Capítulo 28

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Desde que llegó a su casa que no había dejado ni un segundo de preguntarle qué diablos estaban haciendo los dos tontos enamorados que había dejado solos en su departamento, pasaba desde la idea de que todo estaría bien si Samuel no comenzaba con sus comentarios que, quisiera o no, sabía que haría, hasta pensar que habían armado todo un campo de batalla digno de ser recordado como la Tercer Guerra Mundial sin lo mundial. Temía por la integridad física de su amigo, pero más aún por la de su hogar ¡que esos dos idiotas eran capaces de destruir todo con tal de dejar mal al otro!

—Me van a destruir la casa. —Dijo, por millonésima vez, acomodándose en el sillón.

—Estarán bien, Luzu... —Lana sólo quería que aquel apuesto chico dejara de hablar sobre su amigo como si fuera un animal, después de todo ella adoraba a Guillermo. —Willy no es un salvaje ¿sabes?

—Nunca dije que fuera Guillermo quien comenzara. —suspiró. —Es que... a ver, Samuel tuvo esa estúpida idea de que dándole celos lo recuperará y siento que puede funcionar, pero también tengo la sensación de que "Willy" —habló haciendo comillas —le dará el guantazo de su vida y se alejará de Vegetta aún más...

—¿Vegetta? —Lana lo observó confundida. ¿No era un problema de Samuel y Guillermo? ¿Quién demonios era Vegetta y por qué Guillermo lo golpearía?

—Samuel —se corrigió Luzu olvidando que no todo el mundo llamaba así a su amigo. —Le hemos dicho Vegetta desde... yo qué se ¿siempre? —rió.

—Oh... —sonrió sintiéndose algo tonta por su pensamiento anterior —No lo hará, confía en mí. —¿Te gustaría ver alg-

—¿Crees que estén peleando en estos momentos?

Y al tacho la paciencia de la rubia ¿quería ver que esos dos no estuvieran matándose? ¡genial! Que vaya y sea feliz con la imagen que encuentre, ya se había cansado de intentar cambiar el tema. Que se matarían, que llorarían, que no "pueden terminar con el trabajo porque está muy estresado" ¡Y Dios sabrá cuántas cosas más! Si bien Lana era bastante comprensiva con algunas cosas, el que Luzu estuviera, indirectamente, diciendo que Guillermo lastimaría a Samuel y que él lo mataría, le estaba molestando. Guillermo no era un salvaje, como dijo antes, y sabía que su pelinegro amigo no haría nada malo porque había hablado con ella antes de salir para allí y dijo que intentaría no herir al castaño. Y Lana confiaba ciegamente en Willy y sus sentimientos de ese momento.

—¿Quieres ir y ver que no se estén matando? —sonrió.

—¿En serio? ¿Puedo?

Lana suspiró... comenzaba a dudar de que ese chico fuera en verdad su amigo y no una madre más para el castaño.

—¡Gracias, Lanita! —saltó de su asiento y dejó un sonoro beso en la mejilla de la rubia.

Y allí iba su enojo.

Y allí iba su enojo

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Diez Años Después.  [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora