Capítulo 11: "Entre Comillas"

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¿Como guardamos los recuerdos?
Es sin duda una pregunta inquietante.  No somos la precisión de un pendrive, ni un disco rígido. Y sin embargo allí estamos, recolectando fotos, sonidos, sensaciones que un celular no va a tener nunca. Lo guardamos todo, e incluso dejamos que aquellos recuerdos nos marquen, nos forjen de diversas maneras. Los recuerdos pueden tanto salvar como traicionar. Siempre fue así, dudo que cambie. Porque si bien los recuerdos no nos definen, son memorias de las acciones que alguna vez si lo hicieron. Y uno puede claramente arrepentirse de cierta acción cometida en un recuerdo. Como yo. A menudo maldigo los recuerdos, ellos no te ignoran aunque pongas una cara seria, una frialdad inexorable en tus ojos. Se quedan, aún si eres la peor basura del mundo, precisamente porque para eso sirven, para recordarte que estarías más lindo muerto.

Creo que nunca quise morir, aunque si envidié a los que lo hacían y se libraban de los recuerdos. Y aún me pregunto porque quiero seguir aquí, caminando entre los vivos, si solo sé acoplarme a ellos para respirar. En eso estoy, recordando, pensando en todo lo que aquello conlleva. Entre esos flashbacks recuerdo haber intentado hacer amigos. Los hice, hace tanto tiempo que mis años en ese entonces eran menos dedos que los de una mano. Lo obvio, viéndome tal cual soy (un desastre) y sin tapujos, es que los haya perdido. No hay mucho espacio para mis problemas psicológicos entre las dichosas personas sanas. Creo que, a partir de mi primera experiencia traumática, empecé a vivir sin vivir, a respirar sin voluntad, y a estudiar porque la corriente así lo dicta. Creo que lo único que hago con motivación es tener sexo con alguien, una ocasión entre tantas. Tal vez mi perro, y el anime se suman a la lista. Aunque me planteo seguido -mas de lo que quisiera- si no uso tales placebos para olvidar que en el fondo no tan lejano bajo mis pies, me deprimo. Por depresión no tomo tales cosas como llorar, ni la necesidad de alguien abrazándome...es lisa y llanamente, la sensación de saber que tu vida no está bien. Así me encuentro, en momentos solitarios como estos, en los que ser millonario no impide que se caiga internet, y me hace replantearme el no invertir mi herencia en vida y comprar a toda la compañía de red. Si, porque no. Al fin y al cabo salgo ganando por todos los puntos posibles. Y más. Aunque sería otra carga, más dinero. Ya tengo dinero. Tanto que mis bolsillos van a reventar junto con mi paciencia, lo mucho que odio los días soleados, lo suficiente que soporto a Dante y lo demasiado que anhelo otra vida. Dinero que efectivamente no compra soluciones mágicas a mis aprensiones. Demasiada sinceridad, ella choca conmigo y yo no puedo detenerla, ella entrelaza sus manos con mi Alter Ego y camina hacia mi. Lo sabe todo, lo bueno, lo patético, lo inesperado. Tiene conciencia de cómo me gustaría haber nacido bajo otras circunstancias, con unos padres presentes, con una pareja que me adore, y muchos amigos que me inviten a salidas llenas de diversión que realmente me den ganas de poner un pie fuera de casa y reír, simplemente reír. Creo que todo se resume a que me gustaría poder reír, con todo.

No como cuando me pongo histérico y río. O cuando río para no llorar. O como cuando tengo que fingir que lo hago. A veces toca hacerlo, eso de fingir...No siempre puedo ser salvado de los tan conocidos eventos sociales de millonarios.

Bueno, a ese punto iba en todo este divague, recuerdos, fingir y los eventos sociales de gente estirada. ¿Conocen esa frase cliché? Esa típica que dice que sin duda un millonario sin amor daría todo el dinero con tal de sentirlo y aún así claramente no podría. Sería un pobre niño en la calle si así puede conseguir un afecto sincero. Creo eso, creo eso y más. Mis recuerdos siempre dictan momentos en falso: Mi madre ignorando mis llantos, cuando yo sostenía su falda a la edad de tres años, diciéndole que alguien quería apoderarse de mi personalidad. Aunque era un niño de enormes ojos verdes y esperanzados que aún no sabía expresar ese miedo del todo bien. Pero lloraba, motivo suficiente para prestarle atención a tu hijo ¿no?. Recuerdo el dinero sobre la mesa en la sala de estar, "cómprate comida" significaba. Las múltiples niñeras que surcaron lo más lejano a hogar, las cuales simplemente me miraban con indiferencia. Los golpes de "papá", las infidelidades de "mamá", las críticas de "mamá y papá". Emilia y Lawrence nunca fueron dignos de tal título, era como rotular una caja de mierda con bolígrafos de Fiber Castel. Pobres Fiber. Pobres, pintan realmente bien. No sé si debía llamar a esa analogía odio, que no se malentienda. Ni yo logro poner en orden mis cosas, por lo que espero que tal como yo, nadie se tome la atribución de sacar conclusiones precipitadas de mis propios sentimientos. Era una espina atorada en mi garganta, una tan pequeña que podía convivir con ella, pero molestaba. Aunque también existía la posibilidad de que el dolor que causaba, no me dejara pensar que la odiaba, cuando bien podría ser así. Eso sucedía, tenía rencor, y quería arrancarlos de mi memoria, pero no sabía si era lo suficientemente fuerte para definirlo como "odio".

Álter EgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora