Relato IX: La noche tiene garras

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No tendría yo más de trece o catorce años cuando sucedió. Mi familia había hecho unas reservaciones en la playa y yo estaba tremendamente emocionado. Tendríamos una casita a la orilla del mar, mucho espacio para andar en bici y, lo mejor de todo, a nuestro recién llegado perrito como nuevo acompañante. Mi hermanita, que todavía era pequeña, estaba emocionadísima. Siempre la recuerdo así.

Llegamos un lunes, ¿o quizás fue un martes? No lo sé, lo único que recuerdo es que no había mucha gente en la playa. Usualmente llegaban para quedarse el fin de semana y luego se marchaban. Nos había tocado una de las casitas más nuevas del complejo. La pintura se veía reciente y todo estaba muy bonito. Desempacamos, comimos algo y por la tarde fuimos al mar. Mi hermanita y yo pasamos buenas horas de diversión mientras el sol caía. Nuestra madre descansaba sobre una toalla, resguardada bajo la sombrilla. Por otro lado, mi padre se preparaba para acompañarnos. Jugó largo rato con nosotros, intentó enseñarnos a nadar y hasta nos mostró algunos peces que habitaban cerca de una roca.

Los siguientes días fueron geniales también. Desde el amanecer hasta la hora de dormir, mi hermanita y yo no dejamos de jugar. Nos llevábamos muchos años, pero siempre me gustaba mantenerla entretenida.

Una noche que no podía dormir, salí a buscar una merienda. Al mirar por la ventana, encontré a mi padre mirando hacia el mar. Abrí la puerta y me acerqué. Me confesó que el calor era muy insoportable y le había quitado el sueño. Además, el perro no hacía más que patearlo para echarlo de la cama. Eso nos resultó gracioso y reímos un poco. Siempre con cuidado de no despertar a mi madre o a mi hermana.

—¿Te apetece un paseo nocturno? —propuso.

—¿Podemos?

—Claro.

Y así comenzamos a caminar por la orilla de la playa. Algunos relámpagos lejanos iluminaban el cielo de cuando en cuando. Pocas estrellas se dejaban ver y la luna había faltado. Nos cruzamos con una pareja de amantes que se veía muy adorable. Mi padre comenzó a contarme acerca de su romance con mi madre. Me recordaba toda la historia, de nuevo, como si no la hubiera escuchado cientos de veces. Habiendo avanzado un poco más, comenzamos a ver extrañas luces en el mar. De inmediato captaron la atención de mi padre.

—¿Qué será aquello? —preguntó.

—No lo sé. ¿No lo sabes tú?

—Vamos a investigar —dijo emocionado—. Sígueme.

Las luces aparecían y desaparecían esporádicamente. Era como si temblaran allá a lo lejos. Con la misma rapidez que alumbraban, volvían a dejar el oleaje en su habitual penumbra. Al acercarnos un poco más escuchamos un ensordecedor estruendo. Mi padre aceleró el paso, yo le seguí. Las luces se habían detenido finalmente. Ahora estaban fijas en la costa.

Pertenecían a una pequeña embarcación. Ese había sido el ruido que escuchamos poco antes. Había golpeado de frente una enorme roca. Nos apresuramos a ver si estaban todos bien.

Susurros a medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora