Capítulo 10

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Ya hacia varias horas que Guillermo había dejado a sus amigos con la palabra en la boca, y ahora se encontraba sentado en alguna plaza de los alrededores, con el corazón más destrozado que nunca, lágrimas secas por sus mejillas, al igual que pequeñas heridas, y una cajetilla de cigarrillos. Sí, nuevamente entró en aquel estúpido y dañino vicio del que tanto le había costado salir. Aunque, por su mente, rondaba un "ya qué" constante. No le importaba en absoluto lo mucho que se esforzó en un pasado para salir, no le importaba lo mucho que sus amigos le habían apoyado para eso, y mucho menos le importaba que, quizás, con cada calada, fuera un día menos de vida. En esos momentos eran muy pocas las cosas que le importaban al pelinegro, por no decir que ya nada lo hacía. ¿Alguna vez se sintieron tan vacíos, rotos y tristes que ya no tenían ganas siquiera de seguir pestañeando, o siquiera ocupar un espacio en este mundo? Porque así era como se sentía él, se odiaba por haberle mentido en la cara, lo odiaba porque él le mintió en la cara también, se odiaba por haber provocado cada una de las heridas en el rostro de Samuel y lo odiaba por haberle provocado las suyas en su rostro. Pero lo que más odiaba, lo que más lo hacía odiarse a sí mismo, era haber sido el culpable de esos sollozos cargados de dolor, de haber sido el causante de esa mirada de decepción en sus ojos cuando escuchó aquellas palabras tan hirientes, venenosas, tan mentirosas.

Tampoco importaba el aspecto que tenia, su ropa seguía tan desarreglada y rota como Samuel la había dejado, las heridas ni siquiera había tenido la delicadeza de limpiarlas aunque sea un poco, su rostro enrojecido hasta decir basta a causa de haber llorado, y su cabello más desordenado que antes, ya que durante el camino hacia allí se la pasó pasando su mano por el mismo una y otra vez.

Incluso algunas personas que pasaban por allí se le quedaban viendo extraño, porque, vamos, no es lo más normal del mundo pasear por una plaza y toparte con un tío envuelto en golpes, sangre y la ropa poco menos que deshecha, pero a Guillermo parecía no afectarle en absoluto ser el centro de atención de cualquiera que pasara por allí, él sólo quería que nadie lo molestara, no le hablaran, nada. Él ya no quería nada. Aunque bueno, no siempre se puede obtener todo lo que uno desea.

–Disculpa –habló alguien detrás de él, con un acento por demás extraño. –Are you okay? –preguntó esta vez en inglés. Lo que le faltaba, turistas. Se giró poco a poco hasta quedar frente a la chica que habló. La típica estadounidense, según pudo saber, rubia, bonita, etc, etc. La verdad poco le interesaba. –Siento molestarte, pero ¿Sabes dónde queda esta universidad? –le entregó un papel con el nombre y se sorprendió al ver que era de su propia universidad ¿hacían intercambios allí? No tenía ni idea.

–Sí. –le sonrió un poco. Ella no tenía la culpa de que él haya tenido un día de mierda. –¿Quieres que te acompañe o te indico cómo llegar y ya?

–¿Sería mucho pedir que me acompañes? –rió. –hace muy poco llegué y aún no me puedo ubicar bien. –se sonrojó un poco. –Por cierto, soy Lana. –le sonrió.

–Guillermo. – sonrió. –¿Vamos?

 –¿Vamos?

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Diez Años Después.  [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora