Capítulo 23

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-No voy a ir, no insistas Peeta...

-Tienes que ir...SABES que tienes que ir –Recalcó fuertemente la palabras "sabes".

-Y tú SABES... -Recalqué también esa palabra como había hecho él -...que no puedo

-Eres fuerte...podrás...

-¡NO! –me tapé completamente con las sábanas

Noté el peso de Peeta en la cama cuando se sentó en ella. Hacía un rato que se había levantado, había curado mis nudillos y acababa de darse una ducha y sólo llevaba puesto una minúscula toalla alrededor de la cintura.

-Katniss...

Consiguió meterse bajo las sábanas conmigo. Me miro y suspiró. Mis ojos debían estar de nuevo completamente rojos, después de que hiciéramos el amor volvió a llorar como una niña pequeña. No podría evitarlo, todo aquello me superaba, no quería ver a toda esa gente. Solo quería que mi mundo se cerniera a esa habitación, a Peeta y a mí. No necesitaba a nadie más. Ni siquiera a Haymitch que aunque odiara reconocerlo era casi como un padre. No le necesitaba.

Fruncí lastimeramente el ceño mirándole a los ojos, no entendía porque no me comprendía, sabía perfectamente cómo me sentía, el más que nadie sabía por todo lo que estaba pasando. Todo lo que habíamos pasado. Me parecía increíble que después de todo el si quisiera asistir a esa estúpida fiesta. Además un cumpleaños no era tan importante, solo un año más de sufrimiento, acaricio mi mejilla y cuando cerré los ojos por la caricia también paso sus dedos por mis párpados. Negué con la cabeza notando como las lágrimas volvían a escocer en mis ojos.

-no puedo ponerme un vestido bonito y celebrar la rebelión...celebrar todas las muertes...Peeta...

-es celebrar tu cumpleaños –bufé

-no es por mi cumpleaños, ¿no lo entiendes?

-lo sé, Katniss lo sé...-se pegó más a mí –pero debemos hacerlo...

-no quiero sufrir más, y verles...

-¿verles o verle? – Aparté la mirada mordiéndome el labio – Él no tuvo nada que ver...

-Cállate Peeta – coloqué mi mano sobre sus labios- no quiero hablar de eso.

Me besó la mano y la aparté para rodearle la cintura con ese brazo y usar su pecho como almohada. Así me sentía segura y protegida. Nunca había sido una persona débil, o eso creía. Desde los 11 años de edad había luchado con todas mis fuerzas, incluso había sobrevivido a dos Juegos, pero ahora, me sentía completamente expuesta. Y todo era por culpa de mis sentimientos. Por culpa de sentir amor. Pero no me arrepentía de sentirlo, era de lo único que estaba segura. No me arrepentiría nunca, o al menos eso esperaba.

-¿Lo pensaré vale...? – Susurré – al menos voy a pensarlo...- noté como asentía y me abrazó más.

Pasamos bastante tiempo así, abrazados sin movernos. Luego él se levantó y me trajo algo de desayunar, apenas compi nada, y porque Peeta no dejó de insistir. El hambre se me había ido a los pies. Deje que me alimentara pero luego le pedí que me dejara sola, lo hizo a regañadientes, pero lo hizo, por lo que pasé la mañana llorando bajo las sabanas, desnuda y con el pelo revuelto y enmarañado.

El alivio que sentí al hacer el amor con Peeta se había esfumado y la verdad era que volvía a necesitarle, necesitaba sus manos y su boca en mi cuerpo, su miembro en mi interior. Lo necesitaba para olvidar. Olvidar que esta tarde tenía que enfrentarme a uno de mis miedos. Había concentrado la mejor forma de olvidar. De eliminar el llanto. Y además estaba el placer que sentía gracias a las manos de mi chico del pan. Si por mí fuera, me pasaría todo el día dejando que me hiciera el amor. Enredada a sus caderas. Me froté las sienes, mi intimidad palpitaba solo de imaginarlo, de recordarlo.

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