¿Cazadores?

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Capítulo 26.

¿Cazadores?

Sólo hazlo, maldita sea.

—Como quieras, ahora déjame dormir— Bernardo colgó y lanzó un sonoro bostezo, colocó el móvil sobre la mesita de noche y se dejó caer de nuevo sobre el colchón. Duncan estaba completamente loco, ¿cómo se le ocurría llamar a esa hora?

Quiso conciliar el sueño de nuevo, pero al parecer esa no era su noche, ya que se escuchó un alboroto en el exterior de la gran casa.

Bernardo gruñó y maldijo, frotó su rostro y volvió a incorporarse. Entrecerró los ojos debido a las luces que se veían al exterior. Un par de furgonetas todo terreno, propiedad de la manada, habían sido sacadas del garaje, pudo notar a Alberto, el segundo beta, y a Elías, uno de los deltas; y también a su padre. Parpadeó cuando notó a su progenitor molesto y gritándole a Julián, Dafne también estaba allí; pero Duncan no.

¿Dónde se había metido ese odioso? Desde que tenía memoria, Julián y Duncan habían sido inseparables. ¿Acaso la llamada era cierta y tuvieron que tomar caminos diferentes? ¿Por qué Julián y Dafne parecían alterados y apurados? ¿A qué clase de problema se refería Duncan cuando se comunicó con él?

Sin pensarlo demasiado, pero queriendo algunas respuestas, Bernardo tomó su móvil y salió de su habitación, recorrió los pasillos con rapidez, bajó los escalones de dos en dos y corrió hacia la puerta principal.

—No me importa el castigo que me impongas, debo irme— escuchó a su hermano mayor hablar apresuradamente mientras revisaba un arma para después colocarla en la funda sujeta a su cinturón.

—¡Por lo menos explícame qué demonios está sucediendo!— Adolfo se interpuso entre el pelinegro y la puerta del pasajero de la furgoneta.

—Lo hará, tiene mi palabra, yo misma lo traeré ante el círculo íntimo, pero ahora no hay mucho tiempo— dijo Dafne llegando del lado del conductor del mismo vehículo.

—¿Tú también?— la miró con el ceño fruncido, —no voy a permitir que...

—Alfa, mi hijo puede estar en peligro; si desea acusarme de sublevación y luego desterrarme, que así sea, pero debo ir ahora por Duncan.

Bernardo notó la tensión en el ambiente, tal vez no era sólo un juego o problema estúpido en el que Duncan se había metido.

—¡Julián!— gritó desde la entrada de la casa, antes de avanzar hasta la furgoneta, el nombrado ya se había instalado en el auto y le miró desde el interior.

—Duncan me ha llamado— explicó.

—¿Qué te ha dicho?— demandó con esperanza el pelinegro.

—Una estupidez sobre una caja de vino y cigarrillos, dijo que lo ocultó en los alrededores de Lake Village. ¿Está metido en drogas?

—¿Dijo algo más?— inquirió el mayor ignorando la última pregunta, —¿hace cuánto tiempo que llamó

—Sólo fue eso, hace diez o quince minutos tal vez.

—Dame tu teléfono— demandó extendiendo la mano, Julián se había quedado sin batería y el móvil de su hermano sería de ayuda.

En condiciones normales Bernardo se negaría, sobre todo si tenía que ver con el detestable Duncan, pero al parecer esto iba más allá; había armas de por medio. Le ofreció el aparato sin pensarlo demasiado.

—Si tomamos la ruta ochenta llegaremos pronto a Lake Village— dijo Dafne, dirigiéndose a Alberto y Elías. Ambos miraron a Adolfo en busca de su aprobación, minutos antes la beta había solicitado su apoyo, pero cuando Adolfo apareció en escena estuvo más que claro que no estaba contento con la operación que Dafne había planeado.

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