*** Hotel, Lobby ***
Pasa de media noche cuando yo aún me encuentro sentado en un taburete en la barra. No he podido alejar a María de mis pensamientos y el alcohol que he consumido poco ha logrado ayudarme a cumplir mi cometido. Me ha retado... María se ha negado a sucumbir a mis peticiones y parece estar segura que no insistiré, pero se equivoca... Claro que insistiré, y la obligare a complacerme en todo lo que yo ordene. Ese será su castigo... Su castigo por haberme traicionado.
-Esteban...- llama Luciano, haciéndome girar en mi asiento para verle.
No tengo ni idea de cuánto he bebido pero el simple acto me hace tambalear fuera de mi asiento casi hasta caer al piso. Me sostengo de Luciano y de pronto comienzo a sentirme sumamente mareado.
-Te advertí que no bebieras de más...- dice Luciano, pasando uno de mis brazos sobre sus hombros, ayudándome a mantenerme de pie.- Mañana no aguantaras el dolor de cabeza...
No escucho más de lo Luciano dice. Me siento pésimo, y el dolor de cabeza lo he tenido desde horas atrás. Caminamos por el lobby y agradezco este completamente vacío pues no tengo precisamente el mejor de los aspectos. A quien sí alcanzo a ver entrar por la puerta principal del hotel es a Ana Rosa y me intriga un poco su presencia. Me detengo con intensión de ir hacia ella pero Luciano me lo impide, casi obligándome a entrar al ascensor.
-¿Qué te pasa?- le reprocho a Luciano zafándome de su agarre.
-A mí nada...- responde, más tranquilo de lo que quisiera verlo.- Pero tú estás muy bebido y solo evito que te metas en problemas...
Reflexiono en sus palabras, sosteniéndome del barandal que se encuentra dentro del ascensor. Todo parece darme vueltas así que cierro mis ojos y llevo una mano a mi rostro. Mi respiración es pesada... Escucho cada una de mis exhalaciones y eso hasta cierto punto me relaja. Cuando vuelvo en sí ya me encuentro tendido sobre mi cama en medio de la oscuridad. No estoy del todo ausente de lo que pasa y sé que Luciano se deshace de mis zapatos. Intento levantarme pero mi cuerpo no responde... Me siento agotado... Demasiadamente agotado. Él tira de mi corbata y abre mi camisa antes de alejarse de la cama. Mis ojos vuelven a cerrarse, arrastrándome así a un profundo sueño que me impide escuchar con claridad qué es lo que Luciano murmura antes de salir de mí recamara.
*** Empresas Salgado, Oficina María Fernández, Directora Financiera ***
No dormí nada en toda la noche pensando en Esteban. Su amenaza por decir la verdad me aterra... Por mis hijos quienes han vivido completamente ajenos a ella. Todo aún me parece tan irreal... No puede ser que haya vuelto. Esteban jamás debió salir de la cárcel...
-Señora Fernández...
La voz de Angélica, secretaria de Gerardo, irrumpe en el silencio en el cual me he refugiado durante toda la mañana. No parezco ser santa de su devoción, pero últimamente, Angélica se ha mostrado más cordial de lo normal conmigo. Sospecho que Gerardo tiene mucho que ver con ello.
-Dime, Angélica...- respondo a través del intercomunicador.
-La buscan...
-¿Quién?- pregunto con intriga, sabiendo que no espero a nadie por el resto del día.
-Un caballero que se niega a dar su nombre...
Sé que es él... Y nuevamente me siento nerviosa. Agradezco estar sentada tras mi escritorio cuando lo veo entrar, muy seguro de sí mismo. Sus labios forman una leve sonrisa en su rostro, mientras toma asiento en una de las sillas directamente frente a mí. Mi expresión impasible parece divertirle y eso solo me enfada aún más.
-¿Cómo te atreves a venir a buscarme aquí?- pregunto, hasta cierto punto envalentonada pues existe una barrera entre nosotros.
-No te ilusiones, María...- responde Esteban, y por primera vez vuelvo a escuchar su risa que años atrás me habría contagiado de alegría, pero no en esta ocasión.- En realidad he venido a hablar con Salgado, pero como no está... No podía irme sin pasar a saludarte...
-Ya lo hiciste...- le digo al instante, decidiendo ignorar los motivos que Esteban pueda tener para hablar con Gerardo.- Ahora vete si no quieres que llame a seguridad...
Esteban ríe nuevamente y se pone de pie. Su mirada... Intensa no me pierde de vista por lo que parece toda una eternidad. Sé que intenta averiguar mis emociones. Intenta ver si realmente soy tan fría como me presento ante él. No sé si lo logra, pero vuelve a sonreír... Su sonrisa es cínica, cargada de malicia, y no evito asombrarme pues este Esteban no me recuerda en nada al hombre del cual viví enamorada hace más de quince años.
-¿Realmente crees que me iré, María?- pregunta él de pronto, posando sus manos sobre mi escritorio, inclinándose lentamente hacia mi mientras procede a hablar en tono amenazante.- ¿Crees que te dejare en paz después de lo que me hiciste?
Sus ojos se cristalizan, y no evito sentir lástima por él. Exhalo, expulsando el aire que había estado conteniendo y cierro mis ojos en lucha por evitar derramar unas lágrimas que amenazan con caer.
-Yo no te hice nada...- murmuro con suavidad, mirándole directamente a los ojos.- No fui yo quien mato a Patricia, Esteban... Así como tampoco fui yo quien te condeno...
El silencio vuelve a reinar entre nosotros, y Esteban se reincorpora alejando su mirada de mí. Lo noto pensativo y lo observo acercarse al ventanal que se extiende a mis espaldas. Aunque yo no quiera aceptarlo, sé que mis palabras lo han herido.
-Por favor, vete...- murmuro nuevamente, ya puesta de pie y encaminándome hacia la puerta, alejándome lo más posible de él.
-Quiero ver a mis hijos...
-Absolutamente no...- respondo al instante, y Esteban gira rápidamente para verme de frente.
-No es una petición, María... - asegura en tono firme, y su voz retumba en las paredes de mi oficina.- Ya bastante paciencia he tenido...
-Pues tendrás que tener más... No estoy dispuesta a dejarte hacerlos sufrir, les destrozaras la vida, Esteban...
-¡¿Yo?!- exclama Esteban, evidentemente alterado por lo que acabo de decir, se acerca a mí y sé que está furioso.- ¿Hacerlos sufrir yo?
Su cercanía me asfixia, y retrocedo hasta toparme con la pared a mis espaldas. Su respiración es agitada, producto del enfado que le han provocado mis palabras. Me mantengo firme, aunque ante Esteban me resulte casi imposible. Qué guapo es...
-Has sido tú quien les ha mentido toda su vida, María...- agrega, y nuevamente ha vuelto a él esa sonrisa cínica, evidenciando lo mucho que disfruta el tenerme en sus manos.- Dime... ¿A qué le temes? ¿A qué te odien?
-Sí...- respondo en un casi susurro, y su sonrisa desaparece después de verme derramar unas lágrimas.
*** Carretera ***
Pensé que sería más fácil. Maldita sea... Me siento como el peor patán por hacerla llorar... Por ser el causante de esas lágrimas. Tuve que contenerme para no tomarla entre mis brazos, estrecharla contra mi pecho... Confortarla pues comprendo lo mucho que mi regreso le afecta. No debo sentir compasión por ella, pero no puedo evitarlo... Y me odio a mí mismo por ello.
-Has estado muy callado...- comenta Luciano, mientras bajamos del auto y nos encaminamos a la entrada del hotel.- ¿Debo suponer que las cosas no han salido como esperabas?
Miro a Luciano en silencio. No tiene caso responder pues él, mejor que nadie, conoce bien esa respuesta. No obstante, sonríe con diversión. Como si algo que yo desconociera supiera. Ya una vez me advirtió sobre lastimar a quienes me rodeaban. No debería importarme... no debería. Sin embargo lo hace.
-María no es la misma muchacha que dejaste de ver hace quince años, Esteban... Ella, como tú, también ha cambiado...- me asegura Luciano.
Entramos al restaurante del lujoso hotel e inmediatamente nos guían a nuestra mesa. No tengo apetito, y aun me siento mal por la borrachera de la noche anterior. Para colmo no dejo de pensar ni un segundo en ella. María...
-Te equivocas, Luciano... María sigue siendo la misma...- contradigo a mi amigo, bebiendo un sorbo de agua de mi vaso.- Su mirada la delata, su preocupación por mis hijos... Su nerviosismo cada que me acerco a ella...
-Te tiene miedo...- responde Luciano.- ¿Puedes culparla por eso?
-Claro que no... Pero yo jamás le haría daño...
-No físicamente... De eso estoy seguro... ¿Pero te has puesto a pensar en la reacción de tus hijos al saber la verdad? No solo despreciarían a María sino a ti también, Esteban... Por ser lo que todos ellos dicen que eres...
-Yo no soy un asesino...- respondo entre dientes, odiando profundamente ser visto como tal.
-Y yo lo sé... ¿Pero quién más te cree?
Nuevamente prefiero no responder. Luciano tiene razón. Mis hijos me odiarían por ser lo que soy... Un ex presidiario. Un asesino. Un mal hombre ante los ojos de Dios. Maldita sea, no deben enterarse de quien soy realmente... No todavía. No hasta encontrar al verdadero asesino de Patricia.
*** Penthouse Fernández 626 ***
Ha anochecido cuando llego a casa. Después de la inesperada visita de Esteban en mi oficina, perdí la noción del tiempo, refugiada entre aquellas cuatro paredes, recordando e intentando entender cómo todo había terminado tan mal entre nosotros. No debe sorprenderme... Las tías de Esteban nunca me aceptaron creyendo era muy poca cosa para alguien como él. Sin embargo Esteban me amo... Me amo y debo reconocer que yo lo ame con locura.
-¿Mamá?
La voz de mi hijo Héctor me saca un pequeño susto. Me encuentro en la cocina, preparando un té para la noche de insomnio que me espera cuando él aparece por el pasillo. Intento tranquilizarme y entablar una conversación con mi hijo pero al igual que Estrella, sigue molesto conmigo por lo de mi boda con Gerardo.
-¿Tan mala idea creen que sea?- le pregunto, intentando comprender sus motivos para oponerse a mi relación con Gerardo.
-Hasta tú dudas, mamá... Yo extraño mi vida en México...
No puedo decirle que yo, en cambio, huyo de esa vida que tanto sufrimiento me trajo. Sufrimiento que les he evitado a ellos pero que ahora no estoy segura de poder seguir haciéndolo. Esteban está demasiado cerca, demasiado dolido, y eso representa un gran peligro.
-¿Estás bien, mamá?- pregunta Héctor y nuevamente doy un respingo.- ¿Qué pasa?
-Nada, hijo... Solo estoy muy cansada, eso es todo...- aseguro, poniéndome de pie, dispuesta a retirarme a mi habitación.
-Mamá...- llama Héctor y me detengo en el pasillo.
-¿Sí?
-Conseguí una beca... Regresare a México para estudiar allá, espero contar con tu aprobación...
*** Hotel, Habitación 406 ***
No logro alejar de mi mente la conversación que horas atrás sostuve con Luciano. Mis hijos... Tiene razón. Me despreciarían al saber en dónde he estado durante todos estos años. Ni la mentira de María sería suficiente para librarme de ese rencor que pudieran tenerme por no haber estado a su lado. Necesito probar mi inocencia...
-¡Espera!
Las puertas del ascensor que estaban por cerrarse se abren nuevamente cuando una mujer pone su mano entre ellas. La reconozco al instante, una vez se une a mí en el angosto lugar y ella, parece recordarme de igual manera.
-Esto sí que es una agradable sorpresa...- comenta Ana Rosa con una radiante sonrisa plasmada en el rostro.
-¿A qué piso vas?- me limito a preguntar, sin evitar sonreír en respuesta pues parece estar un poco ebria.
-Al mismo que tú...- asegura después de ver el piso que yo había elegido y no sé si habla en serio o pretende acompañarme a mi habitación.
-¿Al fin encontraste el tipo de diversión que buscabas?- pregunto con curiosidad, y ella no aleja su mirada de mí.
-Creo que sí...- responde Ana Rosa, y se acerca demasiado a mí, posando una mano en mi hombro y con la otra rozando mi mandíbula en una leve caricia.- Oh bueno... Eso dependerá de ti...
La miro de reojo, manteniendo mis manos dentro de los bolsillos de mi pantalón. No la toco... Pero dejo que ella lo haga. El ascensor no se detiene, subimos sin parar. Siento sus labios sobre mi cuello y no evito cerrar mis ojos cuando su mano se posa sobre mi entrepierna.
-Me gustas...- murmura en mi oído, y aprovecha dando un pequeño mordisco al lóbulo de mi oreja.
Por años he añorado el tacto de una mujer. Ahora que lo vuelvo a tener... A sentir, me resulta tan insignificante. Recobro la compostura y tomo la mano de Ana Rosa entre la mía, deteniéndola y poniendo fin a su encanto. Ella está bebida, pero aunque no lo estuviera no me siento capaz de llevarla a la cama. Han pasado tantos años...
*** Empresas Salgado, Entrada Principal ***
-Esteban, por Dios... No puedes estar viniendo aquí cada que te dé la gana...
Vivo sumamente alterada desde su regreso y sus inesperadas visitas hacen poco para disminuir ese estrés. Está vez a llegado temprano, cosa que agradezco en silencio pues el edificio se encuentra prácticamente vacío, ahorrándonos a ambos absurdas especulaciones.
-Tenemos una conversación pendiente, María...- me responde, y se acerca a mí una vez he atravesado el umbral de la puerta.- Y deberías agradecer que no he ido a buscarte a tu apartamento...
-Ni se te ocurra...- le advierto, y lo miro esbozar media sonrisa ante mis palabras.
-Me tienes sorprendido, ¿sabes?
No sé qué pensar de Esteban. Quisiera decirle que la sorprendida soy yo. Ha cambiado demasiado, pero a la vez siento que en el fondo sigue siendo el mismo hombre que fue hace tantos años.
-¿Realmente has cambiado, María? ¿O será que solamente aparentas haberlo hecho?
-Lo mismo pudiera preguntarte a ti...- respondo, cruzada de brazos, decidida a no ceder, pero la risa de Esteban me irrita pues sé que se está burlando de mí.- Adiós...
Paso frente a él y a grandes zancadas me encamino hacia el ascensor. No tengo ni el tiempo, ni la paciencia para tratar con él justo ahora. Mis planes se esfuman cuando siento su mano tomarme por mi brazo, y me gira bruscamente hasta que me estrello contra su pecho. Mi bolso cae al piso, y mi corazón late frenético al verme presa entre los brazos de Esteban.
-Te dije... Que vamos a hablar...
Su voz... Su aroma... Su corazón late igual de fuerte que el mío, lo puedo sentir. Y su respiración... Dios mío. Miro sus labios, sus ojos. Esa mirada dura y llena de amargura a la vez, me estruja el corazón.
-¿Qué quieres de mí?- murmuro, después de tragar saliva nerviosamente.
-¿De ti?- pregunta Esteban, y su aliento olor a menta embriaga mis sentidos.
Sé que él lo nota porque reprime una sonrisa triunfal. Me tiene hechizada porque por más que quisiera, no encuentro las fuerzas para apartarme de su agarre. Me odio por eso... Y lo odio a él por seguir importándome como no debería.
*** Hotel, Habitación 406 ***
No fue fácil convencer a María de venir a verme a mi habitación pero ella teme que yo hable, y esa es mi mejor arma en su contra. Aún recuerdo su mirada horas atrás, cuando la tenía presa entre mis brazos... Y la manera en que su cuerpo se estremecía...
-Maldita seas, María Fernández...
Llevo mis manos a mi rostro, y tallo mis ojos con frustración. La odio. La odio con locura y siento un fuego que me calcina el alma con tan solo pensarla. Una y mil veces me juro a mí mismo hacerla pagar por su traición mientras me visto casualmente después de haber tomado una rápida ducha. Termino de calzarme cuando escucho el llamado a la puerta y atiendo rápidamente sabiendo que se trata de María.
-Pasa...- le digo, al abrir la puerta y encontrarla ahí seguramente debatiéndose entre aceptar o no mi invitación.- No voy a hacerte daño, María... Basta ya, solo vamos a hablar...
Comienza a disgustarme que me tenga miedo... Después de lo que ha provocado no tiene ningún derecho. La observo entrar y tomar asiento en la sala. Se encuentra muy callada, pensativa, y procura mirarme lo menos posible.
-¿Gustas una copa?- ofrezco desde la pequeña barra situada en un extremo de la sala.
-No es una visita social, Esteban... Habla ya para poder irme a descansar...
-Vaya... Te habías tardado, eh...- comento, riendo levemente con diversión mientras tomo asiento en el sofá contrario a donde se encuentra ella.- Pensé que al fin íbamos a poder tener una conversación normal...
-¿Normal?- pregunta María sonriente, y me sorprende demasiado su tono cargado de ironía al pronunciar dichas palabras.- Es demasiado tarde para eso, Esteban... Quince años, para ser exactos...
-Al fin un reproche... ¿Tienes más?- le pregunto.- ¿O prefieres que te comparta los míos?
-Dime ya, ¿para qué me pediste que viniera, Esteban?- insiste nuevamente, ignorando lo último que le dije.
-¿Ya terminaste con Salgado?
-Te dije que no lo haría... Así que puedes dejar de insistir con eso...
-Tú actitud está poniendo a prueba la poca paciencia que me queda, María... Tenlo en mente...- le advierto mientras camino hacia la barra nuevamente y me sirvo otro trago.
-Y tus amenazas también están agotando la mía...
Quisiera callarla con un beso... Sus labios perfectamente delineados invitan ser besados. Y ese carácter... De los mil demonios. No quiero perder perspectiva pero me encanta lo difícil que me está poniendo todo, María. Ella cree poder vencerme. Cree poder tenerme entre sus manos, pero no... Ella ama demasiado a nuestros hijos y haría lo que fuera para evitarles sufrir. Yo tampoco quiero que sufran... En eso, María y yo estamos de acuerdo.
-Hagamos un pacto, María...- digo al fin.- Para eso te he pedido que vinieras aquí...
-Si se trata de algún turbio plan tuyo, olvíd-
-Cásate conmigo...
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Condena De Amor
RomanceHace quince años, a Esteban lo culparon de un crimen que no cometió pero hoy está de regreso en busca de justicia y de todo aquello que un día le fue arrebatado...