L'antre du Dragon brillaba entre los reflejos dorados del derroche de lo que ahora eran consideradas menudencias, pequeñeces sin importancia. El sol se había alineado junto a los mil astros donde descansaban nuestros antiguos dioses, obligándoles a despertar de su somnolienta fantasía. Cientos de miles de personas viajarían desde lejos para ser espectadores de uno de los acontecimientos más importantes de la historia. Cuando el sol vuelva a aparecer, es mi deber abrir las puertas de este palacio acompañado de la doncella a la que elegí, de entre incontables propuestas, para ser mi reina.
No puedo negar, pues estaría traicionando los valores de honestidad que desde la infancia se han grabado en mí, que me siento nervioso. Un pánico de los que el hombre ha hecho leyendas épicas me cruza el alma de extremo a extremo. ¿Crees que estén de acuerdo con mi elección? ¡Vamos, tienen que estar de acuerdo!
Es que te miro y en ti encuentro aquellas melodías que se han perdido a través del tiempo, quedándose atrapadas entre los árboles del templo sagrado que constituye la mente de los viejos sabios, privados por la edad de las destrezas del habla. Eres como un insonoro grito de felicidad que resuena en los valles de mis adentros. Mujer, llevas dos luceros con la intensidad necesaria para hacer arder los infiernos, pero con lágrimas de inocencia que apaciguan tu incendio. Tu sonrisa, firmamento con estrellas de luces centellantes. ¡Dios mío! No sé cuánto tiempo llevo durmiendo bajo la sombra del consuelo que es para mí tu presencia en esta travesía mía. Querida, sin dudar ni un segundo, te elijo a ti de entre todas las mujeres. Porque ya me conozco tus esquinas, tus recovecos, los ángulos de tu geografía y el sabor de tus rosas. Eres terriblemente atractiva para mis sentidos que recorren locos los rincones de tu cuerpo desnudo desde hace tanto. Y sé de tu piel, sé de tu sangre y sé de ti.
Ya tienes corona, mi reina, que no es otra que esa hermosa cabellera donde se enredan las flores de tus pensamientos. Enrédate tú conmigo antes de amanezca, mi doncella. Muérdeme, despacio y con cautela como sabías hacer para que no nos descubrieran. Estás de acuerdo conmigo, ¿verdad? ¿Hice lo correcto?
Ven, mira por el ventanal de este torreón. Aquel lejano sector del cielo comienza a alumbrarse por los rayos del sol. Siente mi corazón. Palpita con fuerza, ¿cierto? Estoy temblando del miedo. Creo que debimos arreglar un poco el salón principal. Quizás este desorden les cause algo de repelús a los invitados. Vamos, dame tu mano. Es momento de hacerlo, de abrir esa puerta. Ten cuidado. Mejor súbete un poco el vestido, no vaya a ser que se ensucie con la sangre de las demás.
Todas eran bonitas, tenían su gracia, pero ninguna como tú. Tenía ese miedo de escoger a alguien que no fuera digna de compartir conmigo toda esta gloria, que no fuera digna de compartir lecho con mi cuerpo dormido. Esta misión de escoger a mi consorte era un asunto que me sobrepasaba y por ello se lo encargué a fuerzas más allá de las humanamente posibles. Dejé que fueran los dioses quienes me dirigieran y dieran la orden. Matar o desposar, esas eran las opciones. Cariño, los dioses lo tenían claro.
No quise confesártelo, pero en el fondo deseaba que fueras tú la elegida. No quería que mi cuchillo te destripase vilmente, ni que nuestro contacto se esfumara de repente luego de tantas vivencias. Siempre quise que fueras tú la mujer que rigiese mi reinado, pero tenía mis dudas en si hacía lo correcto.
Ahora pienso que debo desenmascarar mis inquietudes, cerrarle la puerta a los miedos y convencerme de que hice lo que tenía que hacer. Después de todo, ¿qué mujer sería más digna de los encantos del príncipe de la casa Beauchene que su propia hermana?
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Susurros a medianoche
Korku¿Puedes verlos? Allí, tras los arbustos. ¿Ves sus ojos? Los veo cada noche, y me susurran cosas. ¿Quieres escucharlas tú también? Te prometo que no dolerá, ya verás. En la Tierra pasan cosas extrañas. ...