En aquel entonces frecuentaba mucho la red social Facebook. Me había llegado la solicitud de un tal Rafael y la acepté. En su foto de perfil se veía bastante bien y según íbamos conversando me daría cuenta de que era un chico muy simpático. Cada tarde regresaba volando del colegio para escribirle y pasábamos buen rato charlando de infinidad de cosas. Descubrimos qué pensábamos del gobierno, del amor, de la religión, del sexo y del universo. Nos convertimos en grandes amigos.
Con el tiempo, y como era de esperarse, terminé enamorándome de Rafael. Ya no podía negar que el simple hecho de recibir un mensaje suyo me hacía eternamente feliz. En una hermosa tarde, surgió la oportunidad. Me convertí oficialmente en el novio de ese chico encantador. Es innegable que estaba un poco nervioso. No sabía exactamente si una relación por internet funcionaría, pero creía en él. Confiaba en él. Y podía sentir que él, a ojos cerrados, confiaba en mí.
Los días que pasaban solo conseguían intensificar nuestra relación. Sentía que amaba cada vez más a ese chico de ojos claros. Su sonrisa era mágica y, aunque no había escuchado aún su voz, sabía que sería suave y cálida, así como la escuchaba en mis sueños. Todo iba de maravilla, en esencia fantástico, pero cambió. Con la llegada del cuarto mes, todo cambió.
Si bien todavía sentía mariposas por él, Rafael comenzó a comportarse de forma inusual. Dejo de ser el chico ingenioso y gracioso que me encantaba para ser mucho más frío y distante. Parecía que conmigo hablaba solo lo justo y que, en la manera que le fuera posible, me evitaba. No había parado de llamarme «cariño», pero su entonación imaginaria había cambiado en mi cabeza. Comenzaba a abrumarme cuestionándome cuál podría ser el epicentro del cambio en su estado de ánimo. Finalmente, me confesó que había estado algo enfermo y no se sentía nada bien. Fue entonces cuando comenzó a proponer que debía verlo.
A medida que pasaban las semanas, los deseos de Rafael para que fuese a visitarlo se hacían más fuertes. Era muy insistente. Yo no estaba seguro aún de si aquello era una buena idea. Vivía demasiado lejos y me costaría horrores llegar hasta allí. Aparte, ¿qué le diría a mi madre? ¿«Hola, tu hijo Alan se va a visitar a su novio cibernético al otro lado del país. No me esperes para la cena.»? ¡No! Debía planearlo mejor. A pesar de todo, acepté.
No estoy seguro de si acepté porque, de verdad, quería ver a Rafael o si fue por el hecho de que no quería perderlo. Tenía miedo de que me reemplazase si no iba. De verdad, no quería que se deshiciera de mí.
Tuve que hacer de tripas corazón para organizar el viaje, pero el fin de semana siguiente ya me encontraba de camino a su olvidado pueblo. Me había dado las direcciones exactas, pero tenía que releerlas una y otra vez para asegurarme que fuera bien encaminado. Cuando llegara al pueblo, debía dirigirme hacia el norte, donde estaba la catedral y tomar el sendero que estaba justo tras de ésta. Una vez allí, debía recorrerme esa carretera casi hasta el final a pie, pasando dos granjas y un pozo.
Me costó, pero finalmente llegué. Podía ver la casa que Rafael me había descrito en una llanura a lo lejos. Estaba muy nervioso. Comencé a arreglarme. Me puse la camiseta azul que había traído en la mochila, usando la cámara frontal del celular intenté peinarme y, finalmente, me perfumé. Esperaba causar una buena impresión a su familia y sobre todo a él.
Llegué al portal de la casa y respiré unas setenta y tres veces antes de tocar el timbre. ¿He mencionado ya que estaba nervioso? Un señor con apariencia arrogante abrió la puerta. Supuse que era su padre.
—¿Sí?
—Hola, buenas tardes. Yo, am... —dije con la mente totalmente en blanco.
—¿Qué quieres, muchacho?
—Busco a Rafael, ¿está en casa? Soy un amigo suyo.
El señor alzó las cejas y abrió un poco más los ojos. Enseguida me inspeccionó con la mirada de arriba abajo y me invitó a pasar.
—Supongo que vienes desde lejos. ¿Vienes a pie? Debes estar cansado —expuso él con un tono que parecía falso—. ¿Quieres algo de comer?
Tímidamente fui acercándome a la esquina de la estancia, desde allí me sentía más seguro.
—No, gracias. Y-yo solo... —Hice una pausa, intentando calmarme para que no se notaran los nervios en mi voz—. Me gustaría ver a Rafael.
Solamente quería ver a Rafael y estar con él. Eso me haría sentir mucho más cómodo. Esperaba que el señor entendiera eso y me permitiese pasar a su habitación, pero lo que me dijo fue simplemente horroroso.
—¿Rafael? Oh, cariño —dijo con media sonrisa—. Rafael murió desde hace mucho tiempo.
Palidecí. Sentí escalofríos. El sonido de un derrumbe se produjo en mi interior y todo comenzó a mezclarse en mi cabeza.
¡¿Qué?! ¿De qué rayos hablaba? La habitación comenzó a dar vueltas y el atemorizante señor se acercó a mí. ¿Con quién había estado hablando todo este tiempo?
—E-eso no... Eso no es posible.
—Sí que lo es, pequeño... ¿cómo te llamabas? ¿Alan?
Asentí tragando saliva mientras era testigo de la expresión horrible que se dibujaba en su cara. Se acercó hasta mí con los ojos brotados, la sonrisa torcida y la respiración jadeante. Casi puede jurar que lo que traía en la boca no eran dientes, sino colmillos podridos y amarillentos.
—Rafael está muerto. Yo mismo lo quemé —dijo mientras reía estridentemente—. Ahora es tu turno, amiguito.
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Susurros a medianoche
Horror¿Puedes verlos? Allí, tras los arbustos. ¿Ves sus ojos? Los veo cada noche, y me susurran cosas. ¿Quieres escucharlas tú también? Te prometo que no dolerá, ya verás. En la Tierra pasan cosas extrañas. ...