Capítulo II

1.9K 130 8
                                    


***Despacho, Mansión Salgado***

Maldita sea. Imagine todo menos esto. María... Inconsciente... Y en mis brazos. Resoplo y niego con enfado mientras la aferro aún más contra mi pecho para evitar que se lastime. ¿Ahora qué hago?

-María...- llamo en un susurro, sacudiéndola levemente, intentando hacerla reaccionar.

Mi esfuerzo es en vano. Ella no responde. Sigue inconsciente y no evito mirarla. Observar cada uno de sus finos rasgos que aún bajo la tenue luz, resultan realmente encantadores. Mis pensamientos son rápidamente interrumpidos al escucharse pasos por el pasillo. Alguien se acerca y sin pensarlo dos veces me pongo de pie, llevando a María conmigo y ocultándome con ella detrás del enorme escritorio. Los pasos, con cada segundo que transcurre, suenan más cerca hasta detenerse. Contengo mi respiración y llevo una mano sobre la boca de María cuando la siento comenzar a removerse entre mis brazos. ¡Maldita sea! ¿Tiene que reaccionar justo ahora? La aprieto fuerte contra mi cuerpo y mantengo mi mano firme sobre su boca cuando veo sus ojos comenzar a abrirse lentamente. Agradezco en silencio volver a escuchar los ruidosos pasos retomar su camino, esta vez, alejándose y perdiéndose al fondo del pasillo. María, ya del todo consciente de mi presencia, lucha por apartarse de mi cuando salimos de nuestro improvisado escondite.

-Suéltame...- exige en tono firme cuando aparto mi mano de su boca.

-Baja la voz...- respondo, complaciéndola y viendo cómo se aleja de mí.

-¿Qué haces aquí?

Su pregunta es honesta, y hasta noto su desconcierto por la expresión de su rostro. Me acerco lentamente a ella, como una fiera acecha a su presa, mirándola fijamente a los ojos. Ella da unos pasos atrás, topándose con la pared a sus espaldas. Tiene miedo. Lo noto en su respiración, y por alguna perversa razón, me encanta que lo tenga.

-¿De verdad no lo imaginas?- pregunto, eliminando la distancia entre nosotros.

-No debiste salir de la cárcel...

Sus palabras son duras... Hirientes. Pero me trago mi dolor y en su lugar sonrió cínicamente. Ella llora, veo un par de lágrimas rodar por sus mejillas y eso también me duele. No debería pero por más que intento ser indiferente, recordar lo que María significo en mi vida hace tantos años, me lo impide.

-Pero salí, María...- respondo dando un gran suspiro, manteniendo mis emociones bajo control y ofreciéndole mi pañuelo el cual acepta con recelo.- Y sabes muy bien por qué estoy aquí...

-¿Cómo me encontraste?

-Ahora no es momento para hablar de eso...

-Quiero saber... ¿Quién más sabe que estoy aquí? ¿Qué tanto es lo que sabes, Esteban?

-Haces demasiadas preguntas, ¿sabes?- digo, sonriendo ante su inquietud, observándola en silencio por un breve instante.- Lo sé todo, María...

-No...- niega ella, su angustia más que evidente.- No es verdad...

-Lo es...

-Dime entonces qué es lo que buscas...- exige abruptamente.

Noto su enfado. Su desesperación por terminar nuestra conversación cuanto antes. Dijo mi nombre. Lo pronuncio en más de una ocasión... Y suena tan bien acompañado de su voz y verlo brotar de sus labios me resulta delirante... ¡Basta!

-Es muy fácil, María...- respondo sin rodeos.- Lo que busco, es recuperar todo lo que algún día fue mío...

-¿A qué te refieres?

La confusión que causan mis palabras es evidente. Seguramente cree que he regresado por ella y eso parece atemorizarle. Sonrió otra vez sin lograr evitarlo, y deseo poder explicarme pero los pasos, esta vez duplicados, que se escuchan acercándose por el pasillo me impiden entrar en detalles en ese momento.

