En los momentos donde la mente cae en un estado de inconsciencia, no siempre ocurre lo que nos han hecho creer. No siempre quedamos ciegos, envueltos en un velo oscuro que nos aísla de todo tipo de imagen o sonido. Al menos eso pienso yo. Y, en aquel momento desconcertante de mi vida, lo comprobé.
Todo estaba blanco como consecuencia de una luz increíblemente brillante, intensa, que dibujaba bocetos de sombras imprecisas con extrema sutileza. Tales trazos grisáceos eran casi imperceptibles, casi inexistentes. Me sentí terriblemente mareada e incómoda. Intentaba sostenerme la cabeza con las manos para dejar de estar tan aturdida. Una vez mi visión se volvió estable, descubrí que estaba recostada en el suelo, boca arriba y desnuda. Un frío de vehemencia abusiva me golpeaba incesantemente las extremidades que, si no las movía de cuando en cuando, terminarían por sucumbir y quedar congeladas para siempre. Me percibí tremendamente extraña, no recordaba quién era. Tenía yo los conocimientos básicos: era una mujer desnuda en una enorme habitación llena de luz, pero era incapaz de reconocer mi identidad. Y, sin tener un nombre, sin ser realmente alguien, era mucho más difícil comprender lo que estaba sucediendo.
Tenía la cabeza echada hacia atrás completamente, así dolía menos. De pronto, como si fuera una chispa del instinto, mi mano comenzó a deslizarse. Se paseó por la maraña de cabello claro, desenredando todos los nudos con los cuales me sentía identificada. Superando tales obstáculos, mis dedos llegaron a delimitar el contorno de mis labios y se escurrieron tercamente por la garganta. Acariciaron mis senos y dejaron una marca en la división entre ellos. Finalmente, llegué al vientre. Lo acaricié y sentí corrientes eléctricas caminarme como arañas por la piel. Entonces, comencé a escuchar aquel sonido confuso, perturbador.
No sabría cómo describir con exactitud aquella canción de melodía arrítmica. Era como un tambor desenfrenado que hace eco en una caverna, pero a la vez era sutil, como el pétalo de la flor que se desprende del árbol y cae danzando en el viento hasta el espejo mágico en la superficie de un lago. Comencé a escuchar esos ultrasonidos a compás de una aurora boreal que se alzaba sobre mí, anunciando la concepción de un cosmos nuevo. Sentí todas las emociones existentes —buenas, malas y algunas nunca antes descubiertas— al ser testigo de aquel balbuceo torpe, natural y salvaje. Era un evento de epifanía, me había metido dentro de su majestuoso carruaje donde la gloria se vestía y desvestía al gusto de una fuerza divina. Me había convertido en la mujer elegida por la caprichosa y engreída Madre Naturaleza. Podía sentir como sus raíces se desenterraban, abrazándome con fuerza y casi retorciéndome. Dichosa de mí por poder haber experimentado aquella sensación tan fascinante, sinónimo de un éxtasis vilmente potenciado sin medida alguna.
Cuando desperté, la escena no distaba mucho de aquel momento con racionalismo desvanecido. Me encontraba sobre una cama fría, me atrevería a decir que de acero. La habitación, si bien no contaba con una luz tan majestuosa, también era blanca. Más allá de mi cuerpo tendido, se encontraba un carrito con todo tipo de instrumentos tétricos, remojados en una tinta de grotesca tenebrosidad. Mis piernas estaban atadas por una cadena, y he de suponer que el corazón también lo estaba, porque de lo contrario se hubiera desprendido y treparía por mi garganta hasta salírseme por la boca. Latía con fuerza y velocidad sobrenatural. Como pude, intenté incorporarme. Me bajé de la camilla helada y puse en marcha mi escape. La cadena solo me permitía dar pasos cortos, por lo que era sumamente arriesgado andar deprisa. Aun así, no estaba dispuesta a tomarme mi tiempo. Debía salir de allí lo más pronto posible. Con dificultad, me desplacé hasta fuera de la habitación, encontrándome con un pasillo del cual colgaban unas extrañas lámparas. Se mecían a merced de un viento antojadizo que se colaba por unas ventanitas incluso más extrañas. Mi mente tomó una rápida decisión y me dispuse a recorrer el pasillo por el lado derecho. Al llegar al final, me encontré con dos hombres. Vestían elegantemente de negro, o un color muy oscuro que era irreconocible en la penumbra de la noche, y llevaban gorro. Me pareció identificar algunos acentos rojos también. Usaban armas, por lo cual no era difícil deducir que custodiaban lo que supuse que era la entrada.
