Capítulo 25

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Guillermo no podía dormir por sentirse culpable por todas las veces que había maltratado a Samuel y también en cómo diría que realmente lo siente. Si es que le daba una razón verdadera para hacerlo, porque si bien quería oír su parte de la historia, aún eso de las cartas no se lo tragaba del todo. Bien, él podría haberlas enviado, ¿entonces dónde están? No creía que el cartero se las hubiese comido como su cena o usado para prender fogatas durante cinco meses. Tal vez él sólo necesitara una razón para perdonarlo, o para odiarlo, cualquiera fuera el caso, necesitaba que Samuel lo explicara él mismo.

—¿Noche difícil? —rió Rubén.

Guillermo se sobresaltó.

—¿Y si él realmente las envió? —tragó saliva, nervioso. —¿Qué sucedió con las cartas entonces? — seguía observando al techo, como si éste pudiera darle respuestas.

Rubén se quedó pensando unos segundos... ¿Debía decirle lo que pasaba por su mente? No tenía motivos para desconfiar de aquella mujer tan amable, pero ¿Y si...?

—Tu madre... ¿Ella jamás mencionó algún sobre extraño o carta para ti? —dijo esperando que no se cabreara por estar dudando de su madre.

El pelinegro se quedó en silencio unos segundos. ¿Sobres extraños o cartas? Que él recordara jamás las había visto mientras él recogía el correo del buzón, pero también ahora llamaba su atención que luego de cierto día en que un sobre color verde llegó —lo recordaba por ser su color favorito. Exactamente ese verde. —, su madre no volvió a dejarle salir al buzón luego de que el cartero pasaba.

—¿Es extraño que tu madre te prohíba recoger el correo?

Rubén rió ante aquello. Su madre no podía prohibirle algo tan absurdo... ¿O si?

—Pues... sí, la verdad que sí lo es. —rió.

—Ya veo. —dijo serio.

El pelinegro no volvió a hablar durante la noche.

Era la décima cerveza que había pedido Samuel en el tiempo que estuvo hablando

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Era la décima cerveza que había pedido Samuel en el tiempo que estuvo hablando... balbuceando cosas a Cheeto.

—¿Estás seguro de que estás bien? —sonrió su acompañante. —Te veo un tanto... desequilibrado.

Samuel rió.

—Acércate y desequilíbrate conmigo. —sonrió coqueto. Su acompañante soltó una carcajada que lo dejó algo desconcertado. —¿He dicho algo gracioso?

—Oh, no, lo siento. —sonrió. —te acabo de conocer. —se excusó. —más lento, vaquero. —rió. —Entonces... ¿Quién es ese tal Guillermo?

Samuel se sobresaltó. ¿Cómo sabía él de Guillermo? Seguramente había hablado de él entre balbuceos... mierda.

—¿Tienes tiempo? —aún le costaba hablar, pero sentía que todo el alcohol en su cuerpo desapareció al oír ese nombre.

Diez Años Después.  [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora