaba decir para odiar mi propia imagen dada y repudiarme. No podía sentirme más patético, más adolescente estúpido. Al final, todo era parte de la misma cosa, mi estúpida negación. Aún me costaba asimilar que la soledad no lo es todo, y que cada individuo necesita compañía. ¿Desde cuanto la preservación de la especie paso a ser una dependencia emocional cuando el mono quiso evolucionar? Yo no lo sé, pero en mi lápida voy a remarcar que sin duda ese proceso "evolutivo" fue el error fatal que marcó las falencias y monstruosidades de la humanidad. Asesinatos en nombre del amor, personas manipuladas, diálogos absurdos, intento de modas horribles para unir personas en comunidades de relativos gustos parecidos, la exterminación por medios violentos de oposiciones que incitan a la soledad o destrucción de esas comunidades, el despecho, la tristeza, el llanto cuando alguien muere, el llanto de la incertidumbre cuando la muerte llega con su manto de dudosa soledad. Nunca supe si se sigue llorando luego de ella, o si hallas a alguien más del otro lado, pero solo pensarlo me estremece. Y eso es todo, no quiero aceptarlo, si en mis manos estuviese, quitaría el afecto, el anhelo de compañía en la lista de necesidades del ser. A veces el amor reduce la humanidad a simples monstruosidades. Y así, con ese pensamiento rebuscadamente simplista, miré al techo, podría escribir una autobiografía sobre cómo se desenlazan estos pensamientos en mi vida así, un libro con la intensidad parecida del que tengo entre mis manos. Tal vez usaría un bonito seudónimo, y Dante quede en mi historia como Dante: el culpable de replantearme mi proseguir, mis relaciones, el mundo como lo conozco y por sobre todo mi necesidad. Él se había ganado un espacio, no sé en dónde ni cómo, forzó la puerta hasta romperla, y ahora sin bisagra no puedo volver a cerrar, ni dejarlo fuera. Si él quiere cruzar el umbral, tranquilamente puede. Es de las personas peligrosas, como los salvavidas. Sabes nadar y de repente por circunstancias que un nadador nunca prevee a base de confianza en sus habilidades, se encuentra ahogándose, negando eso que siempre estuvo ahí, esa posibilidad de necesitar un salvavidas, pero nunca te diste cuenta que puedes llegar a necesitarlo siempre, que debe estar ahí porque "uno nunca sabe". A la mierda, mañana te puede arrollar un carro, pasado puedes perder todo tu dinero, tal vez ahora necesites una persona porque te duele el corazón. Todo transcurre, y hasta que no te das el golpe no te das cuenta que tan estúpido estás siendo, se acumula, a veces te golpeas a tiempo de saber que solo debes prestar atención a dos granos de arena, otras te sitúas ya con canas sobre toda una playa. Estúpido Dante, es el dulce que se le quita a un niño que cree no quererlo. Yo soy evidentemente el estúpido niño. De repente, la alarma que tanto me estaba molestando en ignorar, golpeó nuevamente mi cabeza, tenía que analizar todo esto, de todo lo que sea que estuviese ocurriendo.

Todo empezó porque lo miré, porque supe que él era diferente a lo que había estado encontrando hasta ahora, el realmente sobresalía entre la multitud. En al algún punto de quiebre comencé a tomarle la importancia de un protagonista, quizá desde el primer momento en que le respondí ya me estaba hundiendo en un juego sin escapatoria. Ahora que quería abortar la misión era tarde, estaba pisando la arena con cada grano de descuido, recién veía el paisaje por completo, y la forma en que este quedaba sellado a fuego para siempre en mi mente. Había perdido, uno de los escudos que mejor había forjado comenzaba a agrietarse, aquel que tanto me costó, ese que brindaba la absurda calma falsa.

Álter EgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora