El rebote de los balones y el rechinido de las zapatillas sobre el suelo le parecían algo distantes en estos momentos, a pesar de ser consciente de que sus compañeros de equipo estaban practicando en la misma cancha. Incluso la pelota que sostenía con sus propias manos aparentaba estar en segundo plano. Lo único que robaba casi por completo su atención actualmente era ella (casi, pues su orgullo y a la vez vergüenza le impedían girarse del todo para verla mejor lo obligaban a vislumbrarla nada más que de reojo), ingresando al gimnasio con un enorme bolso (que sabía contenía botellas de agua lo más fría posible, toallas y barritas energéticas o fruta, dependiendo de lo que hubiese elegido la chica para el día de hoy) y vistiendo ropa cómoda y deportiva. Desconocía la razón de aquello, pero últimamente había estado llegando algo tarde a las prácticas. Se dijo a sí mismo que obligaría a Takao a preguntarle sobre el asunto más tarde, bajo la amenaza de que si llegaba a revelar que fue él quien le dio tal orden, lo golpearía más fuerte que en aquel día en el restaurante.
Su corazón no pudo evitar comenzar a latir desbocado en su pecho al verla sonreír a modo de saludo.
Arrojó el balón sin siquiera mirarlo, y sus lentes emitieron un destello triunfal al acomodárselos por el puente de su nariz luego de haber encestado de manera tan precisa y majestuosa, dándose ínfulas a sí mismo.
“Midorima Shintaro jamás fallará un tiro”, se dijo.
Pero aquel preciado momento de reconocimiento propio y desbordante de egocentrismo se vio interrumpido por la voz aterciopelada de ella.
—Bien hecho —lo felicitó, pero Midorima no se atrevió a levantar la vista hacia ella.
Mientras se dirigía a la bola que segundos antes había arrojado yacente a unos diez metros en el suelo, se congeló en su sitio.
Aquellas palabras lo remontaron a la séptima noche del séptimo mes del año, precisamente en la cúspide de su decimoséptimo cumpleaños.
Su hermana (la malvada y calculadora mente conspiradora de todo lo sucedido) le había dicho las mismas palabras al llegar a casa apenas unos minutos antes de que el 8 de julio se manifestara, seguidas de un “¡yo sabía que podías hacerlo, onii-chan!”.
Patrañas. ¿Que si pudo hacerlo? ¡Por supuesto que no! Él no hizo nada, mas fue su boca la que escupió en una manifestación de vil alevosía lo que menos quería decir en el momento menos indicado, ridiculizándolo ante la persona por la que menos quería serlo.
—Tachibana, lo siento.
La puerta se abrió revelando el interior de la casa, las llaves cayeron al suelo, pero la azabache no se movió. Parecía haberse vuelto víctima de Medusa, la gorgona con cabellos de serpientes, que al tener el mínimo contacto visual con una persona era capaz de convertirla en piedra.
Ahogó un pequeño grito mientras la desesperación se iba apoderando de él. Jamás creyó que su rostro ardería tanto hasta el punto de representar una molestia más grande que Takao Kazunari (si es que aquello era posible). Todo su cuerpo comenzó a temblar, y quiso con todas sus fuerzas culpar a la brisa fresca que corrió en ese instante, pero bien sabía que la brisa no tenía culpa alguna, que la incertidumbre de saber las consecuencias que sus propias palabras conllevarían a partir de ahora fue lo que lo hizo estremecerse, tanto a él como a aquella pequeña bomba sanguínea, que estaba casi seguro abriría un agujero en su pecho y saldría disparado en cualquier momento.
Un perro ladrando en la lejanía, un grillo cantando y las hojas de los árboles meciéndose se unían en un concierto nocturno que invadió sus oídos, y lejos de brindarle la tranquilidad que tanto ansiaba, más nervioso lo ponía, pues ya había contado quizás unas doce series de repeticiones y la chica parada en frente suyo no reaccionaba.
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Eres un idiota ~ |Midorima Shintaro| - EN EDICIÓN
Fanfiction→De momento esta historia está pasando por un proceso de corrección. Si la lees ahora, ten en cuenta que algunos capítulos serán modificados de igual manera próximamente. ---------------------------------------------------- "Midorima Shintaro", para...