-Por principio...- digo en un susurro que solo ella puede escuchar.- A que tu relación con Gerardo Salgado deberá llegar a un fin esta misma noche...

-Has perdido la razón si crees que hare lo que me pides...

-No me retes, María...- respondo severo, los pasos cada vez más cerca.- Puedo destruir tu mentira en un abrir y cerrar de ojos si me lo propongo... ¿Es eso lo que quieres?

-¿Me estas chantajeando?- murmura ella incrédula, sus mejillas levemente sonrosadas por el enojo.

-No...- niego con la cabeza.- Una advertencia...- aclaro en tono firme.- Ahora vete, si no quieres que nos vean juntos... Hablaremos después...




***Jardín, Mansión Salgado***

No escuchó nada. Mis pensamientos abarcan todos mis sentidos y al retirarme del despacho, avanzo por el pasillo, ignorando la presencia de Luka y Mikael, dos más del equipo de seguridad de Gerardo. Lo único que quiero es escapar. Alejarme de Esteban. Alejarme de todo lo que su regreso representa. Lo fresco de la noche golpea mi rostro al salir de la mansión. Inhalo profundo, elevando la vista al cielo, reprimiendo las lágrimas que amenazan por caer.

-Esto no puede estar pasando Dios mío...

-María...

Giro rápidamente al escuchar la voz de Gerardo. Hago un intento por guardar la compostura pero estoy segura que él nota mi inquietud. Se acerca a mí, mirándome con preocupación.

-¿Te sientes bien?- pregunta, posando sus manos sobre mis brazos y acercándome aún más a él.- Estas muy pálida, mi cielo...

-No es nada...- respondo tranquilamente, apartándome de él, intentando restarle importancia a lo que me agobia.- Solo necesito un poco de aire...

Le doy la espalda nuevamente, agradeciendo que nos encontremos alejados de los demás. No puedo dejar de pensar en las palabras de Esteban. En su amenaza por destruir mi mentira si no cedo a su petición de separarme de Gerardo.

-¿Son tus hijos?- pregunta Gerardo, haciéndome saltar nerviosamente cuando su voz irrumpe en el silencio.- ¿Estas así por tus hijos?

No sé qué contestar, así que guardo silencio. Él se acerca, lo siento rodearme con sus brazos, atrayéndome a él y no encuentro el valor para rechazarlo. Ha sido tan bueno conmigo, un verdadero caballero en todo sentido pero el regreso de Esteban lo cambia todo.

-No...- digo finalmente, girando para verlo de frente y apartándome de su abrazo.- Es mi pasado...

-No entiendo, María...- dice Gerardo, su preocupación aun visible en la expresión de su rostro.- ¿A qué te refieres?

-Gerardo, yo no he sido del todo honesta contigo... Hay cosas de mí que tú aun desconoces...

-María... Amor... Conozco lo suficiente y nada más importa...- me asegura, tomando mis manos entre las suyas.- Si nunca he hecho preguntas sobre tu pasado es porque considero que no quieres hablar de él, y eso lo respeto... Juntos, estamos por construir un futuro lleno de alegrías y hermosos recuerdos... Aleja tus dudas... Deshazte de tus miedos...

-Quisiera poder hacerlo, Gerardo... De verdad quisiera...

Pero es imposible y eso lo sé. Gerardo me atrae nuevamente hacia él, envolviéndome con sus brazos y está vez no me resisto y me entrego al refugio de su abrazo. Las palabras de Esteban retumban en mis oídos y en silencio busco encontrar una solución a este gran lio del cual parezco no tener escapatoria.

-Ven...- dice Gerardo de pronto al escucharse a los invitados estallar en aplausos repentinamente tras las palabras de uno de sus socios.- Ya es hora...

No me da tiempo de protestar. No me da tiempo de decir lo que debo. Me lleva de la mano, conduciéndome por entre la multitud de gente. "Ya es hora." Sé a lo que se refiere. Nuestro compromiso esta por ser anunciado y siento un sinfín de emociones recorrer mi cuerpo. Nervios, miedo, mucho miedo a la presencia de Esteban. Mucho miedo a su amenaza de hundirme.




