El chico de la bicicleta.

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Capítulo 4.

El chico de la bicicleta.

Desde el balcón del modesto departamento que habían arrendado Julián miró las calles y aspiró con fuerza, los olores eran muy diferentes a su hogar y todavía le faltaban muchos aromas por descubrir y conocer.

—¿Cuál es el plan de esta tarde?— preguntó Duncan al salir de la ducha; habían acordado compartir el departamento, la sala era amplia, tenía dos habitaciones y un baño.

—Probablemente vayamos al centro comercial, tengo hambre y se me antoja una hamburguesa doble.

Duncan se frotó el cabello con la toalla, hasta entonces sólo estaba vestido de la cintura para abajo; —suena bien, incluso podríamos ver una película— al castaño le gustaba mirar películas de acción y aventura.

—Sí, por qué no— respondió Julián algo distraído, o mejor dicho, preocupado. Iba ya a ser la segunda semana, le quedaban seis.

Los primeros días salió a un par de bares y entabló conversación con mujeres, que eran buenísimas en la cama pero sólo eso. Después del cuarto encuentro de ese tipo decidió cambiar su estrategia: fue a parques donde guapas mujeres hacían deporte o salían a pasear a sus mascotas. Tampoco funcionó, no se sentía atraído por ellas, eran agradables al platicar, algunas incluso le propusieron verse de nuevo y lo hizo, pero después de un par de besos supo que no eran lo que buscaba. Sabía que la conexión física era importante pero tal vez estaba apresurando las cosas; era evidente si hacía un recuento de sus 'citas': con todas por lo menos había rozado su lengua.

—Toma las cosas con calma— Duncan ahora estaba a su lado, se había puesto una playera sencilla de franela, —verás que cuando menos lo imagines la encontrarás.

Julián le miró y sonrió, —gracias— le rodeó los hombros, ambos eran de la misma altura, —gracias por acompañarme en esta loca aventura.

—No lo hice sólo por ti, yo también quiero conocer mujeres.

Dentro de la manada los matrimonios arreglados eran normales: si después de los veintiséis años no habías encontrado a alguien afín o agradable para unirte y reproducirte entonces tu familia más cercana intervenía; en el caso de Julián era distinto, apenas cumpliría veintitrés y ya estaba comprometido debido a una estrategia de sus padres para crear alianzas tanto territoriales como comerciales.

El pelinegro rió, —mejor vamos de una vez, muero de hambre.

~*~

Duncan había insistido bastante en querer entrar a la sala de cine, no una sino dos veces seguidas.

—¿Sabes? He estado pensando que el salón del lado oeste de la mansión podría ser acondicionada como un pequeño cinema— dijo Duncan al engullir las últimas palomitas del bote.

—Sí, claro; para que jamás salgas de allí.

—Sería un buen pasatiempo y área de relajamiento y recreación. A ver si así tu padre sonríe por una vez en su vida.

Julián debía admitir que Adolfo era un gruñón, —dudo que eso lo haga ser feliz.

—Pero podríamos intentarlo— se encogió de hombros.

Ya era bastante tarde y el estacionamiento estaba un poco desolado, seguramente las únicas personas allí eran las mismas con las que habían compartido la sala de cine; ambos chicos continuaron hablado y bromeando mientras lo cruzaban, andaba a pie.

De repente un olor dulzón golpeó la nariz de Julián, se detuvo y levantó el rostro.

—¿Qué sucede?— Duncan lo miró intrigado.

Aspiró con fuerza, tratando de descifrar ese desconocido pero agradable olor, —¿lo sientes?

—¿Qué cosa?

—Eso...— no le dijo más, sólo comenzó a caminar apresuradamente hacia la salida del estacionamiento, en dirección a un conjunto de callejones.

—¿A dónde vas?— escuchó la pregunta de Duncan pero le ignoró, corrió hacia donde creyó que ese aroma tan embriagante provenía.

—Oye, no quiero problemas.

Escuchó y vio a un muchacho que sostenía una bicicleta, su cabello rubio cenizo algo largo se encontraba atado y que tenía unos anteojos.

—No los tendrás si cooperas con nosotros.

Dos hombres más grandes lo amenazaban, uno tenía una navaja.

—¿Cooperar?

Julián estaba entre las sombras pero aún así se escondió detrás de la esquina de una construcción que parecía abandonada, eso era lo de menos en ese momento; sólo quería no ser visto por lo que iba a hacer.

—No te hagas el tonto— se burló el más grande, —la billetera y el móvil, ahora.

Escuchó el gemido del chico, tal vez de resignación.

—Vamos, date prisa; sino lo tomaremos nosotros mismos.

—Nn-no.

El embriagante aroma seguía allí, estaba cerca, lo podía sentir; pero el olor del miedo del muchacho era más fuerte.

—¿No qué?

—Esto será fácil.

En un santiamén Julián se transformó, rasgando toda su ropa en el proceso; sin importarle cómo regresaría al apartamento; sólo supo que no permitiría que esos hombres le hicieran daño a aquél muchacho.

—No por favor, les daré el dinero.

—Muy tarde; debiste haber...

Gruñó y lentamente se apartó de las sombras; miró a los asaltantes con molestia, con furia.

—¡Shú! ¡Vete maldito perro!— exclamó el más corpulento y sacudió la pierna; pensó en esquivarlo pero mejor mordió la parte baja de su pantalón y tiró de él haciéndolo caer.

—¡Estúpida bestia!— el otro alejó la navaja del muchacho y lo señaló.

Julián le enseñó los dientes, afilados y enormes, luego lanzó un bramido ronco y profundo antes de abalanzarse sobre él. El hombre se quejó cuando cayó sobre su propia espalda, pero de inmediato el lobo se posicionó sobre su pecho; el hombre ya no parecía tan amenazador, menos con el chillido de horror que dejó salir de su maloliente boca.

El muchacho permaneció estático, le observaba con algo de asombro y curiosidad, no parecía temeroso.

Julián también le observó desde su lugar, debía admitir que era apuesto, bastante, aún con aquellos anteojos de marco grueso. Con elegancia bajó del cuerpo del hombre y lo dejó huir junto con el otro. Entonces sólo él y el chico de la bicicleta quedaron en el callejón.

Notó que se ponía un poco nervioso así que se posó en sus cuartos traseros, en una pose que consideraba nada agresiva.

Se sorprendió cuando el muchacho pareció querer tocarlo, pudo intuirlo por el movimiento de sus manos; pero no lo hizo; en vez de eso le dio la espalda y comenzó a caminar, se marchaba.

Julián notó que el aroma se dispersaba un poco conforme avanzaba, así que decidió seguirlo.

El chico se detuvo, lo miró sobre su hombro y dijo: —Oye amiguito, gracias por ayudarme, pero debo ir a casa.

Aquello le causó algo de gracias, nadie le había hablado así antes.
El joven suspiró y continuó su camino; Julián no le siguió, en vez de eso prestó atención a aroma, este parecía disolverse más en el aire a cada paso que el chico daba; su lobo aulló.

Su corazón palpitófrenético y eso lo asustó, tanto que salió huyendo al instante.

MoonlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora