—¡Aya-chan! —la llamaba mientras golpeaba la puerta con fuerza—. ¡Aya-chan!
—Ya, Takao, ¿no ves que no hay nadie? —repuso Midorima un tanto fastidiado, acomodando sus lentes.
—No contesta mis mensajes y no está en casa, ¿seguro que no sabes nada, Shin-chan? —preguntó en un tono que denotaba preocupación.
—¡¿P-por qué debería yo saber algo?! Nanodayo.
—Sólo era una pregunta Shin-chan, no te alteres —tras pedir aquello soltó un largo suspiro e hizo una pausa—. ¿Crees que esté bien?
La imagen de Tachibana se hizo presente en su mente.
En un principio lo había entendido, pensó que necesitaba tiempo para pensar y por eso no le sorprendió que faltara a clases el día siguiente de aquel horrible incidente.
Pero éste ya era el octavo, sin contar que cada vez que iban a buscarla —a petición de Kazunari— nunca estaba en casa, así como tampoco respondía los mensajes que el ojiazul le enviaba.
Esa tonta. ¿Por qué no le avisó nada aquella noche cuando tuvo la oportunidad?
El ritmo de los latidos de su corazón incrementó al recordarla.
Aquella noche.
Una noche negra.
Negra como su cabello.
Negra como sus ojos, que aún siendo tan oscuros, brillaban por el dolor que contenían.
Negra como los sostenidos y bemoles del teclado de aquel piano que tocó exclusivamente para ella, con el objetivo de cortar de una vez por todas las lágrimas que escapaban de sus ojos, pasando por sus mejillas, y culminando su recorrido en su mentón, para luego caer y fundirse con su ropa, humedeciéndola.
Había funcionado. Al terminar de interpretar Clair de Lune, una Ayame con los ojos hinchados pero ahora sin ninguna lágrima saliendo de ellos le devolvía la mirada apoyada a un costado del piano, alterando los latidos de su corazón.
"Gracias" había susurrado.
Cada vez que recordaba lo que sucedió luego a aquel agradecimiento, un nerviosismo se apoderaba de todo su ser.
Recordar sus brazos repentinamente envolviendo su cuello y su barbilla apoyándose en su hombro lo hacía estremecerse, y más aún al recordar también el aroma a lavanda que emanaba de su cabello algo despeinado.
Los abrazos eran algo prácticamente desconocido para él. Pocas veces había experimentado un abrazo y cada una de esas veces no supo qué hacer, pues nunca sintió absolutamente nada con aquellas demostraciones sino una gran incomodidad. ¿Por qué corresponder algo que no sentía? Eso representaría mentir, y él no era un mentiroso.
Sus delgados brazos, que lo presionaban con fuerza, le dieron a entender que no iba a soltarlo por un rato, y eso no hizo mas que ponerlo más incómodo, mientras que a la vez un cosquilleo que jamás había sentido antes se hacía presente en su estómago.
Ante su proximidad, pudo sentir los latidos del corazón de la chica. Eran tanto o quizás más rapidos que los suyos.
Trataba de hallar una explicación lógica de por qué había puesto su mano sobre su cabeza dándole una ligera palmadita, pero aún no la encontraba. Fue algo que ni siquiera pensó en hacer, simplemente sucedió. Un acto reflejo, que tanto a ella como a él mismo sorprendió.
¿En qué momento se había vuelto tan cercano a ella?
Cuando la joven deshizo el abrazo, sus ojos se dirigieron a la gran puerta del cuarto, que dejaba entrever un poco de luz proveniente del pasillo, así como un pequeño rostro asomándose por la misma.
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Eres un idiota ~ |Midorima Shintaro| - EN EDICIÓN
Fanfiction→De momento esta historia está pasando por un proceso de corrección. Si la lees ahora, ten en cuenta que algunos capítulos serán modificados de igual manera próximamente. ---------------------------------------------------- "Midorima Shintaro", para...