***Jardín, Mansión Salgado***

Miro sobre mi hombro mientras me dirijo y pierdo entre la gente que sigue disfrutando de la velada. Los dos tipejos, guaruras de Salgado, me han visto salir de la mansión y estoy seguro no tardaran mucho en irle con el cuento a su jefe. Debí ser más cuidadoso. Lo que menos necesito ahora es despertar la curiosidad en cualquiera por saber quién soy o los motivos de mi presencia. Mi pulso aún sigue acelerado. Tal vez sea la adrenalina... O quizá el haber tenido tan cerca a María nuevamente. Tiro de mi corbata, deshaciendo los dos primeros botones de mi camisa al sentir una repentina oleada de calor. El licor comienza a causar efecto. Mi visión se nubla levemente pero aun así logro reconocer a María quien es llevada, casi a rastras por Salgado, al frente. Sigue siendo tan condenadamente bella, eso no lo puedo negar. Su mirada, indefensa y vulnerable me hace recordar tiempo atrás. Cuando la conocí. Cuando la vi por primera vez al presentarse ante mí como mi secretaria.

>>>Flashback<<<

Distrito Federal, México

***Empresas San Román***

-Hola...

La muchacha detrás del escritorio levanta la mirada al escuchar mi amable saludo. No evito sonreír al toparme con sus hermosos ojos dorados que me observan con cierta... ¿curiosidad? ¿admiración? Fue tan solo un instante pero que pareció eterno en el cual aquella joven y yo nos limitamos solo a vernos en silencio. Estoy a punto de presentarme cuando ella se levanta rápidamente de su asiento justo como acostumbran hacer todos mis empleados al verme entrar a la oficina.

-Disculpe, señor San Román...- murmura la joven con cierto nerviosismo.- No lo reconocí... Mi nombre es María y soy su nueva secretaria...

-¿Secretaria?- pregunto sonriente, luchando inútilmente por no sentirme atraído por esa jovencita quien se sonroja ante mi mera presencia.

-Sí, señor...- responde ella, esbozando una adorable sonrisa y me es inevitable observar sus labios, suaves, seguramente dulces, perfectos para ser besados.

¡Basta Esteban! Me reprimo a mí mismo, sorprendido por las sensaciones que María, mi nueva secretaria me provoca a solo minutos de haberla conocido.

-Bien, María... Mucho gusto... ¿Qué hay en mi agenda de hoy?- pregunto de repente, entrando a mi oficina y con María siguiendo cerca detrás, enfocándome en alejar cualquier pensamiento indebido que tenga que ver con ella.

-Era justo lo que revisaba antes de que usted llegara, señor...- responde mientras abre la carpeta que lleva en sus manos.

Yo la observo ya instalado detrás de mi escritorio. Me habla de usted. Eso me causa gracia, más aun sabiendo que solo soy un par de años mayor que ella. Es tan bella. Tendría que estar ciego para no reconocerlo. Pero lo que más me llama la atención es la inocencia que percibo en ella. Me encantaría conocerla mejor pero parezco intimidarle. Tal vez porque sea su jefe. Sí... Seguramente por eso.

-¿Me escuchó, señor?

-Perdón, ¿lo puedes repetir, por favor?

Me siento como un chiquillo al cual la maestra acaba de sorprender distraído en clase y sonrió cuando la veo a ella sonreír divertida por mi falta de atención. Ay... María, María... No cabe duda que corrí con suerte.

>>>Fin de Flashback<<<

-Comienzo a preocuparme...- escucho una voz un tanto familiar a mis espaldas.

La mujer del llamativo vestido rojo nuevamente se acerca a mí. Su sonrisa seductora, y su mirada ardiente no abandona la mía mientras me ofrece una de las copas que sostiene en sus manos. La tomó por cortesía y ante mi expresión de clara confusión la mujer procede a explicarse mientras la multitud de invitados se aleja, acercándose y rodeando a los anfitriones de la noche, dejándome a mí y a... "Dulce Seducción" solos.

-Un hombre tan atractivo como tú no tiene nada que estar haciendo solo...- dice la mujer, golpeando su copa contra la mía antes de beber de ella.- Sin embargo me alegra... Estoy en busca de un poco de diversión esta noche...

No logro reprimir una sonrisa de asombro. Mujeres como ella, tiempo atrás, conocí muchas. Sé lo que quiere y para ser sincero, en cualquier otra ocasión se lo habría dado. Es atractiva, y por lo visto decidida al igual que muy segura de sí misma. Esos atributos solo pueden garantizar una cosa. Problemas. O bueno, tal vez más que solo problemas. Una enloquecida noche de placer. Bebo de mi copa, sin retirar mi mirada de la de ella. Me observa sonriente, como esperando a que yo ceda a sus, aun no mencionados, caprichos.

-¿Y qué te hace pensar, que encontraras lo que buscas conmigo?

-La manera en que me miras... Tú sonrisa... Cínica, casi perversa...- dice la atractiva mujer, dejando su copa de lado sobre una mesa y acercándose más a mí.- Pareces ser todo un reto, ¿sabes?- agrega, trazando con su dedo leves caricias sobre mi cuello y mandíbula.- Y a mí me encantan los retos...

Sonrió una vez más, y bebo todo el contenido de mi copa, dejándola a un lado al terminar. Ella sigue ahí, sin intención de marcharse.

-Me llamo Esteban...- me presento amablemente, extendiendo mi mano y tomando la de ella en un saludo demasiado formal para el gusto de ella seguramente.

-Y yo soy Ana Rosa... ¿Qué te parece si nos vamos a un lugar menos aburrido? Me hospedo en un hotel no muy lejos de aquí...

Su propuesta es tentadora, pero ni como negarlo, inoportuna. Mi objetivo esta noche está claro y se llama María. Tras debatirlo un momento, le doy la negativa a Ana Rosa y la observo alejarse una vez más, un tanto molesta pues es evidente está acostumbrada a siempre salirse con la suya. Pero no conmigo. No está noche. Ni ella, ni nadie.




***Jardín, Mansión Salgado***

Tengo decenas de miradas puestas en mí, pero la única que siento, atravesarme como una daga, es la de Esteban. Juego con mis manos nerviosamente, aparentando estar lo más tranquila posible mientras Gerardo, ante la atención de todos, procede a dar su discurso. No presto mucha atención. Ocasionalmente, levanto la mirada hacia el área en la cual se encuentra Esteban. Esta acompañado por un hombre. El mismo hombre con el que Gerardo había estado conversando horas atrás.

-Mi amor...

La voz de Gerardo acapara mi atención. Él me toma de la mano, acercándome a su lado y yo sonrió forzadamente ante la crítica mirada de los presente.

-También existe otro motivo por la reunión de esta noche...- informa Gerardo, su sonrisa tan radiante como siempre.- Como ya lo saben, María y yo sostenemos una relación desde hace tiempo...

En la distancia noto a Esteban tensarse. Su boca apretada en una fina línea muestra su enfado ante lo que está por venir. Pero, ¿qué puedo hacer? Yo no puedo desmentir a Gerardo frente a toda esta gente. Lo haría quedar en ridículo si me negara a casarme con él ahora. Además, ¿qué estoy pensando? No puedo permitir que Esteban me maneje a su antojo. No. No lo hare. Por más que me aterre saber que sería capaz de cumplir su amenaza y en cualquier momento buscar y hablar con mis hijos, no puedo ceder a sus peticiones. Endurezco la mirada y elevo mi barbilla, desafiante como nunca antes. Esteban me observa y hasta lo veo sonreír, pero esa sonrisa no es de alegría. Es una sonrisa perversa, cargada de malicia, impropia en el mismo Esteban. Sin duda ha cambiado mucho, y eso, aunque quiera evitarlo, me estruja el corazón.

-Queremos anunciarles...- escucho a Gerardo decir, con entusiasmo y mucha alegría.- Que dentro de dos meses, María y yo hemos decidido casarnos...

Los aplausos no se hacen esperar. Gerardo, se inclina hacia mí, besando mis labios tenuemente, complaciendo a los espectadores. Esta vez no lo evado, y al apartarse, correspondo a su sonrisa. Él se acerca a recibir las felicitaciones de la gente y yo me detengo un instante, volviendo la vista en busca de Esteban. Lo veo en la distancia. Parece estar alterado y el hombre que lo acompaña intenta tranquilizarlo. No evito sentirme nerviosa. Si Esteban llegara a armar un escándalo, la verdad se descubriría y yo no tendría tiempo de nada. Me distraigo unos momentos, recibiendo las felicitaciones de algunos invitados. Me muestro feliz, contenta, aunque la incertidumbre me esté matando por dentro. Los saludos, y abrazos continúan, y por segunda vez en la noche me vuelvo a topar con Esteban. Su cercanía me asfixia, intento alejarme pero él discretamente toma mí mano. Tiene esa mirada que ha tenido durante toda la velada, y su boca, esboza una media sonrisa demasiadamente cínica.

-Felicidades...- murmura en voz ronca, inclinándose un poco y llevando mi mano a sus labios, depositando un cálido beso en ella que me hace estremecer aun en contra de mi voluntad.- Señora...




***Jardín, Mansión Salgado***

Su piel es tan suave. El simple roce de mis labios contra su mano, enciende la sangre que corre por mis venas. Ella retira su mano con discreción y me mira sin pronunciar palabra alguna. Estoy por reclamarle el no haber cumplido con lo exigido pero Salgado se acerca tras ella, envolviéndola con un brazo por su cintura y atrayéndola a él en un gesto sumamente posesivo.

-Por poco te pierdo, mi amor...- le dice, besándola en la mejilla antes de centrar su atención en mí.- No lo conozco...- comenta Salgado, frunciendo el ceño pero ofreciéndome su mano a modo de saludo.- Gerardo Salgado...

-San Román...- respondo en tono serio, dándole un firme apretón de mano.- Esteban San Román...

María me fulmina con la mirada, como suplicándome que me vaya. Suplicándome que no diga nada. Me divierte su nerviosismo y aunque sé que es arriesgado, no logro evitar jugar un poco a costa de ella cuando Salgado decide entablar una conversación conmigo.

-¿Usted es San Román?- pregunta el tipo sorprendido.

-El mismo...- aseguro yo, cortante, alternando mi mirada entre él y María.

-Un gusto al fin conocerlo, Luciano me ha hablado mucho de usted...

-Espero que solo cosas buenas...- bromeó y Salgado sonríe.

-La propuesta que ha traído a mi atención suena bastante tentadora, señor San Román... Ya antes había buscado expandir mi negocio a tierras Mexicanas, pero circunstancias fuera de mi control me lo han impedido...

María frunce el ceño y me interroga con la mirada. Ella desconoce que Luciano había estado tratando con Salgado desde meses atrás para informarme de todo. Esbozó una media sonrisa en respuesta y la verdad es que ni escucho nada de lo que Salgado dice después. Creo que el licor se me ha subido a la cabeza, impidiéndome pensar con claridad.

-Por favor...- interrumpo a Salgado sutilmente.- Se acaba de comprometer... Ahora menos que nunca debería querer hablar de negocios...- le digo, sonriendo aun por la incomodidad de María.- Es una noche para festejar... Y permítame felicitarlo... Se ha conseguido usted una prometida que cualquiera mataría por tener...

Salgado sonríe, orgulloso por mi halago y aunque no soy yo quien la sostiene, estoy seguro que María se estremece ante mis palabras. Nuevamente tiene esa mirada y esa expresión en su rostro. Se encuentra aturdida. Lo que he dicho la ha hecho recordar aquel crimen... Lo sé. Soy inocente. Quisiera gritárselo una vez más cómo tantas veces lo hice años atrás. Pero es evidente que María sigue creyendo lo contrario, y seguramente lo creerá para siempre.

Condena De AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora