Dalila era una chica bastante independiente. Había cumplido recientemente los 19 años y ya tenía su licencia de conducir. No le había costado demasiado convencer a sus padres para que le comprasen un auto pues sabían que siempre estaban ocupados y Dalila necesitaría uno para ir a la universidad. Sin embargo, esa noche la adolescente se dirigía a un lugar distinto. Había pasado horas seleccionando el vestido y arreglándose para asistir a una fiesta a la que su amiga había insistido por ir. Alrededor de las siete pasó por su casa y se dirigieron juntas al lugar.
Al llegar, se dieron cuenta del que el lugar era, quizás, un poco pequeño, pero estaba repleto de gente. Luces de colores iluminaban en inusuales reflejos a incontables jóvenes que compartían juntos las horas preciadas de su juventud. Drogas, alcohol, sexo y conversaciones trascendentales de asuntos metafísicos no faltaban en aquella fiesta. Como cualquier evento adolescente, la decencia y dignidad se dejaban en la puerta. A dónde quiera que mirasen habían chicos y chicas intentando ligar unos con otros. El deseo se les podía notar en la mirada, como un reflejo de luz potente y cegadora.
Dalila y su amiga estaban ambas solteras para aquella época. Sin embargo, los intereses de Dalila no eran precisamente encontrar un chico esa noche. No hacía mucho que había salido de una relación y quería mantenerse tranquila por un buen tiempo, el que fuera necesario para desintoxicarse del romance agridulce y recuperar su fe en el amor. Su amiga, por otra parte, no tardó en encontrar acompañante. La vio una o dos veces bailar con algún chico y luego no volvió a saber de ella por el resto de la noche.
Evidentemente, algunos chicos se habían acercado a Dalila. Después de todo, era una muchacha muy bonita. Ella había aceptado bailar con alguno que otro, pero no dio razones para que aquel compartir pasara a algo más. Prefería mantenerse tranquila cerca de la barra, bebiendo moderadamente y pensando en sus planes futuros. No quería ennoviarse con ninguno hasta por lo menos haber acabado su carrera, dentro de unos tres años. No obstante, la vida es caprichosa y no siempre concede lo que uno propone. Para su desdicha, había un joven que le llamaba la atención desde hace rato.
Con el pasar de la noche, el chico se fue acercando, como si supiera que Dalila buscaba conocerlo. Cuando se sentó junto a ella en el bar, pudo completar a todo color su exorbitante belleza. Una melena de cabello negro, lacio, le caía hasta los hombros, dándole una apariencia de elegante caballero inglés de hace siglos. Sus rasgos eran finos, sublimes, casi femeninos. La nariz perfilada, los ojos de corte felino, delicado. Su piel era blanca y contrastaba muy bien con sus finos labios rosados y sus hermosos ojos azules. De entre todos los jóvenes, era el que más elegante estaba vestido. Camisa blanca, corbata negra, pantalones de vestir.
El muchacho se presentó con una sonrisa encantadora. Dalila incluso pensó estar alucinando por culpa de alguna sustancia que hubieran echado en sus bebidas. La belleza del joven era casi como sacada de un cuento. Y no tan solo su aspecto físico, sino también el encanto que derrochaban sus movimientos tan refinados y sutiles le hacía a Dalila maravillarse. Intercambiaron nombres y la conversación comenzó a fluir.
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Susurros a medianoche
Horror¿Puedes verlos? Allí, tras los arbustos. ¿Ves sus ojos? Los veo cada noche, y me susurran cosas. ¿Quieres escucharlas tú también? Te prometo que no dolerá, ya verás. En la Tierra pasan cosas extrañas. ...