capítulo 28

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Los ojos de Peeta se estaban oscureciendo. Cuando le dije que Gale me había besado sus ojos se abrieron mostrándome toda su parte blanca y luego pude ver como su pupila poco a poco se dilataba llegando a borrar casi por completo el ir de aquel perfecto color azul.

-Peeta...tranquilízate...no fue nada más. No hubo nada más y me aparté...

Las lágrimas empezaban a concentrarse en mis ojos pidiendo salir. Hacía mucho tiempo que no veía así a Peeta, sus ataques habían disminuido mucho, tanto en número como en potencia.

El último había sido hacía más de dos meses en mi cocina, ni siquiera recuerdo qué fue el detonante aquella vez. Yo estaba cocinando y cuando me di la vuelta para mirarle estaba con los ojos fuertemente apretados y agarrándose a la parte trasera de una de las sillas. Me quedé estática, callada, y a los pocos minutos me miró. Estaba sudando pero sus ojos tenían su color normal. Me susurró un "estoy bien" y sonrió. Incluso después me dio un beso en los labios y continuamos el día con normalidad.

Pero ahora era diferente, sabía que era diferente. Sus ojos casi negros me lo decían. Apretó la mandíbula con fuerza me miró a los ojos de donde las lágrimas ya salían a borbotones y luego a mi cuello.

Cuando quise actuar fue tarde.

Sus manos se cernieron sobre mi cuello, y usando toda su fuerza empezaron a apretar, robándome el oxígeno. Forcejeé con todas mis fuerzas clavándole mis uñas en sus manos y muñecas pero no servía de nada el apretaba y apretaba tan fuerte que creía que iba a romperme el cuello antes de ahogarme.

Debido a mi torpe forcejeo mi espalda acabó contra la puerta del ostentoso despacho y el cuerpo de Peeta aprisionando el mío para que no me moviera. Sus ojos reflejaban todo el odio que en ese momento me tenía, y más que el hecho de ver su cara en ese estado me hizo aumentar la intensidad del llanto lo que provocó que el aire dejara por completo de entrar y salir de mi sistema.

Ya está, aquello acaba ahí. A manos del hombre al que amaba. Cuando empezaba a querer vivir de nuevo. Y no tenía miedo por mí, o al menos no mucho, tenía miedo por él. Por cómo se sentiría, porque sabía que no podría soportar la idea de haberme arrancado la vida. Y acabaría con la suya propia. Y a Peeta le quedaba mucho por vivir. Peeta tenía que ser feliz. Se lo merecía. Él más que nadie merecía ser feliz en esta vida.

Cuando noté que estaba perdiendo la consciencia hice un último acopio de fuerza y como pude pegué mi cara a la suya y conseguí llegar con mis labios a los suyos. En ese momento estaban fruncidos por la rabia. Una de sus manos dejo de apretar mi cuello permitiendo que algo más de aire llegara a mí para tirar de mi pelo con fuerza. Me hizo gemir de dolor pero no aparte mis labios de él. Sorprendentemente los suyos se abrieron y dieron paso a su lengua que con fuerza se introdujo entre mis labios y buscó mi lengua. Le besé pensando que sería nuestro último beso. Sus agarres no habían disminuido de intensidad pero su lengua se movía dentro de mi boca con pasión.

Pero algo cambió la mano que agarraba mi cuello dejó de hacerlo y bajo hacia mi pecho izquierdo. Lo apretó y masajeó con fuerza. Su beso se había vuelto voraz, más fiero. Pocos de los besos que me daba ¨Peeta eran así. Tiró más de mi pelo haciendo que quedara aún más expuesta a él y mordió mi labio a la vez que yo misma gemía y por fin podía tomar una bocanada de aire.

Pero el airé fue como fuego entrando en mi garganta magullada. Quemó de tal manera que no pude evitar toser. Por suerte pude apartarme de la cara de Peeta y toser contra su pecho. Manchando su camisa de sangre espesa, oscura. Peeta me soltó el pelo y pude encogerme. El dolor en mi cuello y mi garganta era completamente horrible. La tos no cedía y la falta de aire volvía a ser palpable. Tosí y tosí pero ya no había sangre.

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