Regresé sobre mis pasos, dirigiéndome a toda prisa hacia el extremo opuesto. Por el camino, reconocí el sonido de unos pasos firmes, pesados, que se abrían camino hacia mi encuentro. Sin pensarlo dos veces, entré a uno de los cuartos tras puertas idénticas a la mía. Hacía un frío mortal dentro de la habitación y había otra mujer allí. También estaba desnuda, pero la mitad inferior estaba cubierta por una manta con rastros que evidenciaban una escena sangrienta. Intenté despertarla para que huyese conmigo, pero al sacudirla solo obtuve la sosa respuesta de un cuerpo tieso, congelado. Y aquello me aterró hasta el punto de dejarme casi sin respirar. Tomé mis medidas para asegurarme que aquella persona que pasaba por allí se encontrase ya lejos y salí. Seguí mi camino hasta que el pasillo se interceptó con otro. Entonces, volví a elegir la derecha. Si no había funcionado antes, esa vez sí que lo haría. No me equivocaba, el recorrido llevaba hasta una vieja pared de madera que podía desprender de sus clavos sin hacer demasiado estruendo.
En todo ese tiempo no recordaba quién era. En ese momento estaba perdida, dando vueltas por lo que parece ser una cárcel, o un hospital. ¿Quizás era un psiquiátrico? Sonaba una sirena a lo lejos y podía escucharse cómo se revolucionaba el lugar. Pasos veloces chocaban contra el suelo en una dirección lejana, casi emulando un galopar desenfrenado. Seguí mi camino, seguía y seguía vagando a toda prisa, escondiéndome entre las sombras. Finalmente vi lo que podía ser mi salvación, el regalo más grande que Yahveh podía darme. Un arco se alzaba triunfalmente en la entrada principal del lugar.
Cruzando por él, algunos recuerdos llegaron a mi memoria. Más tarde los organizaría. Recordé mi nombre, el de mis padres y mi fecha de nacimiento. Poco más aparte de eso. Aunque, lo más reciente que se me presentaba era la inscripción que vi al salir por la pared de madera. «1943» se leía en un cuadro de piedra, coronando otra inscripción que identificaba el lugar como «Bloque 10».
Miré hacia atrás con rabia, asqueada por aquel lugar de pesadilla. No sabía por qué, pero lo único que quería en aquel momento era que un astro ardiente cayera sobre ese horrible lugar y le hiciera arder en llamas. La luz de la luna iluminó lo último que quise saber del sitio, antes de marcharme para intentar sobrevivir.
La frase «Arbeitmacht frei», con esa b invertida en forma de protesta, siempre se coló enmis pesadillas torturándome cruelmente. «El trabajo os hará libres» me decía enrepresentación de un grupo compuesto por desalmados ultraderechistas, y yo lesdigo «Vuestras atrocidades os castigarán». Serán recordados como los demonios másestúpidos durante toda la existencia humana.
Este relato tal vez no sea de puro terror, pero es uno de mis favoritos y quería incluirlo en esta colección desde el principio. ¿Pudieron adivinar el marco histórico que lo define? Se desarrolla en los campos de concentración de Auschwitz, donde sucedió el Holocausto. Evidentemente, los judíos no lo tenían tan fácil para escapar. Quizás nuestra protagonista tuvo mucha suerte. Sin embargo, lo que busca representar el relato es la incertidumbre acerca de qué clase de experimentos se realizaban con aquellos seres destinados a morir, con qué tipo de ideas retorcidas ensayaban los científicos para burlarse de la naturaleza y de la moral.
Espero que les haya gustado y entretenido.
¡Nos vemos el martes con otro relato! <3
Muchas gracias por el apoyo ^^
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Susurros a medianoche
Horor¿Puedes verlos? Allí, tras los arbustos. ¿Ves sus ojos? Los veo cada noche, y me susurran cosas. ¿Quieres escucharlas tú también? Te prometo que no dolerá, ya verás. En la Tierra pasan cosas extrañas. ...